Existe una popular frase que señala que “Brasil es el país del futuro y siempre lo será”, en alusión al potencial que tiene el gigante sudamericano para convertirse en una potencia mundial, situación que nunca termina de concretarse.
Brasil ha experimentado desde la segunda mitad del siglo XX momentos de importante auge económico –sustentado con vastos recursos materiales–, que generaron grandes expectativas, fronteras adentro y afuera, en relación a su posibilidad de converger con el mundo desarrollado.
La última gran desilusión en relación al “milagro brasileño” es muy reciente y se relaciona con la fuerte crisis política y económica que experimenta Brasil desde 2015, que dejó atrás un período de estabilidad económica e institucional iniciado por Fernando Henrique Cardoso y continuado por Lula Da Silva.
Sin embargo, la actual coyuntura que vive Brasil, además de reactualizar la frase en cuestión, acentúa de manera drástica una histórica característica de su vida política, como es el conservadurismo extremo de gran parte de la clase/elite política, hoy en el poder luego de que Michel Temer llegase a la presidencia en mayo de 2015 a través de un cuestionado impeachment a Dilma Rousseff.
El conservadurismo de las elites brasileñas debe remontarse a los orígenes mismos de la construcción del Estado Nación.
A diferencia del resto de los procesos de independencias de América Latina, que culminaron con la formación de repúblicas, Brasil optó por crear una monarquía constitucional, (duró desde 1822 hasta 1889), una forma de gobierno que representaba el atraso en relación a las ideas liberales y republicanas emanadas de la revolución francesa y norteamericana.
Es más, Brasil fue el último país de todo el continente en abolir la esclavitud, por ejemplo, que fue decretada en 1888, a diferencia de Chile, que lo hizo en 1823, México en 1826, Uruguay en 1830, Bolivia en 1831 y Argentina en 1853.
La denominada “República Vieja” (1889-1930) se caracterizó por el monopolio del poder de la oligarquía cafetera antiliberal, con escaso capital cultural e intelectual y con una visión de comarca muy distinta a la oligarquía rioplantense imbuida en el liberalismo y el cosmopolitismo europeo.
Desde esa matriz particular es que deben comprenderse algunas de las políticas y medidas que hoy en día emanan de los tres poderes del Estado brasileño.
El juicio político a Rousseff y el fin de la experiencia del Partido de los Trabajadores (PT) selló una alianza parlamentaria con un bloque multipartidario de antiguos opositores denominado “centro político”, monopolizado por legisladores conservadores, al que se le suma una importante fracción del poder judicial con la misma orientación ideológica.
El actual conservadurismo tiene en su núcleo al poder evangélico (Iglesia Universal del Reino de Dios), que cuenta con importantes referentes en el Congreso (90 escaños) y con cargos ejecutivos además de estar gobernando en distintos Estados y Municipios.
En octubre del año pasado, Marcelo Crivella, un controvertido pastor evangélico fue elegido alcalde de Río de Janeiro.
Desde mayo de 2016 a la fecha, Brasil registra un sinfín de medidas e iniciativas que ponen de relieve una extrema visión conservadora difícil de observar en otra parte de América Latina.
Cabe recordar la nula representación de género y raza en el gabinete escogido por Temer, la rectificada decisión de eliminar el Ministerio de Cultura, la sanción de una Ley de Trabajo Rural que contempla el pago de vivienda y comida como parte del salario de los trabajadores y el fuerte recorte en el presupuesto de Ciencia y Tecnología, que lo sitúa a niveles de fines del siglo XX.
A su vez, en los últimos días sorprendió un pedido público del Ministro de Economía Henrique Meirelles a los fieles evangélicos de todo el país para que “oren” por el crecimiento de la economía.
Por último, a mitad de semana se conoció la decisión del Juez Federal Waldemar Carvalho de habilitar a un grupo de psicólogos que traten a la homosexualidad como si fuera una enfermad, práctica que había sido prohibida en 1999.
Cabe indicar que el propio Crivella, a quien algunos señalan con posibilidad de convertirse en el primer evangélico en ser presidente de Brasil, había sostenido que el catolicismo era una “doctrina demoníaca” y que los gays padecían un “mal terrible”.
En definitiva, Brasil experimenta una etapa de neoconservadurismo político y social con características más próximas al siglo XIX que al siglo XXI.
Si por el potencial de su economía, territorio y recursos Brasil “siempre será el país del futuro”, no caben dudas que en materia política/sociocultural, “Brasil es el país del pasado y siempre lo será”.
(*) Profesor de la Cátedra Política Internacional Latinoamericana. Becario Posdoctoral del Conicet.
Espacio de colaboración entre El Ciudadano y la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales para promover la reflexión y opinión de los asuntos globales.