“Se observa las manos y siente hambre. Se incorpora y levanta la vista y mira hacia arriba, donde comienza la tierra plana. Todo parece mantenerse como esperaba. Después gira su cabeza hacia ambos lados para controlar el río y la costa. Luego se vuelve y hace lo mismo con la barranca. Hay algo. (…) Vuelve a girar su cuerpo apoyando las manos en la tierra y levantando sus caderas y la ve, quieta, observándolo, a una distancia prudente. A una distancia que asegura el contacto”, narra Ebel Barat el encuentro entre un nativo y la hija de un colonizador en estas tierras hace más de cuatro-cientos años. En su libro La Montes Barat nos introduce en la épica de dos seres de distintas culturas, una cuestión que el autor utiliza para indagar en las diferencias que terminaron constituyendo “el desencuentro” que terminó siendo nuestro país siglos más tarde. El multifacético escritor rosarino, poeta, narrador, entre otras actividades, no busca con esta novela hallar el ser nacional o indagar sobre qué aspectos caracterizan a la gente de esta región, como lo hubiera querido en los 20 y en los 30 Mateo Booz. Tampoco escribe para describir la fauna y la flora del Paraná, como lo hubiera hecho Juan L. Ortiz, sino que toma esos elementos, la historia y el espacio natural, para meterse en la subjetividad de sus personajes. Sin embargo, la de Barat no es una simple novela histórica sino que explora interiormente a dos personas que no son aceptadas en su comunidad, o se sienten incómodas en ellas. Con La Montes, editada por Homo Sapiens, queda hecha la invitación para meterse bajo la piel de nuestros ancestros.
Un desencuentro
“Hace años, estando en Helsinki y sabiendo que Finlandia era uno de los países con mayor índice de desarrollo humano, me pregunté qué era lo que les permitía hacer ese acuerdo social en pos de lo que llamamos bienestar. Al ver a la gente que me rodeaba me dije: son parecidos, muy parecidos. Tienen entonces objetivos, deseos, concepciones, parecidos. Como creo que eso no ocurre en mi Argentina inferí que esa era una de las causas por las que nos cuesta tanto alinearnos detrás del concepto de país que queremos. Y pensé, claro, en nuestro desencuentro. Seguí con mis razonamientos y concluí que el sismo, sociológico que significó la con-quista fue la primera causa de ese desencuentro. A eso se agregó el segundo sismo que fue el de la inmigración de fines del siglo XIX y principios del XIX. Los dos movimientos generaron una mezcla que es difícil de combinar y que suele provocar esas grietas a las que hacemos tanta referencia en el día de hoy”, expresó Barat. “¿Qué parecido hay entre un ciudadano de origen indígena de Humahuaca con un descendiente de gringo industrioso del centro del país? ¿Y con una galés de nuestro sur, por dar otro ejemplo? Ese es el motivo principal de esta novela que quiere, de una manera épica, amorosa, íntima, referirse a ese gran drama que significó y significa la historia de nuestro país”, aseveró el autor.
Dos culturas que impactan
“La Montes es una chica cansada de su vida de hidalga y deseosa de ver mundo que, gracias a su naturaleza curiosa, libre y arriesgada, se une a un indio que llega desterrado sin que sepamos el motivo. Todo es desencuentro y, sin embargo, se establece el contacto que va a generar lo inexorable, es decir lo mestizo con toda la riqueza y la contrariedad que eso significará”, señaló Barat al referirse a los símbolos que representan los personajes centrales de su novela. Estos personajes se ubican en los márgenes de la sociedad que se va creando al calor de la conquista. “La Montes y el indio son los que generarán el drama del desencuentro cultural y el producto de esa unión será el símbolo de lo mismo”, subrayó el autor. Los olores, los horizontes, el sabor de la comida y, por supuesto, el lenguaje oral son distintos entre la hidalga sevillana y el nativo. Todo es motivo para tener distintas percepciones, salvo algunos encuentros. “Lucía Montes ve, una vez más la desnudez lisa del hombre, ese cuerpo sin surcos ni prominencias, sin los ángulos que conoce de los hombres de España, como su padre. Un cuerpo de formas suaves, pero de tronco fuerte como un pez grande. El hombre se mete al río y se vuelve, invitándola”, relata Barat ubicando el río como el lugar de reunión.
Una mujer y un hombre
¿Quién es La Montes? Lucía Montes es una joven sevillana que tiene pocos rasgos andaluces. De tez blanca y cabello rojizo, pertenece a la baja nobleza, tal vez a la de pecheros que vinieron a buscar fortuna y elevar su posición social en América. “Diría que los hombres no le son prioritarios pero le gustan. También les tiene alguna compasión y le agrada jugar un poco con ellos. Sufre, como todo ser humano, de muchas contradicciones”, explica Barat. A contrapelo de los de su clase, la mujer conoce los barrios populosos y se permite entablar diálogos con personas de baja condición social. “Es verdad que Lucía quiere saber lo que pasa «ahí fuera» y, cuando está en América, sale de los muros, de la empalizada del asentamiento”, redunda el autor. Aunque los nobles rechazan y abominan el trabajo manual, y para ello conquistan territorios y gente que trabaje por ellos, a La Montes le interesan las labores de horticultura. “Más que de horticultura te diría que le gusta la naturaleza, los vegetales y animales y los compara con lo que conoce. La comida es crucial y por eso también le preocupa”, admite Barat. Sabe que su destino es casarse pero su padre aún no le asignó a nadie, por lo que deja volar su imaginación y su mirada explorando territorios desconocidos y se permite tejer relaciones con los hombres de su entorno. Su padre, el capitán Montes, no representa la imagen acartonada que los manuales escolares mostraron de los encomenderos. Taciturno y huraño, es un hombre emprendedor que enfrenta la dura realidad del ambiente en el Nuevo Mundo.
El indio, un interrogante
¿Quién es el indio? No tenemos información sobre la tribu a la que perteneció ni por qué fue expulsado. Se supone que entró en contradicción con el cacique o con las costumbres. “Al indio he querido imaginarlo venido desde el norte del Litoral, donde la vegetación es más abundante”, señaló Barat y agregó: “Los nombres de sus mujeres corresponden a los de las tribus del Noreste argentino, y también a las actuales de Paraguay y Brasil”. Sin embargo, sabemos que es un hombre que conoce la naturaleza milímetro a milímetro, la tierra, el agua, las plantas y los animales, en especial los peces. Es un hombre que se adentra en el río ancho y que sabe cómo conseguir sus presas. Sin embargo, aparece una mujer ataviada con extraño ropaje que lo desorienta. Además, Barat expresa que “el padre, el mismo indio, ella, son personas «desterradas», es decir personas puestas a vivir –por diferentes razones– una vida donde el conflicto está a la orden del día y donde el desencuentro es una constante”. Por encima de todo esto, se trata de una historia de exploración de una mujer. ¿Qué es lo que busca La Montes? “¿Qué busca? Diría que salir de una vida en la que todo es predecible y, por eso, chato. Es como su padre, pero a su modo, aventurera y enjuicia las verdades dadas”, termina Barat.
Interés por la escritura
“Hay un resurgido interés por la escritura en la ciudad y son muchos los que están escribiendo, participando de talleres y, en fin, interactuando alrededor de la palabra como herramienta artística. La colección Ciudad y Orilla que edita Homo Sapiens y que dirige Marcelo Scalona es un ejemplo de ello y demuestra el dinamismo de las generaciones intermedias y nuevas de escritores locales”, opinó Barat al referirse a la fructífera producción que registra la ciudad. Además de La Montes, otros dos títulos editados en 2016 refuerzan esa perspectiva. Por fuera del relato épico y con tramas propias de la posmodernidad y ancladas en Rosario, están los libros de Marcelo Britos, Al oeste de Jericó, y de Héctor Vázquez, Vidas para contar. Algunos de estos escritores surgieron de talleres como los de Alma Maritano.