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La rebelión conservadora encumbró a Bolsonaro

Cómo interpretar, más allá de los porcentajes, el amplio triunfo en primera vuelta del militar que promete orden a cualquier precio, que se presenta como liberal en lo económico y conservador en lo social
Por Nicolás Cabrera*

 

¿Qué nos dicen unas elecciones? A mí me gusta pensarlas menos desde los números y más desde los procesos. Para la matemática están las calculadoras, para la interpretación no hay más remedio que sacudir la pereza intelectual. Pues bien, si números es lo que el lector busca, basta clicar. Si, por el contrario, tiene curiosidad por las historias que hay detrás de los porcentajes, ahí sí usted está leyendo la nota correcta. Lo que propongo es profundizar en lo visto y escuchado ayer, en Río de Janeiro, mientras registraba los festejos de los votantes del candidato que casi arrebata la presidencia de Brasil en la primera vuelta. Hablo del ex militar Jair Bolsonaro.

En 49 millones de personas, el total de votantes a Bolsonaro, caben infinitos mundos posibles. Sin embargo, que haya diversidad no invita a desechar la regularidad. Después de todo, hay una pertenencia que los aglutina. ¿En que se basa? ¿Qué tienen en común los “bolsominion” –como se conoce a sus votantes–? ¿Qué emociones activa el ex militar? ¿Qué enemigos compartidos hay? ¿Qué procesos se sedimentan en un 46% del padrón brasileño? Para entenderlo, apelo a los cánticos de los bolsominion que escuché durante la jornada de ayer. La música traza fronteras, dinamiza sensaciones, moviliza cuerpos, genera pertenencia. Hace pública una identidad en construcción. Lo que sigue es una radiografía de los tejidos que unen a la tropa del capitán.

“Nuestra bandera jamás será roja”

La base social de Bolsonaro es, en primer lugar, anti Partido de los Trabajadores (PT). Luego, casi por tiro de elevación, la condena absorbe a toda la izquierda. El rojo, sintomático de peligrosidad, merece la prisión, como la del ex presidente Luiz Inácio Lula Da Silva. Son ellos los responsables del estancamiento económico y la crisis moral en la que hunde a Brasil. Corruptos frente a la ley, incompetentes en la gestión y degenerados con las costumbres. Una aberración que hay que eliminar para mantener inmaculado al verde y amarillo la patria. No vaya a ser cosa de que Brasilia se confunda con Caracas o La Habana.

La relación de espejo invertido que hay entre Bolsonaro y el PT es clave para entender la foto y la película electoral. Sin la decadencia de los rojos no habría auge de los verde-amarillos. De ahí el pesimismo que invade a los antibolsonaros de cara al balotaje. Aunque sea a media voz, se comenta, que ni la bendición de cuatro dedos –léase Lula– puede revertir la imagen devaluada que arrastra Haddad y su partido. Hasta la calculadora más optimista ve una victoria del PT reducida a la región del nordeste, zona en la que sí, todavía, flamea la bandera roja. Un primer elemento de los bolsominion es, entonces, una definición negativa: ser anti- izquierdistas

“Familia unida, jamás será vencida”

Bolsonaro ha dicho siempre que su gobierno será “liberal en la economía y conservador en las costumbres”. Lo curioso es que en el debate público poco se discutió lo primero y demasiado lo segundo. Arriesgo a decir que en estas elecciones resulta más fructífera una lectura moral que económica. En otras palabras: con finanzas en recesión, pero sin grandes sobresaltos, y con un clima político dominado por una polarización tajante entre el “bien” y el “mal”, el voto parece menos orientado por el bolsillo y más por los valores. La defensa a la “familia” que los bolsominion profesan debe leerse como una reacción frente al avances de las “minorías brasileras”. Sobre todo, en materia de género y diversidades sexuales. Por ello, no es casualidad que Bolsonaro aumentara varios puntos inmediatamente después de las masivas marchas de las mujeres bajo la consigna “ele nao”.

El fantasma rojo merodea nuevamente, pero ahora, ¡para colmo!, viene travestido. Fue el PT el que permitió avances cívicos en materia de género y diversidad. Claro que en un país en el que las iglesias evangélicas pululan al mismo ritmo que las canchas de fútbol o las rodas de samba, aquel avance genera un obvio reflujo. Bolsonaro representa una rebelión conservadora. Una contraofensiva que busca restaurar un orden moral amenazado. Sólo desde allí puede explicarse la fundamental alianza estratégica entre el candidato y las fuerzas evangélicas. Un dato: Bolsonaro no fue al último debate presidencial televisivo organizado por el multimedio Red o Globo. Lo que hizo fue dar, a la misma hora, una entrevista exclusiva con el canal televiso Record. Es la pata mediática de la iglesia universal cuyo dueño, Edir Macedo, llamo a votar al “mesías” de Dios.

“Yo creo, creo en la policía militar”

Bolsonaro se apoya en las fuerzas de seguridad. Las cita, las defiende, las glorifica, les promete. Entendido en el manejo de las redes sociales, le sobran trending topics en la patria tuitera. Los más rimbombantes siempre han estado vinculados a otro caballito de batalla de su campaña: la declaración de guerra frontal y directa contra el delito. Una catarata de aplausos uniformados resonó cuando publicó, por todas las redes sociales, que iba a autorizar “carta blanca” a la policía militar para “matar en servicio”. Sólo así se podría, para el candidato y sus votantes, resolver el dilema que hoy tienen las Fuerzas Armadas en acción: “Si la policía dispara, va a la cárcel. Si no lo hace, va al cementerio”. Flexibilizar el armamento para la población civil es una razón de adhesión de muchos brasileños guiados por la ley del Talión. También lo es, obviamente, para la industria armamentista orientada por la ley de oferta y demanda. Por último, en este punto, un dato no menor: su candidato es un ex general militar retirado. Dato no menor en un país en el que el impeachment –juicio político– parece estar siempre al orden del día

“Yo, soy brasilero, con mucho orgullo, con mucho amor”

Bolsonaro activa los sentimientos más nacionalistas de la población brasileña. No es casualidad que sus votantes elijan la bandera nacional y la camiseta de la Selección de fútbol como estética predilecta. Para los bolsominion, las clases, razas, géneros, etnias o diversidades sexuales son invenciones izquierdistas que solo buscan dividir, fragmentar y enfrentar. Inclusive las políticas de discriminación positiva –esto es, compensar ciertas deficiencias en derechos básicos a poblaciones vulnerables– suelen leerse en clave de injusticias. Hay un ideal de equidad que desconoce las asimetrías reales. Pues, quien trata como igual al desigual no hace otra cosa que reproducir lo que dice combatir.

Aunque en el cementerio de las letras está lleno de falsos profetas y gurúes a destiempo, me animo a arriesgar una proyección para el balotaje del 28 de octubre. Esta base electoral que aquí describí rápidamente promete ensancharse e intensificarse. La propia inercia polarizante de la segunda vuelta lo genera. En caso de ganar Bolsonaro, esta concepción del mundo contara con el aval estatal para imponerse como legítima. En caso de perder, dudo que los bolsominion acepten de buena gana someterse al demonio que han jurado exorcizar. Resulta curioso que aun si jugarse el segundo tiempo, el resultado se avizora. Pase lo que pase, Brasil ya perdió.

*Desde Río de Janeiro
Especial para El Ciudadano
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