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Lo condenan a 7 años de prisión por 35 amenazas a su ex

Le decía que la iban a matar, la insultaba, le aseguraba que ya la iba a cruzar en el instituto donde cursaba la carrera de profesora de educación física. Después lo repitió con los familiares de ella. Apelaron el fallo.

Se conocieron por la red, iniciaron una relación. Primero parecía un ser encantador, pero luego ella comenzó a recibir mensajes intimidatorios y amenazas de muerte. El bombardeo era tal que la víctima dejó de estudiar, de usar su celular, de salir de su casa. Cuando dejó de atender el móvil, su entorno comenzó a recibir los mensajes. Debieron cambiar la rutina, su familia no la dejaba sola en la casa y pusieron cámaras de seguridad. Finalmente el padre de la víctima comenzó a sospechar de su entonces yerno y terminó dejándolo en evidencia. Con el correr del juicio otras chicas, que habían mantenido una relación con el acusado de 24 años, contaron historias similares. Lo acusaron por 35 hechos de amenazas y el juez Julio Kesuani lo condenó a siete años de cárcel. El fallo está apelado.

En junio de 2013 S. comenzó a recibir mensajes intimidatorios en su celular. Una voz masculina le decía que la iban a matar, la insultaba, le aseguraba que ya la iba a cruzar en el instituto donde cursaba la carrera de profesora de educación física. Le contaba sobre las ganas de matarla que tenía, que ella no le iba a cargar la vida a nadie más. Le advertía “que dejara a su novio”. Le hablaba de sus movimientos, le aseguraba que ni su familia ni la policía lograrían salvarla. Esta situación se extendió por unos cuatro meses.

Cuando la joven dejó de usar su celular, los mensajes empezaron a llegar a los móviles de su familia y al perfil de Facebook de una amiga y una hermana de la víctima; el objetivo: que le dieran los recados con el mismo tenor intimidatorio. Le decían que el objetivo era que dejara a su novio, volverla loca, llevarla al suicidio.

El noviazgo

En febrero de 2013 S. hizo una publicación en Facebook y recibió un me gusta de Iván Lionel David Larrosa. Ella no lo conocía y empezaron a conversar por la red durante un mes. En marzo se vieron en un boliche y comenzaron una relación. Enseguida Larrosa se fue a Italia y desde el otro lado del océano no dejaba de mandarle mensajes. A su vuelta, la relación comenzó a complicarse. La celaba por todo. Reproches, hostigamientos, apretones de brazos. S. no aguantó más y lo dejó a través de un mensaje, pero él insistió. Al tiempo volvieron con la promesa de Larrosa que iba a cambiar. La situación estuvo calma por un breve lapso y volvieron los planteos por celos, especialmente respecto de un compañero de la víctima. En el único momento que no la contactaba era cuando estaba en su casa. Poco después empezaron los mensajes intimidatorios.

Este hostigamiento la llevó a querer dejar de usar el celular. Al principio los mensajes buscaban “que se separara de su novio”, pero luego fueron subiendo de tenor. Comenzó a tener mucho miedo, a no salir de su casa, abandonó la carrera, cerró sus cuentas de Facebook y Twitter, pero alguien creó perfiles falsos sobre ella.

Su padre comenzó a sospechar de su novio y decidió dejar activo sólo su celular; compró una flota de móviles que usaba únicamente la familia, para comunicarse entre sus integrantes, y corroborar si el autor de estas amenazas era el aún novio de su hija. Los números no estaban agendados: los copiaron en la parte de atrás del celular y Larrosa no estaba al tanto. Los hostigamientos cesaron hasta que un día S. se quedó a dormir en la casa de Larrosa; a partir de allí, otra vez, los mensajes intimidatorios llegaron a los nuevos números. Entonces  el padre confirmó sus sospechas. Cuando le contó a su hija, ella tuvo una descompensación y debió recibir atención médica. También tuvo que someterse a un tratamiento psicológico para terminar la relación, dice el fallo.

El padre de S. recordó que estas situaciones iniciaron tras el noviazgo de su hija con Larrosa. Los mensajes eran cada vez más violentos, con amenazas de violación y muerte. Debieron cambiar los hábitos familiares, instalaron cámaras de seguridad  y estuvieron a punto de contratar un detective.

Cuando el hombre confirmó sus sospechas, lo denunciaron y Larrosa fue indagado. Negó haber amenazado a su ex y describió negativamente a la joven y sus reacciones. Pero hubo otras dos novias de Larrosa que declararon. Una de ellas fue víctima de amenazas similares. Mientras que la otra joven describió el cambio que tuvo el acusado con el correr de la relación, mutando hasta ponerse obsesivo.

Para el juez se demostró la conducta persecutoria y obsesiva de Larrosa para con la víctima con el fin de obligarla a continuar la relación, actuando en el anonimato hasta ser descubierto por la familia. Kesuani tuvo en cuenta la pluralidad de infracciones integrativas de la acción, su prolongación en el tiempo, la intromisión, el abuso, control y daño producido a la privacidad, por lo que condenó, a mediados de este año, a Iván Leonel David Larrosa a 7 años de prisión por 35 hechos de amenazas coactivas agravadas y amenazas calificadas. El fallo fue apelado.

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