Lejos de cualquier elogio fácil, con algunos de los temas de La ciudad liberada (2017) Fito Páez logra trazar un puente imaginario con uno de sus discos icónicos: Ciudad de pobres corazones, dado a conocer treinta años atrás, casi en los comienzos de su carrera. Como aquél, éste, que el sábado por la noche lo trajo de regreso a su casa, Rosario, deja un sabor agridulce porque entrelaza lo bello, el amor y al mismo tiempo el horror del mundo en un puñado de canciones, algunas con destino de clásicos, como la que da nombre el disco. Con ella abrió el show en el Salón Metropolitano a partir, precisamente, de los acordes del tema que hace alusión a la “puta ciudad” en la que “todo se incendia y se va” y donde “matan a pobres corazones”.
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de acá: Fito en casa
Casi treinta temas, muchos de ellos himnos seculares del rock en castellano, recorrieron dos horas y media de un show en el que no faltó nada, que finalizó pasada la medianoche y que transitó entre la alegría, la emoción y la perplejidad: Fito desarmó en el escenario lo previsible (como es habitual), rompió con todos los esquemas y disfrutó con sus músicos, casi como un director de orquesta, de estar en su casa, incluso, sumando un puñado de invitados como el infaltable “hermano del alma” Coqui Debernardi, que calentó la previa junto al pianista Ricardo Vilaseca y volvió en un par de oportunidades durante el show. También, las voces de Flor Croci y Evelina Sanzo con sus pañuelos verdes, y otro entrañable, Fabián Gallardo, con el que Fito empezó tocando el piano hace muchos años. Y más, el cantante Pablo Jubany, Carlos Vandera y sus músicos de este tiempo: Gastón Baremberg (batería), Diego Olivero (bajo y teclados), Juan Absatz (teclados, guitarra y voz), Juani Agüero (guitarra eléctrica). De yapa, la sorpresa de Joaco Carámbula (guitarra eléctrica) en uno de los temas.
La madurez de Páez se conjuga a través de un recorrido con vaivenes, como el de todo gran artista, pero que le permite en el presente llenar de música una noche inolvidable que pudo hasta con la distancia que por momentos parece imponer el Metropolitano para un show semejante, donde nadie se quedó sentado y donde las gemas de su nuevo trabajo (junto a sus respectivos videos), como “Aleluya al sol” (con la que abre el disco), “Wo Wo Wo”, “Tu vida mi vida” o “El ataque de los Gorilas” convivieron con infaltables como “11 y 6”, “Naturaleza sangre”, “El amor después del amor”, “Dos días en la vida” o “Ámbar violeta”, junto a Fabián Gallardo y un arreglo único, para volver a dar otro salto al vacío con destino a tres décadas atrás, y encontrar otro punto de contacto con Ciudad de pobres corazones, ahora en versión completa.
Lo nuevo, lo de antes, lo sentido
Un set de su visita anterior, a sólo piano, pareció colarse en medio del show bien power, con las guitarras al frente. Para dejar volar la imaginación de la platea, casi como un juego cómplice y metiendo la mano (y la memoria) en un baúl lleno de bellos recuerdos, aparecieron fragmentos de “Estación”, de Sui Generis (imposible no emocionarse). Y por más de esas “canciones de liberación”, los fragmentos de “Qué bello abril” siguieron desgranando más y más recuerdos. Así llegó “Tema de Piluso” (con Rosario más cerca que nunca), más amor después del amor, para ver pasar, finalmente, “Parte del aire” con “esos ríos que dan al mar”.
El demoledor “Navidad negra” regresó como una piña en medio de un pasaje ensoñado y trajo de regreso a escena a La ciudad liberada. “Yo te vengo hablar de esto, mirá…”, dijo Fito después, y un poco antes de empezar a cantar “Plegaria”, repasar la bella ambigüedad (que atraviesa todo el disco) de “Se terminó”, y volver al pasado con “Tumbas de la gloria”.
La idea de futuro y su “valor clandestino” frente a un mundo estupidizado con “sentimientos virtuales”, brilló, junto con Páez, con la presencia del imprescindible Pablo Jubany (nadie mejor) para cantar a dúo el amor apocalíptico de “La mujer torso y el hombre de la cola de ameba”, con iguales dosis de belleza y tristeza; sumar al set la demoledora “Islamabad” y su alegato poderoso frente a un mundo que vuelve a estar en guerra y cerrar con “Circo Beat” y más de “Ciudad de pobres corazones”, ahora en una versión que encendió al Metropolitano por varios minutos.
Un final para «compartir amor y acompañar»
“A rodar la vida” y un apagón anunciaban lo que sería el principio del fin. Y mientras el “hit del verano” empezó a calentar la platea, Fito y sus muchachos regresaron para ofrecer otro pequeño gran set con infaltables como “Al lado del camino” y “Mariposa tecnicolor”, entre otros. La última aparición fue para cantar con todos “Dar es dar”, “Qué te pasa Buenos Aires” (parece escrita ayer), “Y dale alegría a mi corazón”, con un coro celestial en la platea que “transformó el aire del lugar”.
En medio de una cerrada ovación final se lo escuchó a Fito decir: “A compartir amor y acompañar”, después de transitar una noche en el que su conocido y contagioso territorio de libertad inexpugnable se abrió a los miles presentes, en la ciudad que lo vio nacer en el 63, esa de los corazones poderosos.