Nadie dudará jamás de las tremendas capacidades que ha demostrado la selección italiana a lo largo de su historia, tanto para ganar torneos en los que no partía como favorito, como para darle la vuelta a resultados usando ese oficio y ese modo tan suyo de “jugar” con todo lo que rodea a los partidos. Y no hablemos de la incuestionable admiración que genera su excelso control sobre los tiempos del juego a medida que avanzan los minutos.
Sin embargo, a pesar de todas esas admirables cualidades, cuanto menos es cuestionable el modo en que se erigieron por primera vez como campeones del mundo. A mediados de los años treinta, Italia era una dictadura fascista. Benito Mussolini gobernaba con mano de hierro y supo convencer a la Fifa para organizar la II Copa del Mundo, en la que había 16 plazas disponibles y 33 selecciones con ganas de levantar la Jules Rimet. Por ese motivo, por primera vez en la historia, se hizo necesaria una fase de clasificación.
¿Los protagonistas? El combinado anfitrión, España, Suecia, Checoslovaquia, Hungría, Austria, Rumania, Suiza, Holanda, Bélgica, Alemania, Francia, Brasil, Argentina, Estados Unidos y Egipto serían los que participarían del certamen que comenzó el 27 de mayo en Roma, con la paliza 7-1 de Italia sobre los yanquis. Argentina, que fue con un equipo alternativo, cayó 3-2 con Suecia.
El local, dirigido por Vittorio Pozzo, recibió desde el inicio de la competición continuas presiones por parte de los dirigentes fascistas con el fin de conquistar el título. Y también una tremenda “manito” de parte de los árbitros.
La Azzurra contaba con cinco jugadores nacionalizados, cuatro de ellos argentinos: Luis Monti, finalista en el 30 con Argentina, Raimundo Orsi, Attilo Demaría y Enrique Guaita, además del brasileño Anfilogino Guarisi. Los criollos, que se unieron a Luigi Bertolini, Attilo Ferraris, Angelo Schiavio o al mismísimo Giuseppe Meazza, fueron clave en la obtención del título.
El “Mumo” Orsi, ídolo de Independiente, puso el 1-1 sobre el cierre de la finalísima ante Checoslovaquia; mientras que Guaita, otro argentino, dejó a Schiavio delante del arquero Planicka para el 2-1 definitivo en un colmado Olímpico de Roma, que contó con la presencia de Mussolini en las tribunas vigilando de cerca el primer gran “éxito” italiano.
El DT: Vittorio Pozzo
Sigue siendo el DT que levantó dos veces la Copa del Mundo, ya que cuatro años más tarde se consagraría nuevamente en Francia. El ex jugador de Juventus también logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en la Alemania Nazi de Hitler.
La figura: Angelo Schiavo
El hombre que con su gol sobre la hora le dio el título al combinado anfitrión, jugó toda su vida en el Bologna, donde consiguió los scudettos. En total, finalizó el campeonato mundial con cuatro anotaciones, incluido el que le marcó a Checoslovaquia en la gran final.
El goleador: Oldrich Nejedly
Con cinco goles en cuatro partidos, el delantero checoslovaco Oldrich Nejedly se consagró como el máximo goleador. El hombre de Sparta Praga llegó a Italia en silencio y se retiró como una de las principales figuras del subcampeón con apenas 24 años.
La perla negra: Luis Monti
«Ganar o morir”. Esa era la orden de Mussolini. Y Monti sabía que la amenaza iba en serio: el porteño había recibido la misma amenaza de parte de espías italianos antes de disputar la final del Mundial del 30, en la cual se negó a defender los colores de la Azzurra.