A lo largo de su carrera política, Elisa Carrió protagonizó una serie de rupturas políticas y, por el momento y pese a las reiteradas tensiones que generó, Cambiemos es la excepción.
Iniciada en la militancia radical desde joven, la chaqueña tuvo su primer alejamiento de un espacio -la UCR- en 2001, cuando expresó su oposición a una serie de medidas tomadas por el entonces presidente Fernando De la Rúa: desde su banca de diputada se negó a acompañar el proyecto de reforma laboral y los «superpoderes» del ministro de Economía, Domingo Cavallo, así como desde el principio se había quejado de los nombre elegidos por «Chupete» para integrar el Gabinete.
«¡No votemos ese artículo! ¡No lo votemos, se los ruego! ¡En nombre de la dignidad de un pueblo que tiene hambre y sed de justicia, no podemos aprobar ese artículo!», bramó la blonda legisladora en aquella sesión de marzo de 2001 en la que se debatían los «superpoderes» para Cavallo.
Además de las cuestiones políticas y su permanente oposición y cuestionamiento a los históricos operadores de la UCR, básicamente Enrique «Coti» Nosiglia, Carrió recordó recientemente, con su ironía habitual, el rol que en los 90 le daban a las mujeres dentro del radicalismo: «Nos mandaban a las convenciones a servir empanadas», se quejó.
Previo a la crisis de 2001, la abogada oficializó su salida de la UCR y fue una de las fundadoras de la alianza Argentinos por una República de Iguales (ARI), junto con socialistas como Alfredo Bravo y Jorge Rivas: más tarde, decidió crear el partido político Afirmación para una República Igualitaria, con la misma sigla.
Desde allí, la chaqueña tuvo su plataforma para realizar resonantes denuncias sobre presuntos hechos de corrupción, principalmente contra Néstor y Cristina Kirchner y su entorno, así como también fue el espacio por el que compitió por la Presidencia en varias oportunidades: en 2003 quedó cuarta, con el 16% de los votos.
Alejada del radicalismo y establecida en la ciudad de Buenos Aires, Carrió sufrió la temprana salida de Graciela Ocaña del ARI, ante la decisión de la Hormiguita de aceptar el cargo de interventora del Pami.
Luego, en 2007, la diputada nacional volvió a la carga para intentar llegar a la Casa Rosada y encontró una nueva aliada: desde el interior de la UCR, Margarita Stolbizer encabezó un sector que reclamaba que el radicalismo apoyara la candidatura presidencial de «Lilita» en la flamante Coalición Cívica.
Ante la decisión del espacio de encolumnarse detrás de Roberto Lavagna, la oriunda de Morón se apartó y fundó el GEN, un espacio progresista con similitudes al ARI.
En esos comicios, en los que Stolbizer fue candidata a gobernadora bonaerense, la nacida en Resistencia cosechó el 23% de los votos, lejos de los 45 puntos que llevaron a Cristina Kirchner al Sillón de Rivadavia.
Esas coincidencias con la líder del GEN las llevaron a formar un dúo político y, tras conversaciones con dirigentes como Gerardo Morales, Luis Juez, Ricardo Alfonsín y Ernesto Sanz, formó parte de la creación del Acuerdo Cívico y Social que compitió en las elecciones legislativas de 2009.
Sin embargo, poco duró ese proyecto político progresista, algo que se repetiría más adelante: en agosto de 2010, la Coalición Cívica abandonó la alianza, disparando munición gruesa contra aquellos «gerentes que manejaron la UCR durante años» y con un importante desgaste en el vínculo con Stolbizer.
«A Kirchner no lo va a derrotar el pasado, sino el futuro. El futuro que se expresa en la transparencia, la República, el desarrollo económico y la justicia social y no en los viejos pactos corporativos. Hoy, los gerentes que manejaron la UCR durante años, tienen razón, yo no les sirvo, tampoco la Coalición Cívica, formada por una generación de jóvenes con principios que no toleran, ni el cinismo, ni el pacto, ni la corrupción», lanzó en su carta de renuncia al frente.
En aquel texto, agregaba: «Tengo una responsabilidad mayor: no entregar a esta nueva generación extraordinaria de políticas y políticos menores de 45 años a las fauces del viejo corporativismo cínico y corrupto de la Argentina».
A fuerza de denuncias contra el matrimonio presidencial, Carrió fue a lo largo del kirchnerismo una de las principales y más férreas opositoras.
Pero ese rol opositor no fue suficiente para repetir la cosecha electoral en 2011, ya que decidió mantenerse fuera del armado del Frente Amplio Progresista (FAP) y tampoco quiso formar parte de Unión para el Desarrollo Social, la alianza entre la UCR y Francisco De Narváez: Carrió, casi en soledad, alcanzó un magro 1,82 por ciento, demasiado lejos del 54 por ciento con que Cristina Kirchner revalidó su mandato.
Esa dura derrota hizo que la chaqueña repensara su postura a la hora de las alianzas políticas y, nuevamente, conformó un frente de corte progresista.
Con la inclusión de dirigentes como Fernando «Pino» Solanas, Martín Lousteau, Alfonso Prat Gay y Victoria Donda, Carrió formó parte del nacimiento Unen, para competir en las elecciones legislativas de 2013 en la Ciudad de Buenos Aires: apostando a la unidad con la postulación de varias listas internas, el espacio quedó en segundo lugar con 32% de los votos, dos por debajo del PRO.
Ese buen rendimiento en las urnas hizo que el progresismo se ilusionara de cara a los comicios presidenciales de 2015: apenas concluidas las elecciones legislativas, se puso en marcha el operativo nacional que dio origen al Frente Amplio Unen.
Pero la ilusión no duró: en 2014, en pleno acto de recuerdo del resultado obtenido un año antes en la Ciudad de Buenos Aires, la interna estalló y el Faunen murió sin llegar a ver la luz.
La razón de la implosión fue la diferencia de posturas: mientras la líder de la Coalición Cívica-ARI buscaba un gran frente opositor que incluyera al entonces jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, los sectores de centro-izquierda, encabezados por Solanas, rechazaban esa posibilidad.
Ante la ratificación del cineasta de oponerse a ese intento de ampliación, la chaqueña apretó el detonar en medio del evento que se suponía que debía ser festivo: mientras Pino reclamaba que no se le diera lugar «a la derecha moderna», ella tomó su cartera, se dio media vuelta y se retiró.
Tras la reunión de la UCR en Gualeguaychú en la que se definió aceptar una alianza con Macri, fue el momento de Cambiemos: su precandidatura presidencial fue apenas un mero reflejo de institucionalidad, ya que estaba acordado que el postulante con mejor medición en las encuestas era el líder del PRO.
Aquella implosión de Faunen, que tuvo como protagonista a la diputada nacional, es hasta el momento la última ruptura política de Lilita.
Sin embargo, las críticas públicas y resonantes de Carrió contra el gobierno -desde la advertencia para que no se reforme la Ley de Glaciares hasta la denuncia de un supuesto «pacto de impunidad» que buscaría parte de la Casa Rosada con Cristina Kirchner- acumulan pólvora en los cimientos de Cambiemos.
En medio de un embate contra el ministro de Justicia, Germán Garavano, por sus dichos sobre la situación judicial de la líder de Unidad Ciudadana, el pasado fin de semana la tensión llegó a su nivel más alto -hasta ahora-, ya que Carrió se mostró abiertamente desilusionada con Macri: «Perdí la confianza en el Presidente».
«Yo no rompo. Todos apuestan a que yo rompa. Yo no voy a romper, si esto es creación nuestra», repite una y otra vez cuando le consultan sobre el futuro de la alianza oficialista. Hasta ahora y a un año las elecciones de 2019, la explosiva Carrió sigue con los pies adentro de Cambiemos, que por ahora resiste los sacudones del huracán Lilita.