Ornella Fabani / Rocío Novello
El pasado sábado 14 de abril Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña efectuaron un ataque con misiles sobre el territorio de Siria. El mismo –según declaraciones oficiales– pretendió ser la respuesta de los poderes occidentales ante el presunto uso de armas químicas por parte del gobierno de Bashar Al Assad contra sectores de la oposición asentados en la localidad de Duma.
Con el correr de las horas fueron apareciendo diferentes análisis en la prensa mundial, entre los cuales, si bien se ponía el acento en la discusión sobre las violaciones al derecho internacional y el no resguardo a la opinión de la Opaq (Organización para la Prohibición de Armas Químicas), también se relativizaba el alcance de la incursión occidental. Al respecto, se señaló que los objetivos atacados eran en realidad de mediana relevancia en el plano estratégico y que a la hora de evaluar la correlación de fuerzas en el terreno no se observaron grandes cambios. Dicho esto, surgen diversos interrogantes que nos exigen adentrarnos en el tablero de juego sirio y contemplar otras variables. Entre ellos, ¿cuál es la trama de relaciones que sostiene un conflicto que ya lleva más de siete años y ha generado 500 mil muertos, cinco millones de refugiados y seis millones de desplazados internos? Uno de los primeros elementos a señalar es que el ataque occidental se produce en un contexto donde el régimen de Al Assad se encuentra avanzando sobre territorios controlados por sectores opositores. Elemento no menor que nos remite a examinar con qué recursos cuenta el régimen para, luego de tantos años, conseguir una ventaja en un escenario con altos niveles de conflictividad?
Voces heterogéneas
Esto nos lleva a introducir un segundo elemento. Lo que ocurrió en la madrugada del 14 de abril no tardó en repercutir sobre la comunidad internacional, aunque el conjunto de voces que se hicieron oír difícilmente pueda catalogarse como armónico. Es a partir de dicha disonancia desde donde creemos que pueden surgir algunas de las principales claves para desandar un escenario de esta complejidad. Ahora bien, dentro de ese heterogéneo concierto de naciones los Estados pertenecientes a la región de Medio Oriente cobran especial relevancia, sobre todo si consideramos la influencia que –en diferente medida– han ido ejerciendo sobre el escenario sirio, que hoy se manifiestan en sus reacciones frente al ataque occidental. Las críticas más duras hacia el accionar norteamericano pueden identificarse principalmente con los gobiernos de Rusia y de la República Islámica de Irán. Este último manifestó a través del ayatolá Jamenei que los Presidentes de Estados Unidos y Francia y la Primera ministra de Reino Unido son “criminales” y “no obtendrán ningún beneficio” de lo cometido. Dato que no debería sorprendernos en tanto los recursos que habilitan la supervivencia del régimen sirio provienen en gran medida de los referidos estados, que se muestran muy interesados en preservar sus respectivas zonas de influencia. Específicamente, en el caso de Irán, resulta importante señalar que están en juego intereses tanto económicos como estratégicos: desde contratos para la explotación de las minas de fosfatos situadas en las proximidades de Palmira durante un periodo de 99 años y el establecimiento de un puerto en el Mediterráneo, probablemente en Banias, desde el cual exportar el petróleo iraní, hasta la conexión que implica Siria como vía de acceso a Hezbolá, partido-milicia shií libanés, que constituye el otro pilar de su estrategia regional. Del lado opuesto encontramos no sólo al Primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien expresó su “apoyo total” al bombardeo encabezado por Estados Unidos, sino también a las monarquías del Golfo, las cuales, a excepción de Kuwait, han manifestado pleno apoyo al accionar norteamericano. En este sentido, un comunicado del ministerio de Relaciones Exteriores saudí ha dejado de manifiesto que el reino concibe que los ataques perpetrados por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña representan una respuesta a los crímenes cometidos por el gobierno de Siria, que ha hecho uso de armas químicas contra civiles inocentes. Ahora bien, la postura adoptada por Arabia Saudita, Omán, Qatar, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos podrá comprenderse si se considera que estos actores hace décadas sostienen una férrea alianza con los Estados Unidos –el principal garante de su seguridad–, la cual se ha cimentado con la firma de acuerdos en materia de defensa y que implica, por ejemplo, la presencia de bases y efectivos militares norteamericanos en el golfo, ejercicios militares conjuntos, cooperación en materia de lucha contra el terrorismo y venta de armamentos.
Un mismo deseo
En otro orden, el posicionamiento de estos actores del golfo también se explica en virtud de su deseo de ver caer al gobierno de Al Assad, un objetivo que estos países han impulsado si tenemos en cuenta, por ejemplo, el apoyo que Arabia Saudita y Qatar le han brindado a distintos sectores de la oposición, que incluso han suscitado desavenencias entre los mismos. A lo hasta aquí expuesto se suma la ya referida alianza entre el gobierno de Al Assad y la República Islámica, un Estado que es percibido por las monarquías del Golfo como una de las principales amenazas a su seguridad, incluso tras la firma del acuerdo nuclear tres años atrás. Todavía más, en lo que respecta específicamente a Riad, el reino hace décadas compite con Teherán por el liderazgo regional. En tanto, en la actualidad, Siria se ha transformado en uno de los escenarios de conflicto dentro del cual estos dos actores se enfrentan de manera indirecta al brindar apoyo a sectores antagonistas en la disputa allí vigente. Por último, no podemos dejar de observar a otro de los Estados de la región involucrado en el conflicto, particularmente en virtud de las consecuencias que el mismo trae aparejadas al interior de su propio territorio: Turquía. En este sentido, el ministerio de Asuntos Exteriores turco calificó el lanzamiento de misiles contra Siria como “una respuesta apropiada” al uso de armas químicas, posición que en este caso se condice con la de sus socios en la Otan. Finalmente, todo parece señalar que las posiciones y, detrás de las mismas, los intereses extranjeros encontrados en torno al gran juego sirio no hacen más que alejar la posibilidad de encontrar una solución al conflicto.
(*) Docentes de la Cátedra Política Internacional. Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales