El título no defrauda porque para mí los recuerdos de Mundiales son salpicados y tienen ese sabor a una sucesión «de eventos desafortunados», que poco tienen que ver con las glorias deportivas.
Y así comenzando con un flashback del Mundial 78 en la ciudad de Santa Fe, con sólo 6 años y en pleno festejo de alguna cosa que claramente no entendía (y muchos otros tampoco), me subí a un pequeño banquito de madera y predicción de por medio de mi viejo con un “te vas a caer”, en plena lluvia de papelitos albicelestes recortados con mis propios y escasos medios, precipité golpeándome ardientemente la nariz, cortándome el labio y dejándome una de las primeras cicatrices que aún cuentan de mí. Sin dudas fue el primer recuerdo de un duro golpe.
El segundo momento más desafortunado aún, fue en el Mundial de España 82. Otro Mundial para el olvido pero con otra anécdota en sintonía con la situación nacional que terminó abrupta y sangrientamente. Cuando durante un partido y en la casa de una amiguita hicimos una carrera hacia el patio que tenía como frontera una puerta ventana con un gigantesco paño de vidrio, franqueada por un karting que sobrevolé en un salto digno de la mujer biónica para alcanzar el primer lugar y así practicar una coreografía de los «Parchís» (grupo de niños españoles que eran furor por esos años y que ni siquiera me gustaba como para tener un casete con su música), con la mala suerte de que ese vidrio tan limpio era invisible hasta para el ojo del «hombre nuclear», pero al que atravesé con ímpetu de mujer maravilla, dejando no sólo un reguero de vidrios sino una estela de bocinas que acompañaban nuestro circuito con un pañuelo blanco en la ventanilla del auto que me llevaba de urgencia hacia el hospital, pero que los demás acompasaban pensando que se trataba de alguna ovación a proeza futbolística en una cancha al otro lado del mundo.
Después sobrevino el momento de pasar la pelota y dejarles los honores a otros. Trascurría Italia 90 cuando el coterráneo Nery Pumpido, arquero titular de la selección argentina, se lesionó gravemente y tuvo que ceder su lugar a la revelación del Mundial como arquero, al suplente Sergio Goycochea (quien luego despuntaría como modelo pero que en ese momento lucía una cara de susto inconmensurable con unos ojos aplatonados bajo una cortina de sudor que se transformaría en néctar para revistas del corazón de la época). Tras su debut y atajando penales no sólo nos hizo vibrar sino que quedó inmortalizado en el aire santafesino con el dicho «tenés más manos que Goycochea», cuando una debía moralmente custodiar la portería y frenar el recorrido de un tiro certero de algún pretendiente de esa época.
Palpitando ya el segundo Mundial en la ciudad de Rosario, el último rescate del arcón de los recuerdos sale al cruce en Alemania 2006 y con tarjeta roja. Contundente como la embestida de un toro pero con acento francés, cuando el jugador galo Zinedine Zidane en un acto iracundo y antideportivo fertilizó la imaginería de creadores de gamers y memes con un cabezazo en el centro del pecho de un oponente que fuera registrado, reproducido, readaptado para abatir digitalmente a todo aquel que se interponga a uno en un día de furia. Casi como una profecía de lo que sería en los años venideros el poder apoteótico de la instantaneidad y de la natividad digital.
Un durísimo golpe, una guerra frustrada poco después de empezar. Una década inaugurada con Mundiales sin picadas pero acompañados de pizza con champagne y la vorágine digital. Algo menos de medio siglo de vida contado en cuatro anécdotas mundialistas pero que poco tienen que ver con el folclore futbolero.