Lanzado, sin matices, a una abierta cruzada contra los Kirchner, Eduardo Duhalde invitó a un gobierno de unidad nacional al que recargó, como nadie había hecho hasta ahora –salvo Elisa Carrió–, de una dosis casi mitológica al plantear, como dato inevitable, que se trata de una invocación a la defensa de la patria.
Todas las aventuras extremas caen, tarde o temprano, en los planteos chauvinistas. El ex gobernador y ex presidente interino, esta semana, desembarcó en ese hábito cuando llamó a la formación de un gobierno patriótico, mediante un pacto para fijar un menú de políticas de Estado comunes.
“No importa quién gane o quién pierda, sino que esas políticas se lleven adelante”, invitó entre menciones a la España de los 70, con su pacto de la Moncloa, y al Brasil de Enrique Cardoso y Lula da Silva, referencias encontradas que coincidieron en acciones de mediano y largo plazo, estratégicas.
Pero en la matriz de la convocatoria, Duhalde inserta su propio anticuerpo cuando advierte, casi sin sutilezas, que un acuerdo de unidad nacional deberá excluir, necesariamente, a los Kirchner. A tal punto que el bonaerense preanuncia que en 2011 se termina el gobierno del matrimonio K.
El planteo de la unidad patriótica es, en el pensamiento de Duhalde, la evolución de su defensa del bipartidismo, teoría según la cual se necesitan partidos sólidos, que sostengan a los gobiernos, en lo posible añosos, y que tengan una tendencia a regularse entre sí, turnándose en eso de gobernar y ser oposición.
Llegó, incluso, a encarar en persona una firme refutación de lo que considera un mito de la política argentina: el hecho de que el radicalismo, según sostiene, no puede gobernar en Argentina. Lo curioso es que el último radicalismo, con Fernando de la Rúa, cayó bajo sus presiones.
La propuesta de una unidad programática entre los candidatos a presidente en 2011, que cuente con el compromiso de aplicación por parte de todos, tiene mucho de intención simbólica para sostener un planteo mayor: que toda la clase política, salvo los Kirchner, puede fijar reglas básicas de gestión y convivencia.
Esa embestida forma parte, en realidad, de una maniobra menos pública: la pretensión de Duhalde, puesta en marcha a través de dos sindicalistas, Gerónimo “Momo” Venegas y Luis Barrionuevo, de avanzar sobre el control orgánico del PJ sin el cual, asume, no será posible dejar a Kirchner fuera del esquema de 2011.
En paralelo, mantiene sus históricas relaciones con la UCR que en estos tiempos agilizó con Enrique “Coti” Nosiglia, enlace recurrente con Barrionuevo. En principio, tienen un enemigo en común: los Kirchner, a quienes –sobre todo después del episodio Clarín– ambos temen con cierta obsesión.
Julio Cobos fue, en estos tiempos, quien lo graficó con más claridad en el universo opositor: “A mí –le dijo a un puñado de amigos–, no me vendría mal que Clarín quedara debilitado, pero que ahora se debilite Clarín es que se fortalezca Kirchner y, al menos por prevención, yo a Kirchner lo prefiero débil”.
El encanto de Cobos, advierte Duhalde, radica en que tiene por delante un solo mandato por lo cual la lucha por ser su vice puede atraer a algún peronista –léase Felipe Solá– que pueda especular con ser, entrando segundo, el “futuro presidente”.
Sostiene, sin embargo, que no hay que confluir en armados interpartidarios al menos en términos electorales. Así y todo, el dirigente que llamó a terminar con la “matemática del egoísmo”, respecto de que plantear acuerdos por más que sean beneficiosos o perjudiciales para las figuras en particular, no deja de solicitar sondeos de opinión para ver cómo lo mira la opinión pública.
El sueño es convertirse en el garante de la unidad, algo así como “la unidad soy yo”. Pero, para eso, es necesario un escenario crítico: fuera del microclima, su figura sólo revive en el gran público ante hipótesis de catástrofes económicas.