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Entre sueños rotos y regresos truncos

Bondi Colectivo Teatral ofrece un contundente y emotivo homenaje a los personajes discepolianos con “Grotesca. Suite criolla”, su nuevo trabajo.

Un puñado de personajes, una especie de masa que fermenta, un magma tracción a sangre que se mueve a tientas en el fondo de la escena, en una acertada penumbra. Se trata de la génesis poética, el útero fecundado de una multiplicidad de personajes de carne y hueso que traerán al presente las referencias textuales y dramáticas de los inmigrantes dejados a su suerte en los conventillos de las primeras décadas del siglo pasado.

Hijos imaginarios de aquellos hermosos y amargos perdedores urdidos por Armando Discépolo para su inconmensurable Trilogía del Grotesco Criollo, éstos parecen ser otros, quizás los que remedan un homenaje a los cientos de miles de anónimos cuyas historias nunca se contaron, los que murieron solos, olvidados, añorando sueños rotos o regresos truncos.

Esos que no tuvieron historia, los que, como Mateo o Stéfano, vieron la vida pasar, están allí para contar la suya, tan rota, tan fragmentada como los trastos o los harapos que los rodean, pero llenos de música.

Pobres (pobrísimos), resistiendo el fracaso, el desamor, la familia que se diluye, y dispuestos, incluso, a llegar a la humillación más grande por un plato de comida, por salir del camino trazado, los personajes de Grotesca. Suite criolla responden al género, transgrediendo conscientemente, como lo hizo Discépolo, las leyes del melodrama que lo antecedía, entre risotadas y llantos que exageran su tránsito y que a veces conviven sabiamente en una misma situación en la que por eso mismo que se ríe, se llora .

Bellamente creados y pensados por este equipo de talentos en el contexto de una “suite”, por su fundante construcción dramática basada en fragmentos como pasa con la música, madres, padres, hijos, abuelos, tíos, vecinos, nietos; deprimidos, irascibles, soñadores, agotados, rendidos, entregados, abandonados; solos o acompañados, irán apareciendo a borbotones, como la sangre, como la espuma, y de ese mismo modo dejarán fluir su pequeña gran tragedia que, claramente, siempre podrá ser peor.

Grotesca. Suite criolla es un espectáculo teatral con reminiscencias de cantata, que agrupa 58 personajes incluidos en 12 historias diferentes contadas por 19 actores, que en la mayoría de los casos recrean tres o cuatro personajes cada uno, con la sutil y edificante mirada de los directores Hernán Peña y Cielo Pignatta.

Como pasaba con su trabajo anterior, una bella y poética versión de Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal, con la que Bondi. Colectivo Teatral, grupo de estudio y montaje de la Escuela de Actores de La Comedia de Hacer Arte se daba a conocer el año pasado, aquí repiten algunos recursos como la saturación de las escenas, basadas en las tensiones de los personajes en torno a un espacio único que, con la presencia de los cuerpos y la contundencia de una serie de procedimientos coreográficos, se esfuman hacia el fondo rearmando el espacio, siempre estratégicamente, para dar continuidad narrativa. Y si bien en la antecesora y ópera prima del grupo, la pluma de Marechal era la que brillaba de manera contundente, son aquí las máscaras y las resoluciones morfológicas de los personajes, con sus inevitables disparidades, las que sustentan el ejido o trama dramática que en todo momento busca alcanzar el equilibrio.

De hecho, son los mismos actores, algunos también músicos y todos dispuestos al canto (algunos con pasajes memorables), los que portan los objetos para potenciar su multiplicidad en escena, acompañados por una tenue puesta de luces de impronta pictórica que dialoga dramáticamente con cada una de las escenas o “estampas”. Pero hay más: los actores son aquí, más que nunca, los grandes protagonistas de una historia, rica y profusa, que hace alarde de un barroquismo de la pobreza, sumando una intencional coloratura sepia a todo el montaje, y en algunos pasajes, un estallido de gritos y palabras, muchas nacidas al calor del cocoliche tan propio del género.

Así, entre dolor y música, entre la nostalgia exaltada e inevitable, conviven personajes y espectadores a lo largo de poco más de una hora plagada de imágenes de una insoslayable potencialidad poética y evocativa. De principio a fin, y entre bellas sevillanas clásicas como “Sueña la margarita” y cansonetas italianas como la oportunísima “Cu ti lu dissi”, el material es un homenaje al pasado de cara al presente, al origen de una argentinidad discutida y diezmada, a ese “estar solos, rodeados de tanta gente”, con los acordes de una acordeón que se pierden a lo lejos, exhibiendo en primer plano el rostro obsceno y doloroso que marca el camino de todo grotesco.

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