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Una emprendedora que cumplió su sueño: de la feria al local propio

Noelia tiene 27 años. Fue feriante en la plaza San Martín y ahora logró abrir su negocio: Mia Rose en España al 700

El rosa pálido de la fachada llama enseguida la atención sobre calle España al 700, apenas pasando Santa Fe. Adentro, Noelia Cabrera se sienta, sonriente, detrás del mostrador. Encima del mismo, un mate de proporciones desmedidas replica el mismo color de todo el interior del local y de las pequeñas etiquetas que cuelgan de los bolsos, carteras y camperas exhibidos. La insistencia cromática no es casual: la marca de productos de marroquinería que la joven emprendedora supo construir a fuerza de convicción y trabajo se llama Mia Rose.

Noelia posa sonriente en su local céntrico con todos sus productos de fondo.

El miércoles pasado fue el verdadero primer día del sueño cumplido: a las nueve de la mañana, Noelia levantó la persiana de su local para recibir al público. Aunque las primeras piezas (una cartera y una mochila) se vendieron durante la inauguración, el lunes por la tarde. “Eso fue hermoso”, recuerda. Ese día la joven celebró junto a su familia, amigos y compañeros emprendedores y feriantes (a quienes refiere como su “familia elegida”). Además, estuvieron presentes el secretario de Economía Social, Nicolás Gianelloni; la directora de comercialización del área, Vanina Leone; e integrantes de la Coordinación de ferias.

Primer corte

La historia arrancó diez años atrás, allá por 2007. Noelia tenía 18 años y había nacido su primer hijo, Julián. “Todo empezó con una necesidad de trabajar sin tener que salir de casa, teniendo un bebé chiquito”, cuenta la emprendedora, que no negociaba no ser ella misma quien cuidara del pequeño. “Sabía que lo que tenía que hacer estaba enfrente de mis ojos y no me podía dar cuenta de qué era. Hasta que una vez vino una prima de mi marido desde Córdoba a visitar y tenía un bolso que estaba espectacular, era de los que se usaban y estaban por todos lados en ese momento. Pero estaba a 70 pesos y comprarlo para mí, que no tenía trabajo, era imposible. Así que lo copié. Me compré una tela, lo cosí y me lo hice”, sintetiza con la misma naturalidad con la que la marroquinería entró en su vida, de una vez y para siempre.

Desde esa anécdota fundacional, todo fue crecimiento: aquel primer bolso hecho a mano fue furor entre las amigas, que también quisieron uno igual, y el boca a boca operó su magia. “Mi primer capital fue de 80 pesos y me acuerdo que hice 20 bolsos, todos del mismo modelo pero con distinta tela: cinco animal print, cinco cebra, cinco blancos y cinco negros. Los vendí a quince pesos y después aumenté a veinte”, rememora Noelia, que se acuerda de esos inicios entre risas: trabajaba sin moldes, “todo a ojo”, con una máquina de coser prestada. “Cortábamos en el comedor y remachábamos en la cocina”, retrata.

Aquel taller casero sigue existiendo y sigue siendo la fábrica de Mia Rose. Aunque hace un par de años que delegó la costura, la mayor parte del proceso sigue siendo tarea suya: diseña, compra la materia prima, corta y comercializa. Es su propia jefa y ya no se le ocurre no trabajar por cuenta propia. “Sólo sería empleada de Ricky Sarkany”, bromea y no tanto, antes de retomar. “Delegar es un paso muy difícil para el emprendedor. Pero entendí que se puede hacer y que el producto siga siendo tuyo. Hay que estar en todo los detalles, pero es posible”, reflexiona.

“No sé en qué parte de todo el proceso aprendí a hacer todo lo que sé hacer hoy. Eso se me perdió”, ríe Noelia, que asegura nunca haber asistido a clases o cursos. “La vida me hizo conocer a un amigo que fabricaba carteras y sentía lo mismo que siento yo por la marroquinería. Aprendí un montón de él”, recuerda emocionada.

Plaza San Martín, la catapulta

El desarrollo de Noelia como feriante dio su puntapie inicial en 2008, apenas un año después de la primera cartera. Durante uno de sus tradicionales paseos de domingo con su marido por el Monumento, decidieron apostar al paño al piso: el primer día, llevó diez carteras y vendió ocho. Rápidamente, con apoyo de su papá, la manta se transformó en un stand hecho y derecho con tablones y tubos. Cuando tuvieron que irse de ahí, se trasladaron a una feria en la localidad de San Lorenzo, donde funcionaba una “gran comunidad de microemprendedores”.

Pero “la catapulta” definitiva, para Noelia y su Mia Rose, se dio en 2013, cuando llegó a la feria de plaza San Martín que organiza la secretaría de Economía Social municipal y que funciona todos los miércoles de 9 a 18. “Mi mamá me anotó de prepo en lo que en su momento era Economía Solidaria y fui medio enojada a la entrevista”, admite la emprendedora. Es que para ese entonces había nacido su hija Mia y estar todo un día fuera de casa lejos de la pequeña no le resultaba una idea muy grata. “Pero Lía, la coordinadora que me entrevistó, se enamoró de mis carteras y yo me sentí re estimulada”, cuenta.

El primer tiempo en el nuevo espacio no fue sencillo: “Me costó encontrarle la vuelta, estuve como cuatro meses sin vender. Hasta que un día dije ‘si hoy no vendo, no vuelvo’. Y ese mismo día vendí un montón”, narra con simpatía. Desde entonces, siempre tuvo y renovó clientela que confiaba en la calidad de sus productos tanto como en ella.

“Lo que crecí desde que empecé en San Martín hasta ahora es increíble, en todo sentido. También me dio la posibilidad de ir a otras ferias especiales, de volver al Monumento que es un lugar que me encanta porque es donde empecé. Fue una catapulta para llegar a esto. Me dio el impulso y la confianza para animarme a más”, resume la emprendedora. Además, menciona que el éxito del puesto en San Martín le abrió las puertas de espacios privados que le significaron nuevos públicos para su marca.

una relación especial

Durante la charla, Noelia no tarda en destacar a Marisa Castellanos, la coordinadora de la feria de San Martín. “Me llevo muy bien con todos los coordinadores de ferias, pero tengo una relación especial con Marisa. Ella fue muy importante para mí. Yo siempre le dije que no la iba a defraudar con todo lo que me había ayudado, que yo un día iba a tener mi local. Siempre creyó en mi producto”, asegura y agrega: “Ella valoraba mi compromiso: yo siempre cumplía, nunca tenía peros. Para mí es como una amiga, pero si estoy enferma y no puedo ir igual le mando la foto del certificado médico. Por más que haya confianza, hay que hacer bien las cosas”. Marisa, por supuesto, también estuvo en la inauguración.

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