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Se fue Chocha Espinosa, otra Madre coraje de la Plaza 25 de Mayo

“Algunos dicen que no hay que mirar al pasado, pero las heridas siguen abiertas. Recién ahora está llegando la justicia”, decía en 2009 Matilde “Chocha” Espinosa de Toniolli, integrante de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario y una de las fundadoras de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales.

“Algunos dicen que no hay que mirar al pasado, pero las heridas siguen abiertas. Recién ahora está llegando la justicia”, decía en 2009 Matilde “Chocha” Espinosa de Toniolli, integrante de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario y una de las fundadoras de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales. Desde su abierta militancia enfrentó y sobrevivió medio siglo de dictaduras, entre ellas la peor, que se anquilosó siete años desde el Golpe del 24 de marzo de 1976. Pero ayer, con nueve décadas a cuestas, su cuerpo dijo basta.

Según reconstruye el sitio Señales, que dirige Claudio De Luca, Chocha trabajó como preceptora en una escuela pública. Se casó con Fidel Toniolli, un comerciante que defendía los ideales del Partido Comunista y fue un actor protagónico e insoslayable del movimiento de derechos humanos en la región. Matilde y Fidel tuvieron dos hijos varones: Carlos, ya fallecido, y Eduardo José, “el Cabezón” Toniolli, militante peronista, miembro de Montoneros, que permanece desaparecido.

Cabezón para sus compañeros, “el Negro” para la familia, era el mayor. Había nacido el 29 de noviembre de 1955 en Rosario y no había cumplido todavía los 21 cuando lo capturaron a él y una compañera de militancia con sus dos hijos pequeños, en Córdoba. No fue puesto a disposición de la Justicia; en lugar eso fue molido a palazos, según pudieron reconstruir después testigos –y aun guardias– en los estrados donde se juzgaban los crímenes de la dictadura.

Chocha y su esposo recibieron de primera mano la terrible revelación: estaban de vacaciones en las sierras cordobesas. Y movieron de inmediato todos los recursos que tenían: “Fidel Toniolli y Matilde Espinosa hicieron un largo recorrido de requerimientos al día siguiente de la desaparición de Eduardo; a la Policía Federal de Córdoba; al Tercer Cuerpo de Ejército; al Segundo Cuerpo de Ejército; a monseñor Primatesta; a monseñor Zaspe, al coronel Martella; a Videla; hicieron notas, presentaciones judiciales a los Juzgados Federales de Santa Fe, Rosario y Córdoba; a monseñor Bolatti, que era el obispo de Rosario. La mayoría no obtuvieron respuesta”, dijo un sobreviviente del mayor centro clandestino de detención que se montó en Córdoba, La Perla, donde Toniolli fue reconocido por otros cautivos.

Una de las respuestas escritas que obtuvieron Chocha y su marido afirma que “en ninguna cárcel ni lugar de detención dependiente del Tercer Cuerpo de Ejército” estaba Eduardo Toniolli. Otra, de un tal  “suboficial Ricardo Pérez, secretario privado del ministro de Gobierno de Córdoba”, contesta que “en ninguna cárcel de la provincia de Córdoba” había un detenido “con ese nombre”.

El triste rigor indica que no mentían: La Perla no era reconocida oficialmente ni por las ilegítimas autoridades de la provincia ni por las tres fuerzas armadas.  Ambos documentos forman parte de las pruebas físicas contra secuestradores y torturadores civiles y uniformados.

Mientras Chocha y su hijo buscaban que su hijo apareciera con vida, él se reponía de las torturas. No era por la humanidad de sus captores, sino porque iba a ser pasado de un eslabón a otro del gigantesco aparato clandestino. Dos veces fue trasladado a Rosario y dos veces fue devuelto a Córdoba, donde finalmente habría sido asesinado.

La oculta maquinaria hizo que Chocha estuviera meses a pocos kilómetros de su hijo, cuyo paradero las autoridades militares, policiales y civiles de gobierno y la Iglesia decían desconocer. El Cabezón estaba prisionero en una casa de fin de semana a un puñado de kilómetros de Rosario: la Quinta de Funes.

Cuando su hijo estaba secuestrado y aún vivo, nacía el nieto de Chocha. Perseguida, su madre lo anotó en el Registro Civil con su apellido de soltera y logró salir a salvo con él al exterior. Eduardo Gutiérrez recién recuperó su verdadera identidad en democracia, por un juicio de filiación. Y, con el apellido real, Eduardo Toniolli arrasó en las elecciones de autoridades internas del Partido Justicialista de Rosario y accedió a una banca en el Concejo Municipal.

“Jamás había tenido un arma”

Chocha movió cielo y tierra para obtener más datos, y hasta 2003, después de 27 años de caída la dictadura, su familia y ella misma siguieron recibiendo amenazas. «No puedo conciliar el sueño buscando el lugar apropiado en donde pueda ofrendarte una flor”, escribió Matilde a su hijo Eduardo. No fue hasta la década de 1980 que pudo reconstruir sus meses de cautiverio, a través de los relatos de sobrevivientes.

Hasta entonces muchas otras cosas la habían sacudido. Estaba en Buenos Aires en 1955, cuando aviones bombardearon la Plaza de Mayo, aeronaves argentinas que descargaron explosivos sobre argentinos, en el preludio al derrocamiento, el 16 de septiembre, del presidente Juan Domingo Perón. “En plena Revolución Libertadora tenía la panza así”, recordaba.

“Los dos hermanos nacieron muy seguiditos, fueron muy compañeros y confidentes. Fijate qué coincidencia, ¡plena Revolución Libertadora!, pensar que nosotros jamás habíamos sido peronistas y después el Negro empezó a militar en la escuela secundaria y se hizo peronista. Siempre le creí, le creo a Carlitos, mi otro hijo ya fallecido, que tanto sufrió por el hermano. Él una vez me confió que el Negro le había asegurado que jamás había tenido un arma en sus manos”.

Juicio

Tras la feria judicial se retomará hoy en Rosario el juicio por la causa Guerrieri III, por 47 crímenes de lesa humanidad., cometidos en cinco centros clandestinos de la región. Entre sus víctimas está el  Cabezón Toniolli, quien estuvo cautivo, además de la Quinta de Funes, en la escuela técnica Osvaldo Magnasco y en la quinta La Intermedia, propiedad de la familia del ex teniente del Ejército Daniel Amelong. Los acusados son diez ex integrantes del Destacamento 121 de Inteligencia del Ejército y el tribunal está integrado por los jueces José María Escobar Cello, María Ivón Vella y Luciano Lauría.

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