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Los exponentes de la nueva camada de escritores de crónica

Silvina Tamous, editora de El Ciudadano, es una de las periodistas convocadas para participar del primer Festival de Literatura de no ficción.

La crónica afianza los aires de cambio que acechan al periodismo tradicional con un repertorio de nuevas voces como las de Santiago Rey, Mariana Guzzante, Silvina Tamous y Exequiel Svetliza, exponentes de la nueva generación de escritores de no ficción, que participarán de Basado en Hechos Reales, primer festival dedicado al género que tendrá lugar entre el 30 de noviembre y el 2 de diciembre en el CCK.

Los cuatro viven lejos de Buenos Aires y han dado mucho más que los primeros pasos dentro de esta disciplina en cuyos márgenes confluyen el periodismo narrativo, la crónica y el documentalismo.

Tienen entre 30 y 40 años y colaboran con suplementos culturales y publicaciones diversas donde dan a conocer sus trabajos: Guzzante vive en Mendoza, Svetliza en Tucumán, Tamous en Rosario y Rey en Río Negro.

Son voces autorizadas para analizar el devenir actual de la crónica y descifrar si son algo más que una expresión de deseo las miradas que insisten en otorgarle estatus de fenómeno cultural y editorial.

«No me parece casual que el supuesto auge de la crónica coincida con una etapa en la cual el periodismo se percibe en crisis. Creo que, impulsado por la necesidad, el género ha sabido segregarse y ganar un espacio por fuera de los medios tradicionales. Cada vez más editoriales publican crónica y se han vuelto más frecuentes los debates académicos, premios y festivales que tienen al género como principal protagonista», sostiene Exequiel Svetliza en entrevista con Télam.

«Sin embargo, si pensamos en la Argentina, ¿cuántas publicaciones abocadas a la crónica son actualmente sustentables? ¿Cuántos autores pueden vivir sólo de producir crónicas? La respuesta es que muy pocos. En términos de mercado, hablar de boom de la crónica me parece exagerado. Eso sí, es indudable que de un tiempo a esta parte el género ha ganado prestigio y lectores», acota.

Para Mariana Guzzante, si bien se registran antecedentes que se descorren de los primeros años del XXI, desde 2003 en adelante se percibe un boom de escrituras creativas de no ficción, alentado por «una serie de obras que tomaron la realidad y la enfocaron con inteligencia: escribiéndola con los recursos de la ficción».

«La primera que leí­ dentro de esta corriente fue ‘Pollita en fuga’, de Josefina Licitra, que publicó la revista Rolling Stone en julio de 2003. Los escritores de crónica pasaron a ser tapa en suplementos de cultura y recibir premios. ‘Cuando me muera quiero que me toquen cumbia’, de Cristian Alarcón, encendió una mecha. Pero al tiempo empezaron a aparecer antologí­as de crónicas de cualquier cosa y hubo un momento de saturación. El género, igual, resiste con potencia… este año han salido obras muy interesantes, como ‘El salto de papá’, de Martí­n Sivak», apunta.

Santiago Rey detecta «un interés genuino en hurgar otras formas de contar, lo cual no implica cambiar los elementos esenciales de nuestro trabajo: ir, estar, ver, preguntar, escuchar, narrar de la mejor forma posible».

¿La crónica sigue transitando algunos lugares comunes que pueden bastardear su potencia? Hoy parecen subsistir los textos que insisten en narrar la marginalidad o o la pobreza, aunque en los últimos tiempos publicaciones digitales como Anfibia, Socompa o Panamá se están dedicando a contar también con los recursos de la crónica los vaivenes de la política, lo que podría sugerir una apertura hacia nuevos focos de exploración.

«Ese es un debate que se viene dando hace tiempo. Por un lado, está todo el peso de una larga tradición de la crónica latinoamericana dedicada al relato de los márgenes. Por el otro, el hecho de que los grandes premios de periodismo narrativo que hay en la actualidad suelen otorgarse a las crónicas que abordan temáticas como narcotráfico, marginalidad, pobreza y distintas formas de violencia», alega Svetliza.

«El género se encuentra en una fase de expansión en la que sería saludable y necesario incorporar nuevos temas a ese repertorio, pero para hacerlo deberá rebelarse al mandato de las tradiciones y de las instituciones», arriesga el periodista.

«El problema no es narrar la pobreza, sino cómo se narra. Uno tiende a caer en todos los lugares comunes. Tendemos a transformar a los pibes en ángeles para justificar los pedidos de justicia, para conmover, y en esa visión nos comemos parte de la historia», precisa Tamous.

Tan difícil como desmarcarse del estereotipo de la marginalidad es acaso sustraerse a los componentes surreales o grotescos que salpican la realidad argentina: «En Tucumán hubo un genocida que limpió la ciudad de mendigos y los mandó a morir de frío en Catamarca. Lo hizo por razones estéticas, las mismas que lo impulsaron a tapiar las villas miserias. Ese genocida gobernó la provincia en democracia y su hijo obtuvo alrededor de 150.000 votos en las últimas elecciones. Es un ejemplo que demuestra cómo acá la ficción siempre pierde por goleada frente a la realidad», ilustra Svetliza.

«Vivimos una realidad que para muchos puede resultar increíble. Sin embargo, creo que los cronistas debemos evitar caer en un macondismo exacerbado sólo a los fines de cumplir con la cuota de exotismo que requiere la mirada de Buenos Aires o el mercado editorial. El desafío es contar lo extraordinario con la misma naturalidad con que lo vivimos a diario», enfatiza.

¿Qué temas capturan la atención de estos cuatro cronistas que desde sus territorios buscan atrapar al lector con historias escritas a contramano de la prisa del periodismo tradicional?

Se podría pensar que la vida lejos de Buenos Aires favorece la búsqueda de temáticas menos adocenadas y permite concebir los textos con otro pulso narrativo. Guzzante acusa recibo rápidamente: «Me interesan justamente los que no vienen importados de Buenos Aires. Esto no es ‘el interior’ -cuestiona-. No entiendo esa mirada que uniforma al resto de las 23 provincias. Además de que la diversidad es enorme: de climas, de culturas, de paisajes, de tonadas del habla».

«Me interesa rescatar historias que han sido sepultadas debajo de los escombros. Mendoza es una tierra sí­smica. Cada relato tiene su pulso, no importa de dónde seas», advierte la periodista.

«Me atrapan distintos temas como la desigualdad, el tango, la cumbia los carnavales y cualquier historia que me divierta y que transforme el trabajo en algo lúdico. Es mi manera de conectarme con la escritura», precisa Tamous.

A Svetliza lo motivan en cambio las historias protagonizadas por antihéroes, «aquellos que no tienen nada que perder o que lo han perdido todo; los que se inmolan por alguna causa». «En principio cualquier tema es susceptible de ser tratado en una crónica -señala-. Un buen cronista debería poder ir a un cementerio, detenerse frente a cualquier tumba al azar y contar la historia de quien yace ahí».

La idea del interior como un territorio adecuado para gambetear el alocamiento urbano no parece haber resultado tan seductora para Rey, que se autodefine como «periodista full time con vista al lago» y admite que en su caso la idealización de un lugar más tranquilo, alejado de Buenos Aires, resultó un fiasco, «por lo menos en relación a los tiempos y dedicación laboral, ya que el formato crónica tiene otras exigencias que no pasan por la inmediatez, sino por un conjunto de sensibilidades que no conocen de geografí­a».

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