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Travesía única por la nieve

Jorge Belardi (44 años), Fernando Natalucci (36), Iñaki Odriozola (22) y Cristóbal Colombo (12), cuatro riders top que se juntaron con un mismo objetivo: aunar tres generaciones y realizar una travesía por fuera de dos centros de nieve, con la idea de surfear la mejor nieve.

Imagínense abandonar todo confort. Partir un día desde su casa hacia un lugar remoto, solitario y hostil. Olvidarse del teléfono y las redes sociales, despojarse de lo que creemos indispensable como una ducha o un colchón mullido para pasar a vivir de un modo más elemental, más de supervivencia, con frío y sin comodidades básicas como la luz eléctrica. Perder la referencia cuadriculada de la ciudad y adentrarse en la espesura de la vida cordillera y abandonar las marcas en el asfalto para trazar una huella propia, en lugares vírgenes, que generan tanto miedo como respeto. Es lo que se propusieron Jorge Belardi (44 años), Fernando Natalucci (36), Iñaki Odriozola (22) y Cristóbal Colombo (12), cuatro riders top que se juntaron con un mismo objetivo: aunar tres generaciones y realizar una travesía por fuera de dos centros de nieve, con la idea de surfear la mejor nieve en aquellos lugares que casi nadie puede acceder. Ellos son profesionales de la nieve, pero a la vez mantienen ese espíritu amateur que les hace disfrutar como alguien que recién se encontró con el snowboard y el ski. Una combinación ideal para realizar el Quiksilver Free Ride Tour 2018 que dejó un material cautivante, que inspira y motiva a subir a la montaña para intentar sentir algo de lo que ellos gozan cada día.

Belardi se define como un argentino con pasaporte estadounidense. Nació en Ohio por casualidad, ya que sus padres trabajaban en Estados Unidos en aquella época, pero desde los 4 vive en el país y desde chico se entregó a la pasión de la nieve. Y del snowboard. A los 20 años se hizo profesional, cuando lo contrató un team internacional, pero ya cerca de los 30 empezó a retirarse por culpa de las lesiones. Desde ahí se hizo organizador de eventos aunque no pudo negar su regreso a la tabla cuando Quiksilver, del que fue team mánager, lo llamó para esta travesía. “Fui el más veterano, pero me sumé en un papel más complementario, dejando que Iña y Fer marcaran las jugadas y guiaran al equipo”, explica Jorge. Natalucci, rider de DC Shoes, es un ser especial, con una mezcla de carisma, tranquilidad y conocimiento que invitan a estar siempre cerca. Y más si es en la montaña, donde es un maestro al que le gusta enseñar. Y compartir. “Yo me crié en San Martín de los Andes, jugando siempre en la naturaleza y al aire libre. Así me encontré con montañas nevadas y con una tabla que me permitía deslizarme sobre sus laderas. Así se despertó una pasión increíble que hoy sigo disfrutando como el primer día, pero 20 años después, ahora también como mi profesión”, cautiva con su mensaje.

La montaña es un lugar especial y transforma con su energía. Estrecha los lazos de amistad, impone respeto, reafirma valores y retira completamente la ansiedad y el estrés que te generan las grandes urbes. “El snowboard es una excusa para disfrutar de la naturaleza y, a la vez, compartir. No importa la forma de pensar del otro, su religión o ideas políticas, te une la tabla y una pasión. Es una actividad que te permite estar en lugares soñados, en contacto con tu cuerpo y la naturaleza. Es difícil de explicar lo que siento cuando me corre aire frío por la cara y me abrochó la tabla para empezar a bajar”, asegura Natalucci. Para ellos, es una actividad con dotes terapéuticos. Iñaki, una de las joyas del snow nacional, da un mensaje repleto de una madurez que va más allá de su edad. “La montaña me ha marcado mucho. Además de darte hermosas sensaciones, te conecta con lo más íntimo, hace conocerte mejor y te enseña a buscar la libertad. Yo digo que es mi psicólogo. Nunca fui a uno, pero este deporte me ayudó a superar mis problemas, como fueron la muerte de mi papá hace seis años y luego de mi mamá hace siete meses. La montaña te abraza y te escucha…”, asegura Odriozola con un dejo de emoción. “Es como dice Iñaki. Mi frase de cabecera es ‘algunos van al psicólogo, yo ando en snowboard’. A veces la sociedad moderna te lleva a tener pensamientos negativos, como esa tendencia a consumir o generar dinero. Entonces salgo a la montaña, me pongo la tabla y mi cabeza se desconecta, o se conecta con algo más profundo. A las horas vuelvo a mi casa con otros pensamientos y sensaciones”, profundiza Fer.

La adrenalina, emoción, diversión, incertidumbre y miedo se palparon en el ambiente durante estos 12 días en las aventuras fuera de pistas que los cuatro realizaron en Las Leñas y Caviahue/Copahue. Ellos son profesionales aunque experimentan esas sensaciones, las de cualquier hijo de vecino que sube a la montaña con una tabla. Claro, practicando “otro” deporte. Se deslizan por lugares que la mayoría ve sólo en fotos o videos. Los medios de elevación te llevan hasta un lugar, luego ellos siguen caminando, incluso durante más de una hora para una bajada que a veces no superará el minuto. “Cuando vas caminando, te cansás, transpirás y sentís miedo. Todo por una bajada. Pero será una única, especial, porque vos te la ganaste”, dice Iñaki. En las Leñas, un cerro (de 3.700 metros) que Belardi califica como “el mejor del mundo porque con un pase llegás cerca de laderas que en otros países sólo alcanzás pagando miles de dólares para contratar helicópteros”, subieron hasta el patio de atrás de la montaña, dos lugares tan famosos como imponentes y peligrosos, Oficinas y el Cerro Martín. Incluso el segundo se llama así porque ahí falleció un esquiador con ese nombre… Las Leñas tiene el desnivel vertical más grande del continente y en ambas bajadas los chicos enfrentaron pendientes de hasta 38 grados, bajando a 50 km por hora. Heavy.

Cuando viajaron hacia el Sur, en dos 4×4 Nissan Frontier que les hicieron todo más fácil, enfrentaron otras sensaciones. En Neuquén azotaron las tormentas que, por caso, aislaron al pueblo de Copahue y la posibilidad de entrar sólo se dio a través de motos de nieve. Llegar así, con el rugir de los motores dos tiempos mientras superaban nieve, hielo y barro, fue emocionante. Como las aventuras de los cuatro riders, quienes mostraron su espíritu de niños cuando tomaron por asalto el lugar. Las calles fueron pistas y los techos de casas y galpones, rampas. Así se divirtieron para el placer del camarógrafo Grego Campi y el fotógrafo Julián Lausi. Cuando el sol salió fue el momento de otra travesura, rayar las laderas del Volcán Copahue, activo y con una última erupción en marzo de este año. Los intimidantes vapores  no frenaron a los traviesos riders de DC y Quiksilver, que usaron las motos de nieve para subir y realizar bajadas de 500 metros demostrando su destreza y estilo. Ni siquiera los paró el accidente de Belardi, que le afectó una costilla en una caída.

Justamente los peligros son parte de la vida de los riders. Fernando aún recuerda cuando, hace siete años, su hermano Nicolás tuvo un grave accidente en Austria que requirió ser sacado del cerro en helicóptero y operado durante 12 horas. “Se golpeó con une piedra y se fracturó el fémur y la cuarta vértebra lumbar. Casi queda paralítico. Fue el peor momento de mi vida, pero eso no nos paró. Quizás estamos medio locos (se ríe), pero a la vez creo que somos muy conscientes porque una desconcentración te puede matar. Literalmente”, asegura el mayor de los Natalucci. Hoy, como casi todas sus aventuras son fuera de pista, cada uno lleva un kit de seguridad, sobre todo para prevenir o salir de avalanchas, uno de los mayores temores. Consta de una pala, un dispositivo llamado A.R.V.A. que emite un sonido que ubica el lugar donde quedó la persona atrapada bajo la nieve y una sonda para el rastreo más fino. Odriozola destaca la importancia de los cursos para saber cómo usar ese equipamiento. «Cuando alguien queda atrapado por una avalancha tenés entre 7 y 10 minutos para sacarlo. Después de eso se producen daños cerebrales y a los 20 hay pocas chances de rescatarlo con vida”, informa.

Los riesgos están aunque también la emoción, el placer y la adrenalina que ellos sienten en cada bajada. Las mismas que nos transmiten para que cada uno de nosotros podamos subir a la montaña y gozar de sensaciones similares.

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