Araceli González dijo que no es feminista porque tiene un hijo varón precioso y un marido hermoso y en las redes cientos de mujeres usaron el hashtag #soyfeminista para contar por qué son feministas. “No se nace mujer, una llega a serlo”, del libro El segundo sexo (1949), fue de las frases de Simone de Beauvoir que marcó el feminismo del siglo XX. Parafraseando a la filósofa francesa El Ciudadano propuso a mujeres de la ciudad contar cómo se hicieron feministas. Porque no se nace feminista, una llega a serlo. En la primera edición de esta propuesta, hablamos con Silvia Augsburger, integrante de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito y diputada provincial de Igualdad y Participación. Durante su mandato como diputada nacional entre 2005 y 2009, fue la autora de la ley de matrimonio igualitario aprobada en 2010 y de la ley de identidad de género. También fue la primera legisladora en ingresar al Congreso el proyecto de la campaña de despenalización del aborto.
Silvia llegó primero a la militancia en un partido político y después al feminismo. Piensa que toda su vida política se trató de un diálogo tenso entre los dos espacios. O mejor dicho, se mueve en la política con una cabeza feminista porque está segura de que no existe la militancia sin feminismo.
Empezó en la universidad con la vuelta de la democracia y la formación del centro de estudiantes de la Facultad de Bioquímica de la UNR. Se afilió al PS y en poco tiempo formó las filas de la campaña presidencial que encabezaba Enrique Estévez Boero. La militancia en la Juventud Socialista, recuerda, estaba marcada por el incentivo de la participación de las mujeres. “Pero de discriminación no hablábamos. No la percibía, sentía ni sabía de qué se trataba”, aclara.
Habla con El Ciudadano en un bar del centro. Toma cortado y lo primero que aparece en la charla es que este año será el de la lucha por la adhesión a la ley de paridad, sancionada en el Congreso a fines del año pasado. Adelanta que será un debate tenso y apuesta a la unidad de las legisladoras más allá del color político y de la militancia del movimiento de mujeres. Habla tranquila, como en un equilibrio que aprendió a construir para todas sus decisiones políticas y personales. Cuando mira al pasado no puede evitar pensar en el presente y en todo lo que se viene. Toda su vida, aclara, se trató de desarrollar estrategias y esa es la forma de transformación en la que cree.
Está al tanto de los nuevos debates del feminismo, de lo que mueve a las más chicas. Las mira con entusiasmo y con el respeto de los que no se asustan con lo nuevo. No da cátedra, no ve en el impulso nuevo algo que aleccionar. Piensa en su experiencia personal y en cómo sus decisiones fueron políticas. Equilibra. Cree y se entusiasma con una revolución sexual que de joven no vivió y al mismo tiempo se detiene a dejar en claro cuál es la batalla más importante. “La división sexual del trabajo”, dice con calma y explica. “Ese es el núcleo del machismo más difícil de tocar. Que el hombre entienda que su agenda pública no puede tener 24 horas. Que no puede organizarse la vida a partir de otra que se ocupa del cuidado de los seres queridos”.
Cuando estaba a punto de cumplir 30 años Silvia fue invitada junto con un grupo de compañeros a un congreso de Juventudes Socialistas en Portugal. “Había un taller de género y cómo la era única mujer caía de maduro que me tenía que anotar”, cuenta. El seminario estaba a cargo de Pía Locatelli, una referente feminista italiana que en ese momento era diputada socialista. Silvia se acuerda que entró al taller como militante política y salió como militante feminista. “Se me abrieron los ojos. Pensé en qué había estado haciendo todo ese tiempo ¿Cómo se podía luchar por la igualdad si no comprendíamos la desigualdad entre varones y mujeres?”.
Al regresar se juntó con otras compañeras y empezaron a trabajar la agenda de las mujeres adentro y afuera del partido. Adentro, exigieron que se garantizara el cuidado de las hijas y los hijos en todos los eventos y congresos, hicieron una publicación sobre las mujeres vinculadas al socialismo en la lucha por el sufragio en Argentina y en 1996 modificaron el estatuto del PS, que se convirtió en el primero del país en incorporar el cupo femenino. Afuera, se metieron de lleno en el incipiente movimiento de mujeres argentino.
Feminismo estratégico
La segunda ola feminista a Silvia le llegó en 1996, cuando la eligieron secretaria de la Mujer en el PS a nivel nacional. Desde la Fundación Ebert, de Alemania, la invitaron al Foro de Mujeres del Cono Sur. Era un evento anual y participaban unas 25 mujeres de organizaciones políticas y feministas. “Nos encerrábamos cuatro días en un lugar de América Latina, se elegía un tema y trabajábamos. Eran mujeres más grandes que yo y tuve la oportunidad de conocer a las feministas que activaban en todo el continente”.
Una de las cosas que le llamó la atención y que ya había notado en las feministas argentinas mayores que ella era cómo ninguna había podido quedarse en las organizaciones políticas en las que habían empezada a militar. En el plano personal veía experiencias familiares frustrantes, con matrimonios en jaque. “Hasta bien entrada la democracia las mujeres políticas que se volvían feministas eran eyectadas de los partidos. No resistían el machismo tanto en el partido como en el matrimonio. A mí la militancia feminista me encantaba pero entraba en contradicción porque no quería repetir esa historia. Primero porque en mi partido venía pum para arriba, iniciándome y creciendo. Y en mi vida personal estaba recién casada y tenía hijos chiquititos”, recuerda.
Con los años se dio cuenta que para ser feminista tenía que pensar la militancia política, el matrimonio y la familia como campos de luchas estratégicas. “En mi matrimonio como los dos veníamos de la militancia no era políticamente correcto impedir mi militancia 24 horas. Cuando no teníamos hijos éramos muy liberales. Pero cuando nació mi primer hijo si había actividades a las que teníamos que ir los dos me quedaba yo. Lo mismo cuando se enfermaba. Igualmente siempre traté de entender porque hay que entender a los varones que son colaboradores. El feminismo necesita esos aliados. Siempre pensé en cómo lo vivía él frente los varones que no colaboraban. El varón que dice que se tiene que ir de una reunión para cuidar al hijo está mal visto o se queda afuera de los acuerdos”, opina.
Silvia recuerda discusiones ideológicas intensas. Él creía que se había vuelto una fundamentalista. Con el tiempo el avance de la agenda de las mujeres hizo que pensara muchas cosas de otra manera. “En las parejas hacés un equilibrio. Yo también lo hice y sé las cosas que resigno. Cuando tomás un café con una amiga feminista y le planteás todas las contradicciones que tenés adentro, siempre digo que no se puede ser feministas y coherentes cien por ciento en la vida privada. El mundo es machista y no nos tenemos que inmolar. La lucha es social y colectiva. Yo tengo una sola vida y quiero vivir y ser feliz. Las mujeres no podemos sentirnos en una contradicción extrema si en la casa no criamos a un hijo varón como el feminista número uno o si hacés el 70 por ciento de las tareas y tu compañero hace el 30. Hay que ir buscando la vuelta. Es un avance lento y tenés que saber que las generaciones futuras disfrutarán de todo lo que a vos te costó”.
La experiencia partidaria también la llevó por ese camino. “Si yo me hubiese vuelto una feminista a ultranza y si no se aceptaban determinadas cosas no hubiese podido hacer lo poquito o mucho que hice”, dice.
Lo poquito o mucho que hizo lo encaró primero en sus dos mandatos como concejala y después como diputada, tanto nacional y provincial. En todos los espacios de representación que ocupó los derechos de las mujeres fueron su bandera y tenía una agenda donde se podía lucir y proyectar. “No me sentí expulsada de mi organización. Creo que fue por el momento histórico. Soy de una generación política que vivió el crecimiento de la agenda de las mujeres en las legislaturas gracias a la sanción del cupo femenino de 1992”.
Al Concejo llegó en 1997. A la par, desde el grupo de feministas del partido impulsaron a Lucrecia Aranda al frente del Área de la Mujer. En conjunto armaron el primer plan de igualdad de oportunidades de la Municipalidad, “lo que estaba en auge en los debates de esa época”, recuerda.
La ola verde
En 2003 Silvia participó por primera vez del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) que se hizo en Rosario. La edición quedó en la historia del movimiento de mujeres argentino por el surgimiento de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Se acuerda que fue la primera vez que lograron hacer el taller de estrategias hacía la despenalización sin que fuera boicoteado por los grupos conservadores. “Asumimos un discurso que fue fundamental para avanzar: el taller era para discutir estrategias de la futura ley, las que no estuviesen de acuerdo con la legalización podían participar de otros. Es similar a lo que vienen planteando las trabajadoras sexuales hoy en los encuentros”, explica.
Después del taller vino la marcha encabezada por la bandera de la despenalización. Dos años más, en 2005, Silvia llegó como integrante de la campaña junto con otras compañeras a la puerta del Congreso Nacional. Llevaban las cajas con 50 mil firmas juntadas en todo el país para pedir una ley que despenalizara el aborto en todas las causales hasta la semana 14. En 2007 y ya como diputada fue la encargada de ingresar el proyecto de ley. También fue autora de la ley de matrimonio igualitario, aprobada en 2010, y de la primera ley de identidad de género, que no llegó a ser tratada.
El ENM fue para Silvia la tercera ola. Recuerda que la ciudad seguía su ritmo habitual pero que ella sentía que el mundo entero se daba vuelta. “Salimos del encuentro pensando que al día siguiente legalizábamos el aborto”, recuerda ahora y no puede dejar de hacer el paralelo con la militancia en la facultad, cuando, dice, estaba segura de que era parte de la generación que iba a cambiar el mundo. “El encuentro era nuestro momento. Para mí fue fundante: la apertura hacia el gran movimiento de mujeres”.
Silvia cree que la bandera de la despenalización logró atravesar a todo el movimiento feminista argentino. “Hoy las más jóvenes llegan al encuentro de mujeres y lo primero que hacen es buscar el puestito de la campaña para pedir el pañuelo verde. Es casi como un uniforme”.
De la práctica a la teoría
Durante años la formación de Silvia en el feminismo fue práctica. Había leído poco y sin método. Cuando terminó el mandato en la Cámara de Diputados llegó el tiempo para estudiar. Se anotó en la maestría de Género de la UNR para rellenar con teoría lo que había hecho. Cada texto que leía, reflexiona, le hablaba de lo que sentía y de lo que había vivido durante 20 años.
Para ella ahí está el éxito de Ni una menos. “¿Por qué de repente explota el debate sobre la violencia hacia las mujeres y tenemos movilizaciones masivas? La violencia sexista y la discriminación existen en la vida cotidiana de cada una de las mujeres y de muchos hombres. Es algo que conocemos. Cuando aparece una válvula donde expresarlo es imparable”.
50 y 50
Para Silvia el cupo femenino significó el crecimiento de la participación de las mujeres en la política argentina. Con la paridad pasará lo mismo. Pero también está segura que será una disputa difícil de dar en la Legislatura provincial. Tiene mandato hasta el 2019 por el bloque de Igualdad y Participación, el espacio político que lidera Rubén Giustiniani ya lejos del Frente Progresista Cívico y Social y del PS.
Silvia espera que el gobernador cumpla mandando un mensaje. “Lo fundamental es que en Diputados sepamos mantener las estrategias y la coherencia entre mujeres legisladoras independientemente de nuestra pertenencia política y que el movimiento presione fuertemente para que los senadores lo aprueben, que tienen cero interés porque son 18 varones de 19”.
Para Silvia, la paridad toca intereses y sirve para que las mujeres que están en espacios de gestión sientan la contradicción con su espacio privado. Pero lo más importante, reflexiona, es que los varones asuman que no hay 24 horas de agenda pública. “No se puede armar un esquema de vida donde hay otro que garantiza el cuidado de tus seres queridos y tus propias necesidades de cuidado. La disputa es de poder. Creo que si no tocamos las dos estructuras fundantes de la discriminación no vamos a un ser un mundo más igualitario. Son el contrato sexual y la heterosexualidad obligatoria. Soy más optimista en relación a la sexualidad que las nuevas generaciones vienen experimentando de manera más libre. La distribución sexual del trabajo implica que se pierdan privilegios”.