Un libro sobre canciones, un libro sobre personajes cuya salvación está en la música, un libro sobre personajes curiosos y sus movidas peripecias, un libro que trata de ponerle nombre (de canciones de rock, sobre todo) a ciertos momentos llenos de temores y deseos que terminan en drama o en pequeñas felicidades cotidianas, un libro, finalmente, cuyos actos pueden tener consecuencias sísmicas y que, en sintonía con algunas de estas posibilidades lleva por nombre Quién no pensó en matarse alguna vez. En él su autor, Juan Cruz Revello, traza una historia coral, donde amigos y colegas actúan bajo la luz de un abanico sonoro (se escucha, por qué no, una banda de sonido que aunque no mencione canciones, nombra músicos, entrenamiento y poderosas convenciones musicales) constituyendo, de alguna manera, con sus hábitos e incertidumbres, un engranaje de microrrelatos llenos de resistencia tribal y pertenencia, casi un archivo personal que va tirando de un hilo imperceptible desde esas hermandades para dejar al descubierto melodías de verano, peregrinaciones (el Cosquín Rock tan añorado), variopintas intensidades, todo aquello que nunca deja de ser un poco adentrarse en la propia vida, con sus absurdos sinsabores y los vientos de confianza.
El amanecer puede ser un instante dichoso, sobre todo si al lado de quien lo contempla sonara, por ejemplo, “While My Guitar Gently Weeps” (elegida al azar y mencionada en uno de los relatos); si en cambio esa canción sonara en un cuarto en ruinas y desaseado mientras afuera chirría un ascensor trémulo, lo mejor será buscar el sobre del álbum que contiene esa canción y guardarlo. Por eso las canciones de las historias de Quién no pensó en matarse alguna vez suenan en las dos caras de una misma moneda, una que rueda por esas calles del Junín natal de Revello o por las de los paisajes barriales de Rosario, por donde patean esos personajes desobedientes y radicales, y otra que surfea en el afán de los personajes de perpetuar la especie de quienes sobreviven con y por la música. Seguidamente, Juan Cruz Revello da cuenta de la factura de un texto que lo sitúa en la captura vital de algunos aspectos del mundo que transita. Mientras se lee, no es difícil escuchar lo que su autor define así: “Un soundtrack guía que nos acompaña desde que nacemos. Un dios dj en términos religiosos”.
—Hay en este libro un fifty-fifty entre la escritura y lo que narra esa escritura: canciones y bandas o solistas; ¿cómo funciona la relación entre música y escritura (o literatura)?
—Como lector, no hay una relación tan directa. O sea, no es que leo sólo lo que tiene que ver con música, ya sean biografías o ficciones. Pero cuando escribo es una relación profunda. Evidentemente, pienso en términos musicales. Mi juego favorito es “decime una palabra, te canto una canción”. Entonces me sale muy natural que los personajes también estén atravesados por la música.
—También puede leerse un segmento de una experiencia de vida; ¿cómo definirías el lugar que ocupa la música en esa experiencia?
—No me queda otra que definir ese lugar como básico, o fundamental. En ese sentido, me entretiene la idea de una vida donde las decisiones que toman las personas o los momentos que viven, están digitadas por canciones. Un soundtrack guía que nos acompaña desde que nacemos. Un dios dj, en términos religiosos.
—Sin la música, ¿hubiera existido este libro?
—Es difícil responder eso, porque existe la música. De todos modos, supongo que sí hubiese existido.
—¿Qué apareció primero en tu imaginario, los personajes que describís o las canciones asociadas a esos personajes?
—En la mayoría de los casos, aparecieron primero los personajes. O alguna oración o idea del personaje, y a partir de ahí el desarrollo de la historia. Durante un tiempo prolongado fui escribiendo palabras que se me ocurrían, o situaciones que no se extendían más (allá) de una oración, y un día me senté a desarrollar y unir todo eso. Y ahí entraron las canciones o los discos. Tal personaje puede escuchar esto, a este otro lo que le pasó fue tal cosa por tal disco, y así sucesivamente. En algún caso apareció primero la canción, seguro.
—Evitaste titular cada capítulo pese a que se narran situaciones diferentes y hay personajes distintos. ¿A qué obedeció la elección, a que únicamente subyaciera la música como conector?
—Lo que pasó fue que cuando más o menos tenía las historias avanzadas, me di cuenta que las personas involucradas podían formar parte de todo el libro, porque tenían muchas cosas en común, entre ellas, claramente la música. Entonces decidí que era sin títulos, porque de alguna manera también permite que la lectura sea más fluida, y que los relatos se unan, y no sean historias separadas. De hecho los personajes se repiten, y están relacionados entre sí a través de Héctor. Pero me gusta que cada uno tenga su propia experiencia de lectura y lo viva a su manera. El otro día una persona me dijo que lo leyó, y mientras lo leía pensaba que era un disco y los relatos, canciones.
—La música que mencionás en el libro, ¿es la que sigue acompañándote en la actualidad?
—La verdad es que, salvo algunas excepciones, no es la música que me acompaña actualmente. Y en algunos casos, no me acompañó nunca. Por mi trabajo como periodista, también me relacioné con mucha música –y por complemento con las personas que la escuchan–, que yo no escucho, pero termino entendiendo.
—En tus palabras, ¿qué particularidad tendría ser Stone en una ciudad como Rosario?
—Con la música en general, no entiendo que exista una particularidad de acuerdo en la ciudad donde vivas. Si realmente existe una particularidad, debe ser por una característica de la idiosincrasia del lugar, no de la música. Es lo mismo en Rosario, o en Honolulu. Y puntualizando en los Stones, el escritor y periodista Martin Amis en un artículo que escribió en los primeros setenta, a pesar de que a él ya no le gustaban, sentenció: “todo el mundo es fanático de los Rolling Stones”. ¡Je!
—¿Qué música escuchaste mientras escribías este libro?
—Los que puntualmente recuerdo son Alucinaria, Pablo Jubany, Andres Calamaro, David Bowie, Coki, The Clash, Los Jardines Líquidos, El Mató, Gustavo Cerati, Neil Young, Wilco, Iggy Pop…y muchísimo Rolling Stones (en paralelo estaba escribiendo sobre ellos). Pero durante la escritura en sí, nada; ponía música cuando paraba un rato y calentaba el agua para el mate.
EN EL DIAL DEL ROCK
Juan Cruz nació en Junín, pero vive en Rosario desde hace 20 años. Es conductor, productor y programador radial. Siempre prendido a la música, entre 2000 y 2004 condujo y produjo micros en los programas Ruidos Molestos y Rock Cruzado. Fue columnista del programa La radio escucha Rock & Pop Rosario FM 91.9. Entre 2003 y 2014 realizó la coordinación artística y producción de programas como Payasos Matones, La conspiración del Ruido, Nunca pensé pasar por esto y Radio Cash. También hizo la conducción del programa La hora del Vinilo durante 2013 y 2014. En Radio Nacional Rosario condujo La Respuesta, música de autor hecha en Rosario, entre 2010 y 2014. En Plataforma Lavardén, durante 2015, condujo el ciclo de radio abierta La hora del Vinilo. Su primer libro fue La canción justa, publicado en 2013. En la actualidad acaba de terminar un tercer libro con historias de fans de los Stones en todo el mundo, que contiene más de 100 entrevistas.