El viernes el grupo de chicos que en 2007 se juntó por primera vez para dar inicio al proyecto “El fútbol: pasión que transforma” se reencontró en el Polideportivo 7 de Septiembre y, con la excusa de jugar nuevamente un rato juntos, compartieron una mañana de abrazos, risas y anécdotas junto a los equipos de los centros de Convivencia Barrial y de Salud de barrio Emaús y de La Casita del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.
El fútbol es el factor convocante para que desde hace una década decenas de niños, adolescentes y jóvenes se acerquen y se vinculen, compartan y promuevan otro modo de relacionarse entre sí y con las instituciones de esa zona del distrito Noroeste. “Arrancamos en 2007 con la idea de invitar a los pibes de segunda infancia a participar de las actividades del CCB”, cuenta Hernán, profesor de educación física del espacio e impulsor principal del proyecto. “La canchita estaba a media cuadra. Al principio surgieron algunos conflictos entre ellos, hasta que empezaron a construir algunos vínculos que les permitieron conformarse como grupo y transitar el barrio en que viven, relacionándose desde el respeto”, agrega.
Hernán se emociona al volver a verlos jugar juntos y reflexiona sobre el crecimiento de los chicos. “Parece como si los diez años no hubieran pasado”, dice.
Solamente un juego
Mientras esperaban las hamburguesas que estaban asando las mujeres del CCB, Brian y David descansan tras el partidito a la sombra de los árboles del Polideportivo, y rememoran los partidos de su infancia. “No nos enojemos. Es solamente un juego”, recuerda Brian sobre las veces cuando había alguna gresca en los partidos. Hoy tiene 21 años y no pasa tantas horas jugando al fútbol con sus amigos en la canchita. “Ahora estamos más grandes, pensamos en otras cosas, tenemos otras responsabilidades y está muy bueno volvernos a encontrar, a hablar y a jugar”, dice. “Un día me gané un trofeo al mejor compañero y todavía lo tengo ¡Lo limpio todos los días!”, comparte.
Brian, junto a su amigo David, repasan la historia del proyecto. “Teníamos una canchita frente a nuestra casa y jugábamos ahí. Un día vino Hernán (profesor del CCB) con unos chicos más y se instalaron ahí. De a poquito nos empezamos a juntar. Primero éramos unos pocos, pero después se empezaron a sumar más chicos y al final ya éramos un montón”, cuenta.
Los chicos rescatan la experiencia que vivieron hace diez años como un espacio de diversión y respeto. “Ya nos conocíamos, pero nos hicimos más amigos. Con algunos hace mucho que no nos veíamos. Somos amigos de toda la vida y nos gusta volvernos a encontrar”, coinciden.
El juego es un medio
Gerardo es médico del Centro de Salud Emaús y hace de árbitro, pero se divierte como un chico más. Los conoce desde el principio y une el trabajo con un vínculo afectivo. “En 2007 arrancamos con Hernán este proyecto que estaba pensado para trabajar con pibes que tuvieran alguna situación problemática. La idea era tener un espacio de encuentro y recuperar el vínculo con las instituciones. El fútbol era el vehículo que los convocaba. Llegábamos y hacíamos picar la pelota. Los pibes se congregaban solos”, recuerda.
Para el médico, el fútbol sirve para reforzar prácticas solidarias y de convivencia entre los niños. “La diferencia es que había un profesor de educación física del CCB y un médico del centro de salud. Establecíamos reglas de juego y mediábamos ante conflictos. Habíamos puesto como límite la agresión: si había agresión se cortaba el partido. Así aprendemos a ver al otro como a un semejante. Con el tiempo, los chicos conformaron un equipo y les iba re-bien porque estaban acostumbrados a jugar juntos”, dice.
Según Gerardo la utilidad del juego les permite abordar otras problemáticas: “A diez años se vuelven a encontrar, se ríen, se cargan por distintas circunstancias de la vida, pero pueden soportar una cargada que de chicos no podían. Con la excusa del fútbol se mejora mucho la convivencia”, cuenta y agrega: “Hace un par de años que incluimos la perspectiva de género. Promovemos que las chicas jueguen a la pelota y participen del espacio con los varones. De esto se trata: son jóvenes que por ahí en otro barrio estarían en situaciones complicadas, y el modo de vincularse que hemos construido a partir del fútbol nos ha permitido una suerte de cercanía. Eso ayuda muchísimo”. Para Gerardo gracias al fútbol superaron una rivalidad territorial entre los barrios Emaús y 7 de Septiembre.