El mundo lo puso en un pedestal tras aquella final del Mundial 2006. Fue elegido el mejor árbitro. Controló en forma impecable el inicio de la competencia en Alemania y luego la final, donde le mostró la roja al maestro Zinedine Zidane. Quién no recuerda esa imagen de Horacio Elizondo plantándose ante “Zizou” con energía y mostrándole el cartón más temido al francés. Un asistente vio el cabezazo del talentoso futbolista galo al italiano Marco Materazzi y se lo informó por el intercomunicador al argentino, quien salió a buscarlo para indicarle el camino de los vestuarios.
Hoy es el principal responsable de los árbitros del fútbol argentino. Sin dudas el Vilas o el Fangio del referato nacional.
Aquella tarde en Arteaga
Pero hay una historia que pocos conocen de Elizondo. Fue en diciembre de 1996 en las instalaciones de Alianza, donde se desarrolla el famoso mundialito de Arteaga. El local llegaba con la ilusión de convertirse en campeón de la Liga Interprovincial (también conocida como Chañarense).
Apenas llegamos y luego de una breve recorrida, nos instalamos en un sector denominado “palco oficial”. Un gordo simpático me susurra al oído: “41 años y todavía somos virgos”. Lo miré y le pregunté qué significaba eso y me respondió con una sonrisa nerviosa: “Nunca fuimos campeones. Es hoy o nunca”.
El clima hostil y de guerra se olfateaba en el ambiente. La rivalidad entre Centenario de San José de la Esquina y Alianza estaba cimentada en un odio visceral. En la primera final habían igualado y era la tarde soñada de Alianza, con un Cristian Calabrese afiladísimo como estandarte.
Horacio Elizondo, árbitro internacional, asoma en el terreno y mientras observa con atención las tribunas y el ambiente, estalla la primera bronca. Los futbolistas de Alianza quisieron robarle la virgencita que el Cata Ambrosio, arquero rival, colocaba dentro de su arco como cábala.
Hubo trompadas y patadas y los 22 protagonistas se trenzaron entre las redes. Elizondo actuó con cautela. Expulsó a uno de cada bando y les informó a los técnicos que podían reemplazarlo por un suplente.
De esa manera, y con 11 cada uno, arrancaron 90 minutos que serían vibrantes e interminables. Espere con paciencia que ya le voy a definir ese término…
Guerra en la cancha y detrás de los alambrados. Calor, viento y una atmósfera pesada. En el primer tiempo, Calabrese, con dos golazos terribles, aceleró los corazones arteaguenses y enmudeció a los auriazules.
En el complemento, el buen fútbol y la prolija circulación de pelota del Cente inclinaron la cancha. Así llegó el descuento. La dupla Ariel Dámine-Patito Raymonda hacía estragos. El empate estaba al caer. Crecía el nerviosismo local y la ansiedad visitante. Centenario merecía la igualdad que llevaría a la serie definitoria a un tercer encuentro. Alianza se salvaba por milagro.
A los 90 minutos los fanáticos de Alianza derrumbaron el alambrado y se metieron en la cancha. Elizondo observaba el esfuerzo de los futbolistas para evitar la suspensión. Acariciaban la gloria más allá que temblaban cuando Centenario lo acosaba. Pero había que seguir.
Calmaron los ánimos y un pelotón de la Guardia de Infantería de la Unidad Regional IV se ubicó frente al público e hizo de alambrado.
La desesperación de la gente no inmutó al impertérrito Horacio, quien cuando volvieron a poner el balón en rodaje marcó 8 minutos de tiempo adicionado. Calabrese, Baravane y todo el equipo le rogaban que tuviera piedad.
Lógicamente, la histeria y la locura fueron en aumento. Como muestra de la bronca, un viejo botellón de aceite estalló contra el escudo de un policía.
Fueron segundos electrizantes. Alianza acariciaba la gloria. Cente no se rendía y en la última pelota, donde se paralizaron los corazones y el tiempo pareció frenarse, se produjo una montonera dentro del área local y sobre la línea, el arquero Pablo Ortega aterrizó con la pelota en sus manos salvando el gol. Recién allí y con diez minutos de alargue, Elizondo pitó el “no va más”.
La historia negra de Horacio
Alianza descargó toda su pasión y ese deseo de gloria en un festejo estremecedor. Hubo llantos, gritos, abrazos interminables, lágrimas y una invasión generalizada al campo. La Policía rodeó rápidamente a Elizondo. Jugadores e hinchas celebraban la tan soñada vuelta olímpica.
Sin embargo, cuando todo era fiesta, ocurrió lo insólito e inédito. Un loco, un tal “Cachorro” Pallaro, aprovechó un descuido de los uniformados y encaró a Elizondo al grito de “sos un h…de p… Por qué nos hiciste sufrir tanto” y le metió una patada tremenda… ahí abajo… donde más nos duele a los hombres.
El “serio” Elizondo sacó a relucir su habilidad en las artes marciales y mientras los testículos se le inflamaban, corrió al agresor por todos lados. Confusión general. Hasta los que daban la vuelta olímpica frenaron su locura. La Policía perseguía a Elizondo entre la multitud para evitar que hiciera justicia con “Cachorro”. Y como hacen casi siempre, desataron una represión atroz.
Balas de gomas y gases lacrimógenos. El calor y el viento pegajoso se mezclaron con los efectos de los gases y hubo una estampida. Nadie se salvó. Pibes y grandes marcados por los balazos. Agua para quitar la irritación de los ojos. La actitud policial fue reprochable.
“Cachorro” pasó a la historia por su golpe y Elizondo se convirtió en el único árbitro en ser agredido por un hincha campeón.
La justificación de Elizondo
En la Copa América del 99 en Paraguay me reencontré con Horacio y recordamos aquella página negra en su vida. Esbozó una sonrisa y me respondió: “Fue un momento de locura, nunca pensé que me iban a agredir y menos el que estaba celebrando el título. Mi reacción fue lógica, había sido injustamente golpeado”.
En 2006 llegaría su ingreso a la fama mundial con esa roja a Zidane. Pero en el 96 ya había entrado en la historia. Aunque fue un manchón negro en su vida profesional.
“Cachorro” siguió manejando camiones y devorando kilómetros. Y Horacio Elizondo pasó una prueba bravísima y no paró hasta llegar a lo más alto.
Al Salón de la Fama
Oscar Pallaro es camionero y padre de tres hijos. El agresor de Elizondo ingresó en el Salón de la Fama. Pasó a ocupar un lugar preponderante en la historia de Alianza, donde el máximo ídolo futbolístico es Cristian Calabrese. Hoy no deja de asistir a todos los partidos y en cada rueda de vino rememora aquella historia. La contó mil veces y lo seguirá haciendo, porque donde está Cachorro todos quieren escucharla. Pallaro es su apellido y nunca más pasó desapercibido en el pueblo y los alrededores.
“Ese es Cachorro, el que le pegó una patada en los testículos a Elizondo”. Cuando el árbitro entró en el pináculo de su vida, creció más la “hazaña” de Cachorro, quien según testigos, saltó de la silla del bar donde compartía unos vinos con amigos en aquella final de 2006 para gritar “a Zidane le sacaste la roja pero conmigo arrugaste…”.