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Santiago Santamaría: el Cucurucho más explosivo

Santiago Santamaría murió en la pobreza pero perdura en todos los corazones leprosos. De un barrio humilde a la gloria.

Era un personaje muy especial. Nunca, a pesar de su educación para relacionarse y de los aprendizajes que tuvo sobre todo en Europa, logró despegarse del asentamiento “reo” que lo vio crecer, allá en el barrio Pulmón de San Nicolás de los Arroyos, donde hoy se levanta el predio que alberga a la Virgen. Cuando Santiago correteaba por allí, tras emigrar de Godoy, su pueblo natal, había que ser guapo para ingresar al lugar. Hoy es uno de los sitios más venerados y visitados del país.

Después de triunfar en Francia y previo a su primer regreso al club del Parque de la Independencia, le dieron de por vida una pensión especial por una lesión que había sufrido. La perdió cuando decidió aceptar la convocatoria de César Luis Menotti para el Mundial de España 1982. Ese dinero le hubiera permitido seguir sus días con mayor dignidad y no terminar penando como lo hizo en Laborde, dirigiendo equipos regionales.

Otra de las glorias Rojinegras que fue a su velatorio, el 27 de julio de 2013, recuerda aquellas horas con muchísimo dolor: “No había plata para pagar el servicio y el entierro. Tuvimos que juntar dinero con otros compañeros. Nos generó una pena enorme”.

Sus horas de esplendor, el dinero que supo generar gracias a sus explosivas corridas y esa potencia que destrozaba defensas para culminar con un bombazo que reventaba las redes y provocaba el estallido en las tribunas, todo como un relámpago, no entendió nunca cómo administrarlo correctamente.

No tenía fama de ser muy apegado al trabajo cuando colgó los botines y tal vez alguna mano maléfica le prohibió regresar a las inferiores del club del cual se declaró ser hincha acérrimo. Rechazó jugosas ofertas de Boca y River porque según decía “la única camiseta que me voy a poner en el país es la de Newell’s”. Y cumplió. Por eso, su hijo mayor, cumpliendo su último deseo, esparció sus cenizas en el Coloso Marcelo Bielsa. “Quiero vivir eternamente en esa cancha”, expresó como voluntad póstuma.

La hinchada leprosa ondea una bandera con su rostro, entre las de los principales ídolos, Martino, Bielsa, Messi, Yudica, Gallego o Maradona. Cucurucho sigue en el corazón y en la mente, dibujando gambetas y corriendo como un rayo por los costados.

Personalmente recuerdo dos historias con Santiago. A finales de los 60, nos enfrentamos en un partido de tercera división de la Liga Regional del Sud. Él con la camiseta de Atlético Empalme (equipo donde también surgieron Abel Balbo, Ariel Graziani, Alfredo Berti y Tito Rebottaro) y yo con la de Central Argentino de Fighiera.

Es demasiado atrevido decir que nos enfrentamos, porque en realidad apenas si lo veía pasar a mi lado. Era imposible frenarlo. Una verdadera maldición para cualquier marcador de punta. Ese día se le dio por jugar por izquierda (tal vez le dijeron que el 4 era muy malo) y se cansó de meter diagonales o desbordar por afuera. Una pesadilla a quien no pudimos frenar ni con patadas a la cintura. Retacón, fornido, parecía un toro. Sólo lo veía venir. Cuando uno se aprestaba a interceptarlo, el balón y él, como un suspiro, desaparecían.

Nuestro técnico, en un arrebato de locura, en uno de sus tantos pasajes por la raya, le pegó con un mimbre. Tropezó, se levantó y siguió hasta el fondo. Una bestia.

A los pocos meses, alguien del pueblo me comentó: “Te acordás de ese puntero izquierdo de Atlético Empalme que nos volvió loco… debutó en la Primera de Newell’s”. No puedo negar que respiré más aliviado. Valió la pena tanto baile en una cancha.

La segunda fue en el invierno del 77. Cucurucho terminaba de ganar la Copa de Francia con el Reims con un gol suyo y volvió al país para sus vacaciones. Era la nota. Por la relación que nos unía lo fui a buscar.

Entró a la redacción del diario El País en la Noticia abrigado con un tapado de visón blanco. La misma lujosa prenda llevaba su esposa (la novia nicoleña que le habíamos conocido). Años más tarde Diego Maradona luciría algo similar. No vamos a negar que quedamos todos impactados por semejante vestuarios. Hubo bromas y un diálogo cordial. Ya era el “Marquez”.

Lujos, excentridades, despilfarro y una mala administración provocaron su caída del final. Sin embargo, como futbolista y como persona, fue un grande. Más allá de esas locuras que quisieron tapar tantas carencias en su crecimiento, nunca abandonó su espíritu humilde y cada vez que nos encontrábamos seguía siendo aquél pibe que una tarde en Fighiera me pegó un baile memorable.

Santamaría, verdugo canalla

Santiago Santamaría nació en Godoy el 22 de agosto de 1952. Debutó en la Primera División del fútbol argentino el 22 de agosto de 1971, con tan sólo 19 años, enfrentando a Racing. Mario Zanabria lo bautizó “Cucurucho”, porque era flaquito y de boca larga.

A lo largo de su carrera totalizó 291 encuentros con la casaca rojinegra, dividida en tres etapas: primero de 1970 a 1974, después del 80 al 82 y por último del 84 al 85; siendo el octavo futbolista leproso que más veces lo hizo en forma oficial.

Convirtió también 90 goles, ubicándose en segundo lugar dentro de los máximos artilleros del club del Parque de la Independencia, por detrás únicamente de Víctor Rogelio Ramos, quien suma 104 festejos.

Es el máximo goleador leproso en los clásicos por torneos nacionales de AFA, con 9 tantos. Entre 1980 y 1982 tuvo una racha destacada al convertir siete goles en 14 encuentros (los dos restantes los había convertido en 1974). Es además líder leproso en materia de clásicos disputados, con 31 encuentros.

El Marquez de Reims

Santamaría jugó en Francia.

A fines de 1974, Santamaría se fue de Newell’s para incursionar en el fútbol de Francia, junto a dos destacados jugadores de la época: Carlos Bianchi y Osvaldo Piazza.

Su desembarco sería en el Stade de Reims, club en el cual permanecería hasta el año 1979, y en donde disputaría 148 encuentros, convirtiendo 41 goles. Los simpatizantes de aquel club lo recuerdan por ser el autor del gol definitorio en la final de la Copa de Francia de 1977, enfrentando al AS Saint Etienne. A principios de 1979, el “Toto” Lorenzo lo visitó para ofrecerle nuevamente que se incorporara al Boca bicampeón de América y flamante ganador de la Copa Intercontinental. Pero, reiterando su postura de algunos años atrás, Santamaría declinó el ofrecimiento. Al poco tiempo retornaría a su Newell’s querido.

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