Fernando Soriano (Avellaneda, 1978) reconstruyó un mapa sobre el origen de la marihuana en el que se puede encontrar la iniciativa de Manuel Belgrano para cultivarla, el momento en el que Bob Dylan les regala una bolsa de cogollos a The Beatles y también historias de dolor aliviadas por el uso del cannabis, una planta que es protagonista de una cultura milenaria en expansión.
Marihuana. La historia. De Manuel Belgrano a las copas cannábicas, editado por Planeta, contiene 27 capítulos que se pueden leer como crónicas independientes que revelan un itinerario en el que se evidencia cómo «el consumo de marihuana nació como la propia planta: de abajo hacia arriba» y en la Argentina, Uruguay y Brasil era «un deleite de los esclavos y los pobres».
A medida que avanzan las historias, el periodista se hace preguntas como «¿qué derecho tiene el Estado a prohibirle a una persona que use algo que le hace bien?», y aparecen desde Emilio Disi y su experiencia cinematográfica vinculada con el consumo de marihuana hasta la crónica del periodista Ricardo Ragendorfer en los años 80 sobre el cultivo de cannabis, que escribió en la revista El Porteño y firmó como Ricardo Marley.
A su vez el libro rescata a otros protagonistas como Alejandro Cibotti, que presentó un recurso de amparo para poder usar plantas de cannabis con fines medicinales y así allanó el camino hacia la ley de cannabis medicinal, promulgada hace pocos días; o los padres de Josefina Vilumbrales, Fernando y María Laura, que lograron en 2015 que el Estado les permitiera importar aceite de marihuana para su hija, que padece un tipo de epilepsia conocida como Síndrome de West.
— ¿Cómo empezó esta investigación?
— Fernando Soriano: Soy consumidor responsable de cannabis. Hace unos años trabajando en Clarín me di cuenta de que era un tema que no llevaba nadie y me sentí identificado con las historias de los perejiles, los pibes a los que agarra la Policía por fumar un porro. Fui trabajando el tema y me fui metiendo.
— Hace pocos días se promulgó la ley de cannabis medicinal. ¿Cómo te parece que se logró esto?
— La planta es mucho más poderosa que Patricia Bullrich, que tiene un pensamiento muy retrógrado. De hecho la ley de marihuana medicinal es incompleta por culpa del ministerio de Seguridad, que está en contra del artículo del autocultivo, cuando inclusive había diputados de Cambiemos que estaban de acuerdo con dejarlo.
— Decís que «en la Argentina, Uruguay y Brasil el consumo de marihuana nació como la propia planta: de abajo hacia arriba, y era un deleite de esclavos y pobres».
— En Sudamérica el consumo «recreativo» lo traen los esclavos porque en ese momento no había una distinción muy clara sobre qué era o no una droga, no había persecución, pero sí era cosa de barrios bajos, de arrabal. En Francia estaba más relacionado con una búsqueda introspectiva intelectual, y llega por la invasión napoleónica de Egipto, ya que los soldados traen el hash. De hecho Napoleón prohíbe el consumo de cannabis mientras está en Egipto, donde era un consumo muy popular. Intenté hacer un recorrido cronológico, y llegué a la historia de los negros que fumaban en Brasil y Paraguay. Y claro que acá también fumaban: los negros y las negras que vivían en la zona de sur, en el bajo de Buenos Aires, con vidas bastante duras, muchos hijos de esclavos.
— En el libro contás detalladamente que Belgrano quería «cultivar, cosechar y comerciar cannabis en pos de la felicidad de los pueblos», porque entendía que la plata de la marihuana podría haber sido el combustible del nuevo país.
—Estaba convencido de que el cannabis iba a hacer felices a los pueblos. No sé si sabía de las propiedades psicoactivas de la planta, pero tenía una mirada económica. Era una planta fundamental para la economía porque se utilizaba para hacer lona, fabricar las sogas de los barcos, estopa. Era una época en la que la industria naval era fuerte, por lo que el uso del cáñamo era clave. Belgrano se forma en España, lee mucho a los fisiócratas, y al volver ve que el negocio de la minería no había dado los resultados esperados. Entonces propone trabajar la tierra y cultivar cáñamo y lino.
— Con relación al cannabis ¿cuáles te parece que son los desafíos a mediano plazo?
— El objetivo es la legalización de cualquier tipo de consumo de la planta y la inclusión del autocultivo, que es lo fundamental y lo urgente. Hay mucho mito sobre la planta, pero es una sola y la idea de que legalizarla es atentar contra la salud pública es ridícula. Legalizarla implicaría que la policía se ocupe de perseguir a los narcotraficantes y no a llenar las estadísticas con detenciones de consumidores. Algo que sobre todo pasa en el conurbano, donde las poblaciones son más vulnerables y son víctimas del abuso institucional de la policía. Me parecería revolucionario y subversivo que se den talleres de cultivo en las villas para que los pibes no vayan a comprar paco.
— Desde que empezaste a escribir el libro hasta la actualidad, ¿qué cambió?
— Cuando empecé a escribir el libro me encontré con las historias medicinales, que eran casi un mito. Al empezar a hacerse públicas hubo un click en la Argentina. Eso genera empatía porque se empieza a mostrar un cara desconocida de la planta. Es un punto de partida y el artículo del autocultivo es un fin inmediato pero no el último. De hecho el año pasado la foto de la marcha de la marihuana con 100 mil personas fue tapa de los diarios y eso fue porque adelante iban las madres que impulsan el uso medicinal para sus hijos.
— ¿Que te sorprendió al terminar el libro?
— Todo el libro fue un aprendizaje. La conclusión es que si trazamos una línea desde Belgrano y su relación con la corona, hasta hoy, aprendimos muy poco, porque la historia de negación de la planta con conceptos equivocados se repite desde hace muchos años. Hay toda una sociedad tratando de discutir abiertamente, de pensar la discusión desde el lado de la salud, y el poder todavía cree que los consumidores son delincuentes, que tener una planta en le balcón te vuelve narco.