Conmoción. Dolor. Angustia. Impotencia. Lágrimas. Incredulidad. Sorpresa. Todos esos sentimientos rodearon la inesperada noticia. Venía de ser la figura en la primera final disputada en Chabás, donde convirtió un gol para encaminar a Huracán a la victoria por 2 a 1 ante el gran favorito, el Belgrano de Arequito de Jorge Sampaoli. Fue su último domingo de gloria. Una vez más, su excelsa pegada, su inteligente manejo y certera definición, dejaron su sello en un campo de juego. Nadie podía imaginar que sería la última vez en que admiraríamos su categoría dentro de una cancha.
La Parca se interpuso en el camino y el apuntado fue el Ratón. Ese jueves caluroso del 14 de noviembre de 1996, a tres días del desquite, estaba trabajando en Perú y Córdoba, pintando unos carteles sobre un andamio. La temperatura era insoportable y decidió quitarse la remera. Los cables de alta tensión succionaron ese cuerpo transpirado y ocurrió la desgracia. Los intentos desesperados de sus compañeros de trabajo fueron inútiles. Les resultó imposible despegarlo de esos cables mortales.
Rubén estaba casado con Diana Muando y tenía dos hijos pequeños, Cristian y Gonzalo. Llevaba una vida feliz. Trabajaba y seguía despuntando el vicio en el campo. Con sólo 33 años mantenía su categoría y a pesar que fue resistido por el técnico Torres cuando Rubinich lo recomendó (por eso decidieron probarlo), con los encuentros se fue consolidando y a partir de su conducción y liderazgo, Huracán encontró el camino adecuado para disputar las finales. “La llevaba atada el Ratón, no se la podían sacar”, rememora Alejandro cuando se acuerda que querían verlo cómo estaba para contratarlo: “Pensaban que estaba viejo y golpeado, terminó siendo la gran figura”.
Una predicción fatal: Alejandro Rubinich también trajo a la memoria este recuerdo: “Luego de ganar la primera final, comimos un asado el martes siguiente y yo estaba juntó a él haciendo una nota. Y cuando le preguntaron a él por la posibilidad de ser campeones dijo `de no pasar nada raro somos campeones´. Yo vi la nota luego y me quería morir. Lo raro que pasó fue su muerte. Increíble”.
Y Rubinich amplía: “Jugamos a los tres días porque cuando el Tosca me preguntó qué hacíamos le respondí: para nosotros esto se terminó. Nos da lo mismo ser campeones o no. No podemos seguir viajando para entrenar sin él. Seguir viviendo sin él. Hablé con el grupo y todos aceptaron. Quisimos terminar el año lo más rápido posible. La pérdida era tremenda. El fútbol no nos interesaba. Fue todo un club golpeado en el corazón”.
En Arequito estaban tan golpeados que poco les interesó prestar atención en un cartel que un grupo desubicado de la hinchada de Belgrano colgó del alambrado mostrando un ratón electrocutado entre unos cables. La mayoría de los simpatizantes del azul se adhirieron al conmovedor minuto de silencio. Los muchachos de Huracán de Chabás dejaron la vida y perdieron 1 a 0.
El tercer cotejo fue diferente. Huracán llegó entregado a Casilda. Los futbolistas estaban en la cancha, la cabeza en otra cosa y Belgrano los arrolló.
Las cosas de la vida. Fue la primera consagración del Zurdo Sampaoli como director técnico. La tragedia se hizo presente y le facilitó las cosas a su equipo, porque como reconoce Horacio Vailatti, uno de los integrantes de aquél conjunto de Belgrano, “no tengo dudas que éramos campeones igual, pero con Morelli dentro de la cancha hubiera sido diferente y más difícil”.
Y el actual DT bicampeón con Atlético Pujato amplió su idea: “El Ratón era una persona querible, agradable, respetuoso dentro de la cancha. Yo estoy convencido que Belgrano hubiera ganado igual esa final, pero hubiese sido más dura, porque él era el organizador, el cerebro de su equipo. Quiero aclarar que no sólo Huracán de Chabás perdió ese jugador de último pase, sino que fue un golpe muy grande en lo anímico para sus compañeros. Además, una situación incómoda para nosotros también. Se sintió y nos impactó a todos. La verdad fueron días muy raros, una desgracia impensada que no nos llevó a disfrutar lo que significaba estar en una final. Los muchachos de Huracán le pusieron el pecho, pero los afectó enormemente”.
Jorge “Tronco” Roldán, técnico reconocido de la zona, recuerda: “El Ratón era el líder del grupo. Además había sido el jugador desequilibrante en la primera final. Sus compañeros decidieron jugar los otros partidos argumentando que lo hacían por su memoria, pero nunca se recuperaron de ese impacto tremendo, de ese golpe artero”.
Los que tuvimos la suerte de conocerlo también lo recordamos con una sonrisa, porque fue un tipo sencillo, amigo, cordial y un jugador distinto. Siempre de buen humor, siempre dispuesto a inventar la jugada desequilibrante.
La vida lo premió con una excelente familia y el reconocimiento por su talento. El fútbol le dio la espalda porque en el momento de su despegue hacia el profesionalismo, Central perdió la categoría y se produjo un sismo en las inferiores y uno de los damnificados fue el Ratón. Nunca se rindió y cuando estaba por culminar su trayectoria con otra alegría, la muerte lo sorprendió sobre un andamio. Sin dudas, trágico destino el del Ratón Morelli.
Momentos de gloria
Su primera alegría fue con Rosario Central. En un equipo donde lucían Ariel Cuffaro Russo, Galloni, Doroni, Wolheim y Taverna, entre otros, conquista el torneo Esperanzas 86 que organizaba la AFA. Después, cuando el Canalla descendió en el 84, se fue a préstamo con Doroni a Argentino de Rosario y bajo la tutela de Pajarito Malleo llegó a integrar el elenco que disputó ante Tigre en el Gigante de Arroyito una memorable final que los Salaítos desaprovecharon para ascender. Sus compañeros más recordados fueron Rolando Schiavi, el Toto Piva y Pomelo Marini.
Central lo deja libre y Ragusa se lo lleva a Instituto de Córdoba. Regresa a Central Córdoba para lograr el recordado ascenso del 91 de Primera B al Nacional. En la tarde de la consagración, el Charrúa venció 4 a 1 a Chacarita y el Ratón anotó uno de los tantos. El arquero era Quiroga.
Años después, en la temporada 92/93, Morelli quedaría también en la memoria y la historia de los hinchas de Gimnasia y Esgrima de Jujuy convirtiendo de cabeza (ironía del destino, el arquero era Quiroga) el tanto que devolvía al Lobo norteño al Nacional B. También dirigido por Salvador Ragusa, mostró toda su categoría de armador y definidor. Así lo describía su ex compañero Erasmo Doroni: “Era organizador, de excelente manejo y pegada, pero también llegaba al área y sabía definir. Un volante completo. En la reserva se cansó de hacer goles. El descenso de Central en el 94 perjudicó el crecimiento de toda esa camada de las categorías 63 y 64”.