Por Esteban Actis*
Desde la conformación de los Estados Nacionales hasta hoy, los gobiernos latinoamericanos no solo condujeron el complejo contexto político y económico doméstico. También gestionaron, en un entorno internacional que les es «dado».
En ese sentido, los períodos de crecimiento/retracción que atravesó América Latina, están estrechamente relacionados con la permisibilidad o restricción externa.
La situación se agudiza con el acelerado proceso de globalización imperante desde finales del siglo XX. Si por la condición periférica (escasos recursos duros de poder y “tomadores de reglas” del sistema internacional) y por estructuras productivas similares, el contexto externo se vuelve prácticamente homogéneo para todos los países; la heterogeneidad en los resultados se explica por la forma que tuvieron los distintos gobiernos latinoamericanos de gestionar y administrar el “mundo que les tocó”.
Es dable señalar que desde finales de los setenta, el devenir económico de América Latina estuvo influenciado por dos variables externas casi excluyentes: el precio de las materias primas y la disponibilidad del capital global. El punto que merece ser destacado es que cuando ambas variables fueron restrictivas (caída de precios de las materias primas y retracción de capitales), la región en su conjunto atravesó una etapa de crisis sistémica. Fue lo que sucedió en los ochenta y a finales de los años noventa. Para poder lograr una mínima estabilidad económica y política es indispensable que al menos una de las variables en cuestión sea permisiva. Como ocurrió en el primer lustro de los noventa, se necesita una de las variables (en aquel caso el arribo de capitales) para dar lugar a un proceso de crecimiento.
Así, las variables en cuestión tienen una influencia directa pero no determinan per sé los resultados, dado que se deben ponderar las variables domésticas que entran en juego.
Los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (Brasil) y de Fernando de la Rúa (Argentina) atravesaron el mismo contexto adverso externo pero la gestión frontera adentro fue totalmente distinta. Uno pudo sortear la crisis y entregar la banda presidencial a su sucesor, el otro tuvo que dejar anticipadamente el poder.
En este marco, es preciso enfatizar que desde 2002 hasta la fecha, los países emergentes transitaron desde un doble boom externo (2002-2012) hacia un único boom frágil ligado al financiamiento asequible en los mercados internacionales (2012-2017).
La finalización del período de “doble boom” impactó de lleno en el crecimiento económico de la región pero no afectó por igual a los países. Eso no sólo obedeció al grado de dependencia económica sobre los recursos naturales exportables, sino también a cómo cada país gestionó internamente la globalización financiera y usufructuó de la abundancia de capital hacia los emergentes.
Hasta el final de 2015, Argentina sufrió las consecuencias de la merma del boom de commodities y de su marginación del mercado privado de capitales dado la no resolución de los temas pendientes del default de 2001. La trunca estrategia de retornar a los mercados privados en 2014 producto del fallo adverso en la Corte Suprema de Estados Unidos agudizó la restricción externa de la Argentina. La robustez y diversificación relativa de su economía, la decisión de postergar la corrección de algunos desequilibrios macroeconómicos y la obtención de nuevos canales de financiamiento (Swap con China) le permitió al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner atravesar sus últimos años de mandato con cierta estabilidad.
El cambio de gobierno en 2015 implicó que la Argentina abrazase el retorno a los mercados internacionales y al endeudamiento externo subiéndose vertiginosamente a la ola de disponibilidad de capital hacia los emergentes. En un entorno market friendly, en menos de dos años la administración de Mauricio Macri tomó deuda por más de 80 mil millones de dólares. Gracias al “boom de capitales” el nuevo gobierno logró amenguar la recesión, financiar el abultado déficit fiscal que se mantiene muy elevado y garantizar una relativa estabilidad económica.
En el caso de Brasil, el fin del “doble boom” coincidió con el inicio de un periodo de inestabilidad política muy agudo que derivó en la salida anticipada de Dilma Rousseff en 2016.
La crisis política doméstica y los desequilibrios macroeconómicos (principalmente en materia fiscal) condujeron a un escenario de fuerte recesión.
Brasil, que entre 2008 y 2014 había apostado fuertemente a la globalización financiera (llegó a ser «grado de inversión» por las principales calificadoras de riesgo), evidenció una importante vulnerabilidad externa (salida de capitales) explicada más por el escenario doméstico que por el contexto externo. La defección brasileña fue más endógena que exógena.
Se debe puntualizar que las proyecciones en torno al futuro del boom del capital barato hacia los emergentes no son alentadoras, de ahí la fragilidad mencionada. América Latina parece transitar un camino complejo. Es el de una nueva modificación negativa en torno a las variables en cuestión que la deja sin boom externo alguno con el agravante de que los cambios en los flujos internacionales de capitales acentúan la vulnerabilidad externa. De concretarse el escenario, por primera vez luego de los primeros años del siglo XXI, la región afrontará nuevamente un contexto externo altamente restrictivo que condicionará pero no determinará los efectos y consecuencias de cada país. Como se intentó ponderar y evidenciar, en última instancia, en la actual globalización, las políticas nacionales aún cuentan.
(*) Doctor en Relaciones Internacionales (Docentes de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR/ Becario Posdoctoral del Conicet.