¿Qué se quiere decir exactamente cuando se habla de mujeres cineastas?, ¿habría algunos componentes o matices que diferenciarían su quehacer de cómo lo practican los hombres?, ¿ellas sienten, piensan o hacen sus producciones audiovisuales en forma distinta a sus colegas masculinos?, ¿qué estrategias serían las adecuadas para una mayor visibilidad de sus trabajos? En esta época donde las mujeres, individualmente o en colectivos, comenzaron a denunciar el lugar de explotación asignado en la división del trabajo por las sociedades patriarcales –esas que aún hoy continúan marcando las pautas de las relaciones sociales y humanas e intentan acallar cualquier voz que se oponga a esos mandatos–, la expresión femenina con conciencia de sí se vuelve necesaria; mucho más si se valen de herramientas que históricamente formaron parte del coto de los hombres, y con esos mismos recursos intentan delinear sus propias voces plasmándolas en imágenes. En Rosario, hay algunas mujeres realizadoras que asumen esa práctica, y vienen dando batalla en la búsqueda de autonomía tratando de no ceñirse a los mandatos tradicionales. Porque de eso se trata en todos los casos, de obtener una voz propia desde un lugar reconocido por sí mismas, no tanto desde la diferencia como en la de una distribución de funciones más equitativa. María Langhi y Lucrecia Mastrángelo son dos de esas realizadoras. En sintonía con el mes de la mujer, y abriendo el juego para escuchar las voces de otras colegas, ambas respondieron a una serie de preguntas comunes que intentan una respuesta a los interrogantes enunciados más arriba, dando cuenta del espacio que ocuparon y ocupan en la escena fílmica local.
—¿Desde cuándo filman y qué dirían que buscan expresar?
—(Langhi) Filmo desde que empecé a estudiar cine en la EPCTV, hace como 25 años. Creo que lo que una quiere expresar es un punto de vista, y que desde el cine se puede dejar muy claro y tiene que ver con la forma de mostrar las cosas que nos atraviesan y en la época de nuestras vidas en que lo hacen.
—(Mastrángelo) Mi trabajo de tesis para egresar con el título de realizadora fue un documental sobre la pobreza que se llamó De carne y sueño, que sorpresivamente se llevó el premio al mejor documental en el IV Festival Latinoamericano de Video 1997; es en el rodaje de este trabajo que conozco a Nora Rachid, una mujer madre de 10 hijos que me deslumbró por su incansable trabajo barrial y social en el barrio San Martín Sur, preocupada y ocupada en que las familias de esta zona pobre de la ciudad, accedan a una vida digna. Nora me enseñó a mirar. El género documental fue para mí el hallazgo de un camino que me permite expresar lo que siento, donde un sujeto protagonista, ese “otro” diferente, no sólo cuenta, sino que crea, se repiensa desde otro lugar, como sujeto que manifiesta, que alza la voz frente a una cámara que denuncia, liberándose; algo que bien podría sintetizarse en una frase: dignificar a través del arte. Brindar mis herramientas audiovisuales a quienes lo necesiten, donde los protagonistas son coproductores y donde el espectador es interpelado, estableciendo un diálogo con lo que se cuenta y con el sujeto protagonista, fue siempre mi impronta de trabajo. Producir desde la autogestión y el compromiso, denunciando, develando, dando la palabra. Mi convicción es que el arte en todas sus formas es una herramienta de transformación social, que la realidad no es un show que da rating para adormecer la conciencia; que la libertad de pensamiento ofende a los poderosos y es tiempo de decidir de qué lado queremos estar. Sigo el camino de mis convicciones, muchas veces parto de mi propio caos para encontrar el rumbo.
—¿Cómo dirían que les fue durante el trayecto?
—(Langhi) Creo que bien, la mayoría del tiempo es un camino arduo, que necesita de mucha tenacidad, dedicación y autoestima. Cuando pienso en todas las cosas que hice para estar detrás de una cámara, ya me agota (risas). Por eso, es muy importante en este tipo de elecciones, aprovechar la energía arrolladora que uno tiene en la juventud. Creo que el problema es que en esa época, una es muy vulnerable por la falta de experiencia. Pero es precisamente en ese momento, cuando deberíamos seguir ciegamente nuestros instintos y no dejarnos desalentar, cosa que a las mujeres nos cuesta más con tanto bastardeo social al que estamos expuestas.
—(Mastrángelo) No sé si hice mucho, uno siempre tiene mayores expectativas sobre todo en lo que se refiere a la difusión de los materiales. Al trabajo de tesis le siguieron otros que realice en forma independiente hasta llegar a mi primer largometraje documental sobre la vida y muerte de Sandra Cabrera, Sexo, dignidad y muerte, y en 2013 hice una serie documental ganadora de los concursos para la TDA del Incaa, Nosotros detrás del muro, sobre la vida de tres mujeres privadas de su libertad en la Unidad N° 5 de Rosario, serie que jamás tuvo pantalla a pesar de ser entregada al Instituto en tiempo y forma. Por eso hablo de las posibilidades de difusión, que suelen ser escasas y a veces nulas. Lo cual me llevó a pensar más de una vez en que mis materiales lamentablemente parecen ser funcionales al sistema; un sistema que funciona perfectamente para oprimir, vigilar y castigar y en el mejor de los casos, entretener, con pan y circo a los espectadores. O sea, me premian, me permiten entrar a la cárcel, captar las imágenes más sórdidas, tomar los testimonios más desgarradores, las denuncias, para luego guardar en un archivo esos materiales. Lo mismo sucedió con la película de Sandra. Toda la difusión de estos materiales por circuitos alternativos fue siempre por mi tozudez y convicción y nunca por el apoyo de quienes deberían hacerlo desde el Estado. Igualmente, seguiré por el mismo camino, agitando las mismas banderas en la defensa de los derechos humanos ya que como dicen las Abuelas de Plaza de Mayo, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”.
—¿Habría algo que distinga al cine hecho por mujeres, tuvieron alguna limitación en cuanto tal, interna o externa? ¿Tuvieron siempre las mismas oportunidades que los colegas hombres para plantear un tema o filmar?
—(Langhi) Cuando yo empecé, el ambiente del cine, era por demás de machista. Siempre lo había sentido así, pero luego tuve la experiencia de trabajar afuera, en un lugar muy alternativo como San Francisco (Estados Unidos), y ahí pude ver que había otra manera de relacionarse y de hacer cine. El cine porteño sobre todo, porque es donde siempre se concentró la producción de cine de nuestro país, tiene una estructura de producción muy verticalista, con exigencias que hacen que las mujeres que quieren dedicarse a esto, muchas veces nos veamos en la situación de tener que elegir entre la profesión, o tener una familia. Allí es cuando para mí se produce la brecha fundamental entre los hombres y las mujeres que nos dedicamos a esto. Por ejemplo: hasta hace quince años era muy difícil participar en producciones realizadas por mujeres, es decir donde los roles de decisión (producción, guion y dirección) estuvieran ocupados por mujeres. Por suerte, tanto en Estados Unidos como acá, pude trabajar en las películas de Vicky Funari, Maquilapolis, y Julia Solomonoff, El último verano de La Boyita. ¡Estas mujeres no se detienen ante nada! Crían chicos, llevan adelante los roles que se les exige socialmente como mujeres, pero además ¡hacen películas y son buenas en lo que hacen! (risas). También a nivel local me topé con grandes directoras a las cuales acompañé en diferentes etapas de sus carreras, como Florencia Castagnani, Judith Battaglia, Marcela Galmarini o Lucrecia Mastrángelo, lo cual hizo que fundara la productora desde donde trabajo acá, Rosaria Producciones, dedicada a materiales audiovisuales desde una perspectiva feminista. Por último, creo que es importante que las políticas públicas que se llevan adelante para con nuestro sector, y por qué no las iniciativas privadas que pudieran surgir al respecto, acompañen este cine de mujeres. Que puedan alentar esta mirada diferente que aportamos las mujeres a las que siempre se nos fue negado el valor de mirar. Porque esto será lo único que nos ayudará a crear una sociedad más democrática, equitativa y diversa. Por suerte, siempre hay hombres que no temen construir junto a las mujeres, aunque eso signifique estar dispuestos a perder la cuota de poder que les otorga la sociedad por el solo hecho de ser hombres. Y como el cine es un trabajo que requiere de mucha gente, a lo largo de mi trayectoria profesional, tuve muy buenas experiencias con colegas varones.
—(Mastrángelo) Diría que nuestro oficio, como me gusta decirle, el de hacer cine, no escapa a la estructura del patriarcado que tiene la sociedad en su conjunto y que por tanto el machismo dejó sus marcas también aquí. Las mujeres, hace unos cuantos años atrás, estaban relegadas a roles como producción, dirección de arte, continuistas, es decir todo aquello que no implicaba áreas técnicas como manejo de cámara, fotografía, sonido y mucho menos dirección, y me arriesgaría a decir que si bien esto fue cambiando y la mujer ganó mucho terreno, aún hoy, es difícil equiparar roles en un grupo de rodaje. Personalmente, me costó mucho en los primeros años, ya que la dirección implica el manejo y organización de todo el equipo y no era tan sencillo “recibir órdenes” de una mujer, o en todo caso, esas órdenes siempre eran cuestionadas a diferencia de otros rodajes donde yo participaba en otros roles y la voz del director era una autoridad indiscutible. Poco a poco y a través de mis películas, iba generando antecedentes que me daban el lugar que me correspondía. Hoy puedo trabajar muy cómoda y con gran respeto de mis compañeros, pero debo admitir que para una mujer que recién comienza no será un camino fácil sino que tendrá que vencer muchas dificultades. Alguna vez me preguntaron si había una mirada de mujer respecto a la forma de hacer cine, creo que hay tantas miradas como realizadores y otras tantas miradas como espectadores haya compartiendo el film. Siento que Pedro Almodóvar interpreta perfectamente el universo femenino como lo hacen también Lucrecia Martel o María Luisa Bamberg; que Leonardo Favio puede entender el corazón de una mujer enamorada como en Nazareno Cruz y el lobo sin que haya una “mirada de mujer”. Sí creo que hay una mirada, que puede o no corresponder al mismo género, un recorte, un encuadre, una decisión política y estética del tema y de su puesta en escena que no es ingenua ni casual sino todo lo contrario, tanto sea como para cosificar a la mujer o como para dignificarla y visibilizarla como sujeto de derecho. Ambas imágenes no son ingenuas sino que responden a dos pensamientos bien diferentes que conviven en el seno de una sociedad marcada por las nuevas tecnologías. Dependerá de la sensibilidad de cada director/a lograr una intimidad necesaria en los testimonios de un documental para que aparezca una mirada sobre la protagonista que no necesariamente sea una mirada de mujer. Entre otras cosas, el cine es un trabajo en equipo y justamente los que colaboran conmigo suelen ser hombres, técnicos, músicos con una mirada sensible y bien masculina. Por eso, insisto en que no hay una mirada de mujer sino más bien una mirada que se construye entre muchos y que está en permanente movimiento y contradicción, como la marea que cuando baja nos deja ver lo que traía en su arrebato.
—¿Cuáles son sus proyectos fílmicos actuales?
—(Langhi) El año pasado realicé una miniserie sobre el tema del femicidio, conjugando material documental con ocho casos ocurridos en la provincia de Santa Fe y una historia de desamor de ficción que los atraviesa entre una periodista y su compañero de trabajo. Allí trato de echar luz sobre cómo se origina el círculo de la violencia hacia las mujeres, que luego termina con estos asesinatos brutales, predecibles y completamente desatendidos desde las instituciones del Estado. Ni una menos en Santa Fe, inicialmente estaba pensada para televisión, pero ante la falta de pantalla o de nula oferta comercial para televisarla, ahora estamos intentando exhibirla en formato de largometraje en las salas de cine comerciales. Tarea titánica para los productores locales en general, y para las realizaciones feministas en particular. Como proyecto próximo, estoy pensando en trabajar un material que toque el tema del embarazo adolescente. Todavía no sé bien cuál sería el formato pero me parece importante remarcar cómo el cuerpo de la mujer es utilizado, desde muy temprana edad, con fines que no se nos permite cuestionar. Y si a eso le sumamos la falta de un derecho básico, como es el hecho de poder decidir libremente sobre nuestros propios cuerpos, terminamos siendo víctimas de un sistema que genera y apaña abusadores.
—(Mastrángelo) Actualmente, estoy trabajando en dos proyectos documentales, que si bien son diferentes, se parecen mucho porque son realidades que muchas veces hay que develar, denunciar o invitar a que se reflexione sobre ellas. Una es la situación de los adultos mayores: ¿qué lugar ocupan en nuestra cultura?, ¿qué pasa cuando el adulto mayor es ingresado a un geriátrico?, ¿existe personal idóneo y capacitado?, ¿cuáles son las políticas públicas destinadas a este sector?, ¿cuál es la responsabilidad que nos compete a todos? El otro es sobre la identidad de género, las infancias transgéneros, la diversidad sexual, para poder aportar a la reflexión sobre la heteronormatividad, la dicotomía sexual que lleva a criminalizar y patologizar todo aquello que no encaja en el paradigma de lo femenino y lo masculino. Aún me encuentro en la etapa de investigación y trabajo de campo.
Roles diversos
En roles de guionista, directora y productora ejecutiva, de María Langhi se pueden mencionar: Ni una menos en Santa Fe (2015), Seguir remando (2009), Jamais Vu (2006), Acha, acha cucaracha (2017), El pez ha muerto (2011), Mary Therán, la tenista del pueblo (2011), Glances (2012) y Grito sagrado (2013)
Formatos varios
Como realizadora, Lucrecia Mastrángelo tiene tres trabajos audiovisuales en formato de largometraje y otros en formato de cortos. Se trata de De carne y sueño (1997), Refugios (1998), Espejos (2007), Sexo dignidad y muerte (2010) y Nosotros, detrás del muro (2013).