El sociólogo, docente e investigador del Conicet Carlos Altamirano piensa que en 2019 habrá una doble campaña del miedo y que la elección presidencial se definirá entre el miedo al retorno de Cristina Fernández de Kirchner o el miedo a que Mauricio Macri siga al frente de la Casa Rosada.
En diálogo con El Ciudadano, de paso por Santa Fe donde participó del encuentro Poesía Litoral, Altamirano ensayó una lectura de la era macrista y del pasado inmediato signado por el kirchnerismo. Según el autor de “Frondizi: el hombre de ideas como político” (1998) y “Peronismo y cultura de izquierda” (2001), entre otras obras, en las elecciones de 2019 se repetirá la polarización del balotaje 2015 y será decisivo el comportamiento de los ciudadanos que no se sienten representados por esos polos.
—¿Qué definición puede hacer del macrismo como espacio político?
—El macrismo, entendido como el PRO, es un partido de centroderecha liberal. Esa es la caracterización más rápida y verdadera. Luego, mediante la colaboración de Elisa Carrió y de una parte de los radicales, ha dado lugar a un gobierno de centroderecha con algunos temas que no eran propios del PRO, como el tema de la corrupción, que es un tema añadido a la agenda por Carrió.
—¿En qué tradición del pensamiento de centroderecha se inscribe el PRO?
—Si hay algo que caracteriza al PRO, no es el esfuerzo por transmitir o implantar una doctrina. ¿Cuál fue la promesa del PRO? Poner en marcha y consolidar en la Argentina una economía de mercado. Uno podría decir que el PRO es el partido del mercado en la Argentina. Pero no le ha ido bien. Lo dice Carlos Melconián, por hablar de alguien cercano al gobierno: el plan económico ha fracasado. Y eso abre un interrogante de aquí a 2019. En los primeros tres años el balance del gobierno es negativo respecto de aquello que prometió, no de aquello que no prometió. El PRO no prometió un gobierno progresista; prometió capitalismo y economía de mercado.
—También prometió pobreza cero.
—Sí, pero eso es parte de un discurso propagandístico. Lo otro era lo más claro respecto de en qué marco iba a aparecer la pobreza cero. Una vez que la economía, con esos rasgos, se pusiera en marcha, la pobreza iría desapareciendo del horizonte. Ese era el razonamiento.
—Sobre la marcha también hubo otras promesas: inversiones, segundo semestre, brotes verdes…
—Pero no estaban referidas a la pobreza sino a los efectos que iban a tener esas medidas para poner en movimiento el capitalismo argentino.
—¿Qué significa que el PRO sea el partido del mercado?
—Significa que las decisiones que toma la política hacen del mercado el principal asignador de recursos. No es el Estado el que decide cómo se distribuye la riqueza, sino el mercado. Y las economías de mercado eran el espejo en que debía mirarse la Argentina.
—Pero hubo cambios muy profundos a nivel mundial en las economías de mercado.
—Sí, pero las economías de mercado siguen funcionando sobre las mismas bases en Francia, en Alemania, en Inglaterra, aún en los Estados Unidos cuando Donald Trump dice “América primero”. Hay populismo y nacionalismo, pero lo que defiende es el capitalismo norteamericano. Habla de las industrias, de los trabajadores y de las empresas a las que quiere proteger de una globalización que, como dicen algunos sectores de la dirigencia norteamericana, ha sido negativa para los Estados Unidos.
—¿El gobierno de Cambiemos supo leer la situación mundial?
—Bueno, este gobierno se insertó en un mundo donde el presidente de Estados Unidos era Barack Obama y ahora prosigue en un mundo que ha cambiado. Hay movimientos muy fuertes en esas aguas. Pero creo que era algo equivocado aún cuando no se hubiera movido nada en el mundo. La idea de que había capitales en el exterior golpeando las puertas para invertir era, desde ya, un diagnóstico equivocado. El diagnóstico del PRO era que bastaba que se instalara su equipo en el gobierno para generar la confianza que llevaría a la famosa lluvia de inversiones. Ahí hubo una sobreestimación de ellos mismos y, sobre todo, del presidente.
—¿Qué piensa que pasó en las elecciones de 2015?
—Hubo un desgaste del gobierno kirchnerista y de la figura de Cristina, que era la jefa de ese movimiento después de la muerte de Néstor Kirchner. Un cansancio de su cesarismo y de su autoritarismo. Cuando ella dijo en Rosario “vamos por todo”, fue la peor frase que pudo producir. Ese día comenzó el descuento. La gente empezó a temer que ella pudiera continuar más allá de los cuatro años que le quedaban.
—¿Y ahora como la ve a Cristina?
—No voy a decir ninguna novedad: en 2019 lo que va a decidir quién gane es qué miedo va a predominar, si el miedo a que siga Macri o el miedo a que vuelva Cristina. El voto negativo va a ser decisivo. Hay una parte importante de los ciudadanos que no se siente representada por estos dos polos y que va a terminar eligiendo a uno de ellos por temor al otro.
—¿En qué se expresan esos dos miedos?
—En la continuación de esta sucesión de fracasos del PRO en el gobierno, que ahora ya muestra grietas al interior de la coalición Cambiemos; o en el miedo al retorno de Cristina en una Argentina que no tiene los recursos que tenía en 2007 o 2008.
—¿Qué impacto van a tener las movilizaciones sociales y en particular el feminismo?
—Son movimientos que se han convertido en un hecho muy relevante de la vida pública de los argentinos en estos últimos años y están destinados a permanecer.
—¿Las demandas de las mujeres formarán parte del debate electoral?
—Seguro. Y creo que ahí el macrismo tiene la partida perdida. El macrismo nunca le asignó importancia, por razones que tienen que ver con su equipo, a la batalla cultural. A diferencia del kirchnerismo, que le asignó una gran importancia. Por lo tanto es una batalla perdida para el macrismo porque nunca la emprendió.
—¿El kirchnerismo puede capitalizar la ola verde?
—Podría ser. Pero ahí, ¿qué va a prevalecer? ¿El miedo al retorno de Cristina o el miedo a que siga Macri?
—En el plano electoral nacional, ¿hay lugar para una tercera fuerza?
—Creo que va a haber un escenario polarizado. No sé qué va a ocurrir con el peronismo no kirchnerista, que tiene el problema de no tener votos.
—¿Y una opción progresista o de centroizquierda?
—No la veo factible. Hay una parte muy grande de los argentinos que están huérfanos de la política, no encuentran una representación relevante y no quieren contar solo con una fuerza testimonial en el escenario de la lucha política.
—¿Y qué pasa con esos huérfanos?
—Terminan optando por uno de esos miedos y son los que definen la elección. Es algo que ya pasó en 2015, cuando pesó mucho el voto negativo.