Por Norma Cuevas, madre de Ana, fallecida por la negativa al aborto no punible
Su muerte comenzó en 2006, con un fuerte dolor de muelas, cuando tenía 19 años. Por desgracia, no se trataba de una simple molestia, sino del cáncer en la mandíbula que requería tratamiento urgente. Viniendo de abajo, siendo una familia pobre, se volvió una odisea realizar todos los controles médicos en los diferentes hospitales de Santa Fe. Y aunque nos tuvieron yendo y viniendo durante dos meses, no teníamos respuestas.
Cuando por fin recibimos los resultados de algunos análisis y decidieron hacerle la quimioterapia, descubrieron que tenía un embarazo de 15 días, de modo que nos prohibieron iniciarla, porque podía «dañar al feto». Seis médicos, en dos hospitales públicos diferentes, le negaron su derecho al aborto no punible, argumentando que no corría riesgo su vida. Y sí, yo toqué muchas puertas, todas las puertas que se puedan imaginar, para que la Justicia actuara por encima de la medicina, porque Ana estaba amparada por las leyes, pero no por los tabúes.
El embarazo avanzaba. Pero la enfermedad también.
Con el cáncer encima, medio año más tarde, debieron sacarle por cesárea a la beba, que apenas pudo resistir con vida sus primeras 24 horas. Y un mes después, el 17 de mayo de 2007, murió Ana también. Por la enfermedad, sí, de toda una sociedad. Hoy, once años después de llorar a una hija condenada por la burocracia y la ignorancia, no hay un solo preso. Algunos de sus verdugos continúan caminando por las calles, como si nada hubieran hecho, mientras los otros ya se jubilaron sin problemas o murieron sin juicio, ni castigo. Eso sí, mis tres nietos la pagaron: no tuvieron el derecho de crecer con el amor de su mamá.
¿Y esas vidas? No nació entonces mi problema con el patriarcado. Fue mucho antes, cuando me violaron, a los 14 años, ¡cuando nadie me quiso escuchar! Y por eso, hoy lucho para que las mujeres pobres como mi hija no deban seguir soportando la violencia de sus casas, ni la impunidad de nuestras instituciones. Su ausencia, como tantas, pero tantas, pero tantas, pudo haberse evitado con un aborto seguro, ese derecho que le negaron, después de haberle negado la ligadura de trompas también. Porque sí, fueron dueños de su cuerpo toda la vida. Y toda la muerte.
Hoy, no puedo abrazarla, ni darle un beso. Pero ojalá puedan escucharla, ¡en el Congreso!