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Le toca a ella: mi mujer ahora es futbolista

Un diez de área llega sin marca, arrastra toda la defensa, define con calma y patea todos los tiros libres.

Hay muchas formas de ganar el cielo: una entrando a sable patrio en la muerte como Cabral, la otra es hacer un gol fundamental sobre la hora. Yo no tuve ni una cosa ni la otra. No batallé, por ende no morí ni tampoco cerré un partido de aquellos. Tuve, creo, un modesto paso por la medianía de una titularidad pareja.

Era de esos jugadores necesarios: nadie recuerda su nombre pero siempre están, por ser utilitarios, formales y normales. Estoy seguro que nadie recordará mi nombre como tantas veces he oído en rondas de café, “¿Cuál Ledesma? ¿Ése que jugaba en Arsenal?” “No, el otro… uno, creo que pasó por Nueva Chicago, de cinco o de ocho, bien no me acuerdo”. “Bueno ése ¿Qué pasa con ése?” “Nada, se murió”. Y eso. Atenti que mi apellido, no sé si les dice algo pero es llamativo: Rafacugliatti me llamo, el de Italiano, el de Villa San Carlos. Nadie habrá de recordarme por jugada exótica, ni acompañamiento en habilidades de área. Yo pasé por varios equipos y en ninguno dejé huella. Fui como esos empleados administrativos que durante años desempeñan su labor vallado en oscuros ministerios y un día se jubilan, se lo olvidan en la mudanza o se los come la tierra.

No obstante, así como me ven formé una familia: Cintia mi mujer, Vanesa, la más grande, Camila la otra y Mauro Jonathan el más chico. Una casa, un autito, la galletitería y el retiro por una lesión que me seguía como un pichicho. Una cancha de padle, una de fútbol cinco de socio con mi yerno y parte de un negocito de una casa de pesca. Eso me gusta más que el fútbol. Meterme de lleno en el río; asado, mateada, todo sano y volver en la chata de noche y quedarme viendo Discovery hasta tarde, sabiendo que me tengo que levantar temprano. Esa es mi vida. Retirado  a los 39, jubilado en acción, tranquilo, sin achaques grandes ni sueños de locura.

Una sola cosa me desvela. Mi problema es otro: a la Cintia se le dio por el fútbol. Yo que en el fondo me había empezado a saturar después que me retire, a mi esposa se le empieza a calentar la cabeza con la pelotita. Sigue todo el campeonato inglés, el gallego y hasta los de B.-!Pero mirá, mirá como le pega el burro ese! en vez de triangular, se enoja. “Sacate el balde, nene. Enganchá para adentro y no la des así, no ves que tu compañero esta en offside, pelotudo…”, suele explotar en el living de casa. Yo evado estas cuestiones. Al principio me sonreía con superioridad condescendiente, pero  a medida que alcanzó visión propia dejó de oírme. Empezó con unas juntas raras: todas tipas de lo peor: mal habladas, cizañeras. Yo mutis, apenas si me saludan y se instalan en casa todo el sábado a ver las ligas. Y gritan. Gritan como hombres, gritan. Creo que les gusta ver tipos, por eso se juntan. Se lo dije  a Cintia, “¿No ves que casi todas son lesbianas?” “Sacate el balde, papi…” y me da un tincle en el flequillo que aún mantengo. Armaron un equipo y me invitaron a  verlas: son horribles, salvo Cintia que la pisa como un varón. Un diez de área, llega sin marca, arrastra toda la defensa, define con calma y patea todos los tiros libres. Lo opuesto a lo mío. El otro día el Mauro me mira mientras se estaba probando unas medias de River de su mamá. “Quiero ser como ella”, dijo señalando una foto donde se la ve con la cinco bajo el pie, pechugona y sonriente. Las otras dos salieron a mí: calladitas, soportan de su madre las locuras porque le tienen miedo, como el mismo miedo que yo empecé  a desarrollar en secreto. Casi ni me toca, dice que tiene que estar concentrada y cerrando esta idea general termino diciendo que ya creo firmemente que  tiene otro, el director técnico, flor de vivo. O bien, como pueden imaginarse, lo que tiene es otra. La quieren comprar de afuera, del fútbol de USA y dice que se va a ir con el más chico. Qué sé yo, a lo mejor le va mejor que a mí, no pienso cortarle la carrera. Y bueno le digo. Al menos de vez en cuando me das un pase y capaz que hasta hacemos una diferencia, y le sonrío. Ella seria alisándose el pelo con gomina para que le entre la colita en la camiseta me mira por el espejo. “Vos ya hiciste lo tuyo, campeón. Ahora me toca a mí”. Ya tienen el pasaporte. Con las nenas respiramos y esperamos el día que la veamos por canal 43 en el campeonato yanki femenino. A lo mejor con los dólares hasta cambiamos el Duna.

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