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Una historia escrita con sangre

Por: Juan Roberto Presta

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Barrabravas hubo siempre en el fútbol argentino y, por ejemplo, lo testimonia la película El hincha con Enrique Santos Discépolo de la década del 40, pero a partir de 1975 empezaron a tener más poder y terminaron en el monstruo incontrolable que tenemos ahora. ¿Que pasó en ese año?: se firmaron los convenios colectivos de los jugadores y los técnicos, con los que obtuvieron ventajas, que en muchos casos los dirigentes no estaban dispuestos a conceder, por eso utilizaron esa “mano de obra desocupada” para que algún técnico renunciara después de un par de derrotas o un jugador le cediera generosamente al club el 15 por ciento del pase que le correspondía.

Así nacieron como grupo de presión inventado por los dirigentes, que en muchos casos se siguen arrepintiendo de su creación. Siempre estuvieron alrededor de los clubes, pero en 1980 a funcionarios de la dictadura militar que gobernaba el país se les ocurrió que podían ser útiles para frenar cualquier intento de acto político que hicieran los exiliados argentinos en España aprovechando el Mundial 82 y así surgió “la barra de la Selección”.

Los líderes eran dos barras célebres: el Negro Thompson de Quilmes, que era chofer del intendente Julio Casanello, y el Roque de Chacarita. Los dos murieron en la cárcel, presos por delitos comunes ajenos al fútbol. El primero, de un infarto mientras jugaba al fútbol; y el segundo, en el incendio del pabellón vip de la cárcel de Olmos.

Se reunían en la AFA y hasta se acercaban a la sala de prensa para comunicarles a los periodistas cómo iban a viajar, con apoyo oficial, pero la guerra de las Malvinas los terminó dejando en Buenos Aires.

En 1983, cuando asumió Carlos Salvador Bilardo, volvieron a cobrar protagonismo y se los podía ver por el sexto piso de la AFA retirando sus entradas.

  Este periodista lo denunció en el viejo diario Tiempo Argentino, pero no encontró eco en la Justicia argentina, que no veía como delito promover la violencia.

En realidad, los muchachos iban con la misión de hacer callar a aquellos que cantaran en contra del técnico y de algunos jugadores de la selección. Se jugaban las eliminatorias y el equipo de Bilardo, que después ganó brillantemente el Mundial 86, no andaba bien y había mucha discusión futbolística sobre sus métodos de trabajo y sus tácticas.

Los muchachos fueron masivamente a México, donde por ejemplo tuvieron una lucha cuerpo a cuerpo con los hooligans y la agencia DYN realizó una investigación sobre cómo habían conseguido los fondos. Se determinó que fue una “vaca” para la que colaboraron la mayoría de los jugadores, el cuerpo técnico, algunos dirigentes y hasta notorios políticos, que fueron los únicos que sacaron réditos porque colgaron banderas con sus nombres y el cargo que pretendían.

A partir de ahí cada vez tuvieron más poder y encontraron muchas formas alternativas de financiarse, pero estuvieron en todos lados, no sólo con la selección, sino también con sus clubes y siempre se hicieron notar “dándole color a la fiesta del fútbol”. Un color que ya superó los cien muertos; y van por más.

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