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El abuso sexual infantil es como la muerte del alma

Parece no haber una definición universal acerca de qué constituye el abuso sexual infantil, a mi entender la definición más certera es “la muerte del alma”, porque ya nada vuelve a ser igual.

 

Por Alejandra Mariela Maica (*)

Ante la comisión de tan aberrante delito como el abuso sexual infantil, es misión imposible imaginar que siente el menor frente a este hecho qué lo situó en forma sorpresiva e impensada en un lugar donde cambiará su vida para siempre. Podremos empatizar con el niño pero nunca podremos situarnos en sus pequeños zapatos, porque la vida continúa, pero sin el elemento esencial que nos motiva día a día, por ello me atrevo a llamar al Abuso Sexual Infantil como “La muerte del alma”, porque se sobrevive corporalmente pero ya nada volverá a situarse en el mismo lugar donde era habitual, todo cambia porque se carece del alma. Cuando un menor es abusado sexualmente todo cambia, porque le han robado su parte más privada, su sexualidad, esa parte de su ser que no tiene comparación más que con la aniquilación del bien más preciado que es la integridad sexual y lo que cada niño siente se puede asimilar a la muerte del alma, porque a partir de atravesar tan aberrante situación, ya nada será ni se verá como antes. Cuando sucede el abuso hay una fase de shock tan grande, que puede llegar a la propia despersonalización de la víctima, porque la realidad duele tanto que para protegerse, la propia mente crea un alter ego, una tercera persona que sufre el delito, llegando a hablar la víctima de su propio cuerpo en tercera persona. También puede que no recuerde nada de lo ocurrido nada más producirse la agresión, que esté desorientada y muy asustada.

Las víctimas reviven intensamente la agresión sufrida mediante imágenes o recuerdos involuntarios, llamados técnicamente flashbacks y sufren pesadillas. Hay un gran aumento de la activación, un estado de alerta o ansiedad continuo como respuesta adaptativa al abuso ocurrida en un lugar considerado seguro para la víctima, como su propia casa, la de un pariente, la de un vecino, etc. Tienden a evitar las situaciones o lugares asociadas al abuso, rechazando incluso hablar voluntariamente del delito. Aparecen alteraciones como irritabilidad, falta de concentración, problemas para dormir e incluso la conocida como “anestesia psíquica” o incapacidad para captar y expresar sentimientos de intimidad y ternura. Todo esto, hace que la ayuda profesional para superar un abuso sea fundamental ya que, si el estrés post – traumático no es tratado correctamente desde un principio, se convierte en un problema crónico que se agudiza y que tiene graves consecuencias para la víctima que van desde el aislamiento al suicidio.

Cada año se conocen más y nuevas situaciones de abuso sexual infantil y crecen las estadísticas en este sentido. Sin embargo, los especialistas no lo atribuyen a un aumento de casos, sino al resultado de las campañas que apuntan a visibilizar la problemática y a crear espacios de denuncia accesibles a las víctimas. Si tomamos las cifras del 2016 de la campaña del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia de Unicef podemos ver que registros que preocupan. En base a la Estadística sobre niñas, niños y adolescentes víctimas de abuso sexual y violación, tomada de 5.240 víctimas, el 15 por ciento de los casos correspondió a niños hasta cinco años (760); 19 por ciento de seis a 10 años (1.000); 41 por ciento de 11 a 15 años (2.160) y 25 por ciento de 16 a 18 años (1.320).

Respecto a las edades, la Estadística reporta que la franja etaria de mayor representación es de 11 a 15 años (2.000 femeninas / 160 masculinas), con el 41 por ciento; seguida por la de 16 a 18 años (1.235 femeninas / 863 masculinas) con el 25 por ciento; de seis a 10 años (805 femeninas / 193 masculinas) con el 19; y hasta cinco años (566 femeninas / 194 masculinas) con el 14 por ciento.

A veces el silencio se instala porque los abusos suceden dentro del núcleo familiar y provienen de una persona de confianza de la víctima. “En un 90% de los casos los agresores tienen una relación cercana al niño y a su entorno. Pueden ser tíos, padrastros o los propios padres”. En algunas situaciones las madres optan por proteger al abusador o realizan una primera denuncia pero después no quieren seguir con la causa porque el agresor es la persona que alimenta a la familia. El miedo, el sentimiento de culpa y la vergüenza también conducen a ocultar el abuso, según la guía que elaboraron la fundación FEIM (Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer), la AAMCJ (Asociación Argentina de Mujeres de Carreras Jurídica) y Salud Activa para ayudar a las familias que deben intervenir ante una situación de abuso sexual infantil o adolescente.

Los especialistas que elaboraron el estudio explican que los niños que son víctimas de abuso sexual en forma reiterada desarrollan lo que denomina “indefensión aprendida”: como sus intentos por evitar el abuso no surten efecto, dejan de intentarlo y con el tiempo pueden asumir el rol de pareja del agresor. Como causa de la manipulación y las amenazas a las que son sometidos guardan “el secreto” y evitan la revelación.

El abuso sexual infantil es un fenómeno que siempre está acompañado de desazón psicológico. La gravedad de los problemas que pueden presentar estas víctimas y su influencia en otras etapas del desarrollo, siendo necesario que los profesionales sean capaces de detectar esta problemática para posibilitar su intervención.

El abuso sexual infantil no es un problema nuevo, sino una de las formas de maltrato infantil que acompañó al desarrollo del hombre durante toda su historia. Aparece en la literatura, en el cine y frecuentemente en noticias periodísticas. Es el más escondido de los maltratos y del que menos se conoce, tanto en el ambiente médico legal como en el social.

El abuso sexual infantil no ocurre solo en poblaciones marginales sino que abarca todas las culturas y todas las clases sociales. La estimación de mayor demanda que hay en la actualidad se debe a que recién ahora las personas involucradas se están animando a denunciarlo, lo que se refleja en una mayor cantidad de consultas, tanto en el nivel hospitalario como en el privado.

El diagnóstico no es nada fácil y como suele pasar desapercibido durante mucho tiempo deja marcas emocionales, que cuanto más antiguas, más difícil son de tratar. La confirmación diagnóstica es difícil y se basa en el relato del niño, sus juegos, la historia clínica, el examen físico y los exámenes complementarios. Sin embargo, pocas son las veces que se encuentran signos físicos de certeza como los relacionados con enfermedades venéreas, desgarros en zona genital o embarazo. La sospecha llega al consultorio por la demanda familiar (en general la madre) o por sospecha de un profesional (médicos, maestros) ante signos indirectos (masturbación compulsiva, lesiones genitales, vulvovaginitis reiteradas, trastornos de sueño, enuresis, etc). El ámbito más frecuente donde se produce el abuso es el ámbito familiar, lo que hace su abordaje más problemático. Cuánto más cercano a la familia es el acto de abuso más difícil es trabajar, teniendo en cuenta, además, que en el caso de niños pequeños o personas con discapacidad, la información solo llega a través de terceros.

Parece no haber una definición universal acerca de qué constituye el abuso sexual infantil, a mi entender la definición más certera es “la muerte del alma”, porque ya nada vuelve a ser igual.

 

(*) Abogada, integrante de la Comisión de Asistencia a la Víctima, Centro de Mediación del Departamento Judicial de San Martín

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