Cuando sonó su teléfono y atendió, a las 6 de la mañana –apenas levantada–, la poeta uruguaya Ida Vitale no podía creer lo que escuchaba. El ministro de Cultura español, José Guirao, le comunicaba que había ganado el premio Cervantes en su edición 2018, el que se considera el Nobel de las letras en castellano. Dotado de 125 mil euros, el Cervantes es uno de los reconocimientos más importantes para los escritores de habla castellana. Vitale respondió que no sabía que por estos días se entregaba el galardón y se mostró muy agradecida.
Nacida en 1923, Ida Vitale, con sus robustos 95 años, ya había obtenido el premio Reina Sofía en 2016 y este año participó del Festival de Poesía de Buenos Aires. Es poeta, traductora, ensayista y su voz tiene una singularidad que es profunda y certera y sus obras no dejaron de editarse en los últimos veinte años: antologías suyas de estos años pueden encontrarse en papel y en digital por distintas plataformas: Todo de pronto es nada (2015); Cerca de cien (2015), Sobrevida (2016) y una flamante edición de Poesía reunida, donde están los poemas que ella publicó entre 1949 y 2015. En 1974, Vitale tuvo que exiliarse en México ya que su país estaba en manos de la dictadura. Volvería en 1984 y, casualidades o azar, en el país azteca fue amiga de Fernando del Paso, el escritor mexicano recientemente muerto y al cual, antes de que jurado mencionara el nombre su nombre para el Cervantes, recordó a ese talentoso hombre de letras.
Una mujer en escena
El premio Cervantes a Vitale rompe dos tradiciones. La primera es la alternancia entre españoles e iberoamericanos, que señalaba que este año le tocaba a España porque el año pasado lo había ganado el nicaragüense Sergio Ramírez. La otra, que el Cervantes fuera un reconocimiento casi exclusivamente masculino. Los argumentos para la elección de Vitale se basaron en que su lenguaje es uno de los más destacados y reconocidos de la poesía moderna en español y que era “al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y honda», se señaló en el fallo. Y que la ganadora era desde hace tiempo “un referente fundamental para los poetas”. Algunas expectativas caían en la posibilidad de que en esta ocasión el Cervantes quedara en manos de una mujer, dado que hasta el momento sólo cuatro mujeres lo habían obtenido: María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010) y Elena Poniatowska (2013), esta última una de las integrantes del reciente jurado.
Los del 45
Inscrita en la tradición de las vanguardias latinoamericanas, Ida Vitale es un referente ineludible de lo que se conoce como poesía esencialista. Su obra se caracteriza por poemas cortos, una búsqueda del sentido de las palabras y un carácter metaliterario.
Vitale vivió durante muchísimos años en Austin, Texas, donde enseñaba literatura latinoamericana. En 2016, luego de la muerte de su esposo, volvió a Montevideo y se instaló en el barrio Malvín, en un pequeño apartamento cuyas paredes tapizó de libros donde pueden encontrarse desde las obras completas de Federico García Lorca hasta los últimos títulos de Paul Auster. Vitale perteneció a la que dio en llamarse Generación del 45 aunque también la Generación del 27, a la cual Juan Ramón Jiménez visitó asiduamente y también ejerció alguna influencia en los modos de escritura que fueron adoptándose. Para esa generación, la del 45, José Enrique Rodó, Horacio Quiroga, Emilio Frugoni y Delmira Agustini fueron los padres literarios que marcaron una senda para transitar y ello lo hicieron con celo y gracia, como correspondía a hijos dilectos.
Mistral en el comienzo
Cada vez que se le pregunta por sus comienzos, Vitale recuerda una anécdota a la que señala como fundamental en su vida de escritora. Se trata de la lectura de un poema de Gabriela Mistral que ella escuchó en la secundaria y que le quedó dando vueltas en la cabeza durante un par de semanas. Lo contó de este modo: “Nunca se sabe cómo aparece el interés o la pasión en cada uno por alguna cosa en particular. Me llevó dos años entender ese poema porque tenía una construcción que no era nada habitual pero nunca más pude sacármelo de la cabeza, allí ya me picó la curiosidad inacabable por la literatura”. También admite que la escritura de Delmira Agustini fue señera y que define muy bien una suerte de “sentir uruguayo”. De esta poeta explicó que fue quien cuando creía que la poesía no le serviría para vivir y entonces había comenzado a estudiar derecho, su lectura sistemática fue el cable a tierra para que abrazara la escritura. Durante mucho tiempo tuvo que ocultar en su hogar ese amor incontenible que sentía por la poesía porque, claro, eso no era redituable. Sus estudios de abogacía le facilitaron y le permitieron ocultar esa pasión hasta que comenzó a publicar, primero como periodista en Marcha y en el diario Época y luego en revistas que trataban temas políticos y literarios. Esta situación, su amistad con Juan Carlos Onetti y con Idea Vilariño y su casamiento con el crítico y ensayista Ángel Rama la condujeron al exilio en México, donde entraría de lleno en el universo literario. Se cuenta que antes de su partida, Vitale, quien siempre se sintió cautivada por Onetti –como escritor y como hombre– tuvo un altercado con Vilariño, quien era por entonces la pareja del autor, que creyó que la poeta intentaba birlarle el amor. Vitale siempre lo negó.
Argentinos afuera
Desde hace 11 años ningún ar-gentino volvió a ganar el Cervantes; el último había sido Juan Gelman, en 2007. Antes lo recibieron Jorge Luis Borges (compartido con Gerardo Diego) en 1979 y Ernesto Sábato en 1984 (el año en que se publicó el Nunca Más, el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que el escritor presidió). También recibió el Premio Cervantes Adolfo Bioy Casares, en 1990.