La calle Presidente Quintana al 3300 amaneció vacía este jueves. Muchos vecinos no quería salir de sus casas y los que se animaron estaban conmocionados. El día anterior, alrededor de las 21, escucharon una moto a toda velocidad que irrumpió en la cuadra con dos hombres que llevaban cascos. Uno de ellos le disparó sin medir consecuencias a Pablo Riquelme, de 27 años, que estaba sentado en una reposera en la puerta de su casa. Fueron muchas las balas. Algunas le dieron de lleno y murió poco después, cuando ya en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez intentaban operarlo. Al lado de él estaba su hija de meses en un cochecito. La nena se salvó, pero dos proyectiles alcanzaron a su hermano, Fernando Zamir Riquelme, de 3 años, que jugaba con un celular dentro de la vivienda, recostado en un sillón de la cocina. Falleció antes de que su madre llegara con él al Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Y pudo ser peor, porque a metros otros vecinos buscaban escapar del calor al aire libre y, como todos los días, sus hijos jugaban a la pelota. Es que en ese sector del barrio Alvear «nunca pasó nada», repetían para justificar una tranquilidad ahora perdida.
Un charco de sangre seca sobre la vereda recordaba, en la mañana de este jueves, lo que había ocurrido la noche anterior. La Policía de Investigaciones (PDI) recogió cuatro vainas servidas que, en un primer momento, describieron como de una pistola calibre 9 milímetros. Donde cayeron, quedaban tres marcas con tiza. También, unos huecos blancos de los impactos en el frente de la casa de los Riquelme. Una familia que se crió en el barrio, contaron algunos vecinos.
En la misma casa, que está a mitad de cuadra, pintada de rosa y con rejas negras, vivía una tía del hombre asesinado a la que apuñalaron de muerte ahí mismo hace diez años.
“Él se crió enfrente. Cuando murió la tía, se mudó (a la vivienda donde lo mataron) y hace unos años vino su mujer y tuvo a los chicos”, recordó una vecina. Ella no estaba en el momento del ataque; había salido de su casa poco antes y fue su marido quien la llamó por teléfono para contarle lo que había pasado.
“Gente sin alma”
Pocos fueron los habitantes de la cuadra que quisieron hablar con los medios. Una mujer, entre lágrimas, contó que desde su departamento, que está al final del pasillo lindero con la casa de Pablo, escuchó los disparos. “Uno atrás de otro, como si estuviera pasando dentro de mi casa”, explicó.
“Mi hijo estaba en la pileta, se asustó y salió corriendo. Yo salí hasta la calle a ver qué estaba pasando y lo vi a Pablo muerto, todo ensangrentado. Nadie pensó que le había pasado algo al chiquito porque estaba dentro de la casa. Gente sin alma, que no respeta nada, que no tiene corazón”, se quejó mientras lloraba.
Los pocos vecinos que quisieron hablar con El Ciudadano y otros medios coincidieron en asegurar que viven, o vivían, en “un barrio tranquilo”.
“Podría haber sido peor, una masacre. Porque la cuadra está llena de chicos que juegan a la pelota en la vereda y cuando hace calor ellos van y vienen. Pero nunca pasó nada”, mostró su sorpresa una mujer. “Lo que pasó nos deja con mucho miedo”, sintetizó el sentimiento de todos. Mientras El Ciudadano recogía estos testimonios frente a la casa de los Riquelme, varios vehículos con vidrios polarizados pasaron, a paso lento, por la cuadra de Presidente Quintana al 3300, que seguía prácticamente desolada.
Pablo Riquelme ingresó al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca) trasladado en un auto particular. Falleció minutos antes de las 22, cuando estaba en el quirófano a punto de ser operado. Los médicos le habían diagnosticado heridas de arma de fuego múltiples en miembros inferiores, superiores y tórax.
Por separado y de acuerdo con información policial, la madre del pequeño, de 24 años, llevó a su hijo al hospital de niños Víctor J. Vilela. Alrededor de las 21.15, personal médico del centro de salud comprobó que el niño había ingresado sin vida a causa de disparos de arma de fuego con entrada y salida en la zona del tórax.
Condena en su haber
Pablo Riquelme había sido condenado a tres años de prisión por un robo ocurrido el 9 de julio de 2014, cuando este muchacho y otros dos hombres ingresaron a la finca donde funcionaba el archivo de un estudio jurídico en calle Dorrego al 3500.
Según la investigación, el trío rompió el candado y colocó uno nuevo para disimular que había ingresado, replicar las medidas de seguridad y no levantar sospechas.
Dicho estudio era lindero con un telecentro que además cobraba impuestos ubicado por bulevar Seguí. El grupo decidió ingresar al estudio para hacer un agujero en la pared y acceder así a la recaudación del local.
Una vez adentro, el trío movió las estanterías y comenzó a romper la pared. Un vecino llamó al 911, ante los ruidos extraños, y la Policía apresó in fraganti a los boqueteros.
Los dos cómplices de Riquelme también fueron sentenciados: con dos años, en un caso que como el de Riquelme se dirimió en juicio abreviado, y a cinco años y medio de cárcel –monto unificado con una condena anterior–, en el restante, que llegó a juicio oral, desarrollado a mediados de 2016.