El equipo periodístico del diario El Ciudadano –conocedor de navegar en medio de las tormentas– decide entregar una distinción al celebrar 20 años en Rosario. Reconocmos a quienes estuvieron, están a la par en ese cotidiano y marcan el futuro de la ciudad.
Martes 27 de noviembre de 2018, 20 hs.
Plataforma Lavarden, Mendoza 1085 | Rosario
Héctor Ansaldi
Piripincho viene de un planetita por la loma de los quinotos, que queda atrás del sol. Es hijo de Coca y Procopio. Cuando sea grande quiere ser payaso y para eso estudia todos los días. Es una mezcla de Principito, Felipe de Mafalda y Peter Pan. Hace casi 40 años que Piripincho se adueñó de Héctor Ansaldi y desde allí del cariño del público de muchas generaciones con un único fin: no olvidarse del niño que todos llevan dentro. Cualquiera puede reconocer la frase «salame de milán» y si alguien pregunta quién tiene un corazón de alcaucil no dudará en decir Piripincho. Ansaldi es actor, director y docente y quien le da vida a ese personaje tan mágico y popular.
Empezó a actuar en 1964 con el elenco de la escuela Dante Alighieri. A principios de 1973 creó su lugar, el teatro Caras y Caretas, en una casona antigua en Corrientes al 1500. En ese momento se vivió una época dorada del teatro independiente rosarino. Desde allí le dio continuidad a espectáculos para chicos y grandes y eso lo transformó en uno de los teatros más antiguos de la ciudad y uno de los pocos que sobrevivió a tantas crisis. En junio de 2015 el Concejo lo nombró artista distinguido.
Cuando se distrae es Héctor Ansaldi y en 2006 le tocó recurrir a su tierno personaje para lograr despertar a su nieta Mía, que quedó con severas secuelas neurológicas producto de una mala praxis en el parto. No se movía ni abría los ojos. Pero a pesar de que no había esperanzas no se resignaba a que no le respondiera y le dijo: «¡Ay dale, despertarte de una vez que quiero jugar con vos en mi planetita!». Y Mía abrió los ojos.
Piripincho tiene muchas cosas de Ansaldi y Ansaldi de Piripincho. A veces este personaje tierno y popular lo domina y hasta lo excede, hasta pensó en despedir al personaje. Pero no lo hizo. Sintió que Ansaldi le tenía que seguir prestando el cuerpo para hacer reír como locos descosidos a chicos y no tanto.
Canela Grandi
¿Se puede cambiar siendo tan antiguamente uno y no una. Tan profundamente uno, con compromisos, errores y aciertos? “Sí, se puede”. Canela Grandi eligió su nombre a los 50 años. Es una arquitecta urbanista y fue docente durante 36 años en la facultad de Arquitectura de la UNR. Su historia trascendió cuando se asumió trans. Y además tentó a la directora de cine rosarina Cecilia del Valle para hacer un documental sobre su vida: “Canela sólo vive dos veces”.
Se casó con una mujer y estuvieron juntos durante 27 años. Tuvieron tres hijos: Juan Ignacio de 33 años; Santiago de 31 y padre de su única nieta Carola, y Bárbara, de 29. Su cambio fue gradual y necesitó estar un tiempo sola para aprender y conocerse. Su cuerpo se adaptó.
A pesar de haber construido el primer shopping en la provincia del Chaco, una de las grandes cadenas de supermercados en Santa Fe y tener más de 250 obras en su espalda, la clientela de su empresa constructora cayó. Pero de a poco comenzaron a llamarla nuevos clientes, en su mayoría mujeres. Y repuntó.
El camino para encontrar un lugar en el mundo fue lejos de la marginalidad y sin perder su esencia. Sus hijos y su madre la aceptaron e hicieron que el cambio fuera natural, posible y no tan doloroso. A sus 61 años en su documento de identidad, carné de conducir, credencial de la obra social y tarjetas de créditos, figura como Canela Grandi.
Julieta Riquelme
Jonatan Herrera tenía 23 años, un pequeño hijo y un trabajo. El 4 de enero de 2015 lavaba el auto en la puerta de su casa ubicada en bulevar Seguí y Ayacucho, cuando una persecución policial sobre un joven que había robado una juguetería en San Martín al 3500 pasó a su lado. Jonatan intentó protegerse pero los uniformados abrieron fuego contra él. Cuatro de ellos, integrantes de la recién creada Policía de Acción Táctica, viajaban en un colectivo de línea y al ver la situación se bajaron y dispararon.
A partir de ese momento su hermana, Julieta Riquelme, se convirtió en una luchadora y en una referente de la Multisectorial contra la Violencia Institucional. Pudo transformar la bronca y el dolor en militancia y pelea para que se haga justicia por todos los pibes que como su hermano fueron víctimas de las balas policiales.
El fallo por la muerte de Jonatan dejo el triste sabor de la impunidad; en abril de 2017 el tribunal oral compuesto por los jueces Juan Carlos Curto, Juan José Alarcón y Rodolfo Zvala absolvió a una mujer policía que estaba acusada y condenó a Francisco Rodríguez, Luis Sosa y Alejandro Gálvez a la pena de 3 años y 8 meses de prisión por abuso de armas agravado. Ramiro Rosales fue penado con 6 años y 6 meses de cárcel por homicidio culposo. Actualmente es el único que continúa preso por el hecho. Pese al dolor de no encontrar la justicia que su familia buscaba, Julieta es hoy una referente de la lucha y una compañera de los familiares de las víctimas de violencia institucional.
Matilde Bruera
Es una abogada destacada por su labor en la defensa de los Derechos Humanos. Fue integrante de la APDH (Asamblea Permanente) y representó a familiares de víctimas de la última dictadura cívico-militar. Nunca dudó que iba a ser abogada, pero no imaginó que fuera a vincularse con los Derechos Humanos.
Luego ingresó a la Justicia federal, primero como defensora oficial, donde entre otras cosas le tocó asumir la defensa de personas que llegaban al tribunal acusadas de narcotráfico. Desde ese lugar planteó que los niños y las mujeres que atienden búnkers de venta de drogas al menudeo, que representan el eslabón más débil de la cadena y se encuentran en estado de vulnerabilidad, sean considerados víctimas de trata. “Son víctimas que tratan de sobrevivir. A los dueños del negocio no los persiguen porque recaudan dinero blanco que a muchos les conviene”, expresó. En 2003 asumió como defensora pública ante los Tribunales Orales Federales. Para ella fue emocionante y le permitió cumplir la vocación de defender masivamente. “El penal es un sistema de persecución dirigido a los sectores más vulnerables”, opinó.
Le impactó ver qué había pasado con los familiares de desaparecidos y las condenas a los represores. También la historia de una mujer «mulita» que llegó a Rosario hace unos años y la invasión que sufrió en su cuerpo para hacerle despedir las drogas.
Actualmente, lejos del Poder Judicial, asumió la defensa de militantes sociales perseguidos por la protesta social. “En este nuevo contexto persiguen a los militantes y también a sus abogados por defenderlos. El método de lucha de protesta siempre fue el corte de calle porque no los escucharon de otra forma. Se puede criticar pero no perseguir penalmente. Nos preocupa que se convierta en una política de Estado. El derecho penal es violencia de Estado”, señaló.
César Delgado
César Delgado es un jugador de futbol conocido por su extraordinaria capacidad para desbordar por los extremos en la cancha. Debutó en primera división en el club Rosario Central en el 2001 y jugó hasta 2003. También pasó por el equipo mexicano Cruz Azul, y en la selección argentina logro dar el salto con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Jugó cuatro temporadas en Europa, en el Olympique de Lyon, después volvió a México para vestir la camiseta de Monterrey. Pero su corazón siempre fue canalla y así fue como en 2015 volvió a Argentina para jugar en Central hasta 2016.
El Chelito, como le dicen cariñosamente, siempre tuvo un sueño: apostar a formar un club en el barrio Las Flores donde nació, y ayudar a los pibes para que se diviertan y disfruten del deporte. El año pasado lo cumplió. Abrió el Club Deportivo Amistad Las Flores, en 5 de Agosto y España. Tuvo el apoyo estatal, a través del Plan Abre del gobierno de Santa Fe, que cedió el terreno.
El predio tiene tres canchas, un equipo que compite todos los fines de semana en la Liga Lifa con categorías infantiles, un equipo de futbol femenino que, por ahora, sólo tiene encuentros amistosos y también se practica rugby.
A sus 37 años, el Chelito no se olvida de sus orígenes y el tiempo le demostró que valió la pena esperar para abrir el potrero, en el corazón de barrio Las Flores. Tiene la satisfacción de haber logrado este presente pero sueña con nuevos desafíos. Hoy es jugador de Central Córdoba, donde planea quedarse hasta fin de año.
Renata Labrador
A los cinco años Renata Labrador vivía en Barcelona. Había migrado con la familia después de la crisis de 2001 y del asesinato del militante social Claudio «Pocho» Lepratti, un amigo de su mamá. Iba a un colegio de monjas que quedaba cerca de la casa y todas las semanas las dejaban ir un día con la ropa que querían. Una vez Renata se puso una pollera y una musculosa que le encantaban, pero al colegio no. Su mamá hizo un escándalo cuando la llamaron para decirle que no podía mandarla vestida así. Cuando volvió a Rosario comenzó a estudiar en el Normal 1. Renata, ya convertida en la presidenta del Centro de Estudiantes, armó con sus compañeros y compañeras un “calzazo” para mostrar que la ropa no tenía nada que ver cómo estudiar.
Renata nació en Madrid pero a los dos meses ya estaba en la Argentina. Volvió después a Barcelona y creció con acento español y lengua catalana. El movimiento de los indignados fue lo último que vio antes de volver por última vez a Argentina. Llegó a Rosario con 12 años. En pocos meses hablaba un «argentino» perfecto y era una más del curso. Conoció qué es el feminismo por su mamá, pero llegó a ser feminista como muchas: a través del dolor.
En abril del 2017, cuando la Policía encontró a Micaela García asesinada en un descampado de Entre Ríos, la invadió la sensación de injusticia. Micaela podía ser ella: joven, militante, le gustaba salir y divertirse. Renata también sentía que no podía caminar tranquila por la calle y se preguntaba cómo cambiar las cosas. Desde ese abril Renata no paró de militar en el movimiento de mujeres de Rosario. Va a las marchas, asambleas y viajó a las votaciones del proyecto de interrupción voluntaria del embarazo y a Trelew al último Encuentro Nacional de Mujeres. Junto al centro de estudiantes de su colegio lograron que la Educación Sexual Integral no dependa de la voluntad de cada profesor. La hicieron obligatoria.
“Las estudiantes secundarias asumimos que teníamos que mover el debate a través de las redes, hablando con nuestros compañeros y mostrando la lucha. Vamos a seguir en el mismo camino defendiendo la educación sexual integral y peleando hasta que el aborto sea ley”, dice Renata. A punto de terminar su mandato como presidenta del centro de estudiantes del Normal 1, ella es parte de la generación de chicas y chicos que en 2018 se volvió protagonista con el pañuelo verde en sus mochilas, el glitter y la purpurina en sus caras y siempre en las calles. Renata es una de las pibas de la revolución de las hijas, como las bautizó la periodista Luciana Peker.
Kurt Lutman
Kurt Lutman siempre estuvo en movimiento. Su vida está atravesada por el juego. Debutó a los 17 años en Newell’s, el cuadro de sus amores, donde empezó en las inferiores, para integrar la selección sub 17 argentina en 1993. Siete años después enfrentó al entonces presidente Eduardo J. López. Estaba cansado de los discursos individualistas y del éxito para pocos. Lutman paró la pelota y abandonó el fútbol. Pero siguió en movimiento. Trabajó como verdulero, diariero y estudió circo. En 2000 lo invitaron a escribir una nota sobre fútbol para el periódico El Eslabón, y jugó a ser escritor. Publicó dos libros: El agua y el pez y Semillas para barriletes, que no juntan tierra en el estante de ninguna librería, sino que Lutman los mueve arriba de su bicicleta y los lleva a pedido. Ahora trabaja en el tercero, que incluirá cuentos, crónicas, poesías y entrevistas. Aún no sabe cómo llamarlo, pero eso no lo pone ansioso. Confía en el movimiento que llega después de la quietud.
“Me entusiasman los proyectos que están atravesados por una energía lúdica. En esa energía está la batalla, la disciplina, la improvisación, la defensa, y el ataque. Lo lúdico es el marco que invita a mover esas energías e investigarlas”, dijo Lutman.
El ex jugador cree que todas las personas son artistas, mientras lo hagan desde sus convicciones. Lo aprendió hace unos años de sus maestros de circo, danza y de kung fu y lo llevó a la práctica en sus principales juegos: el libro y el fútbol.
“Es la diferencia entre ser genuino y adoptar las formas del linaje o culturales. Siempre jugué como me dijeron, más en una estructura como Newell’s que busca efectividad. Cuando entendí la diferencia limpié mi cáscara y empecé a verla en los demás”.
En un partido con Belgrano hizo un gol y debajo de la camiseta tenía una remera que decía: «Cárcel a Videla y todos los milicos asesinos». Sin embargo, no se considera militante. Dice que es una persona inquieta, que no perdió la capacidad de asombro. Cree que lo nuevo del fútbol vendrá de la mano de las mujeres porque tienen alegría, fuerza e insolencia: los condimentos para hacer frente al miedo y a la rigidez del fútbol masculino de competencia.
Lutman disfruta del fútbol y lo juega con sus hijos, Juan de 15 años y Francisca de 12. Durante un tiempo soñó que volvía a la cancha, o que se preparaba durante largas horas en el vestuario, pero ya no le pasa. Lo único que extraña es viajar con sus compañeros.
Para el futuro piensa seguir escribiendo e incursionar en la música, como el folclore o el candombe. Siempre en movimiento.
Vanina Correa
Apenas empezó a jugar a fútbol sus hermanos la mandaron al arco. Por eso Vanina Correa dice que es arquera desde que nació. Es de Villa Gobernador Gálvez, tiene 35 años y defiende el arco de la selección argentina de fútbol femenino desde el 2000. De todas las jugadoras del plantel que clasificó al Mundial de Francia de 2019, es la única que estuvo en las ediciones de 2007 y de 2003, las últimas en las que el seleccionado femenino participó.
Defendió las camisetas de Rosario Central, Boca Juniors, Banfield, Club Renato Cesarini y hace tres años juega en el club rosarino Social Lux. Con la camiseta de Argentina también jugó el Campeonato Sudamericano de 2003 en Perú, el mismo certamen tres años después en Mar del Plata, el torneo de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, y la Copa América 2018 en Chile.
A diferencia de las estrellas de la selección masculina de fútbol, Vanina y sus compañeras dan pelea por tener ropa, viáticos y lugares para entrenar. El año pasado hicieron un paro y se sacaron una foto en la Copa América en reclamo a la AFA para conseguir mejores condiciones. Lograron practicar y concentrar en el predio de Ezeiza, como el equipo masculino, y se posicionaron como un equipo a tener en cuenta en el presupuesto.
En noviembre jugaron la clasificación al Mundial de Francia 2019 con dos partidos, uno de ida y otro de vuelta contra Panamá. El primero fue en el estadio de Sarandí y ninguna del equipo imaginó que iba a explotar de hinchas de todo el país. Las entradas se agotaron en pocos días y demostraron que en los últimos años creció la participación de las mujeres jugadoras e hinchas en el fútbol. “Sabíamos que iba a ir mucha gente porque por medio de las redes nos pedían entradas pero no esperábamos algo así. Creo que siempre las mujeres jugamos mucho al fútbol, pero ahora es más visible a través de las redes. Hoy las chicas arrancan desde muy chiquitas por eso queremos que se armen categorías inferiores y que se promueva el deporte”, contó.
Vanina no se dedica tiempo completo a jugar al fútbol. De lunes a viernes atiende por la mañana la caja de cobro de impuestos de la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez. Por la tarde entrena en Rosario o en Buenos Aires.
Marco Giordano
Amaga hacia la derecha, vuelve y se hamaca hacia la izquierda. Marco hipnotiza con el pique, es su arma de seducción justo cuando prepara el ataque final, en el que en una fracción de segundo decidirá si salta para detonar la bomba, si rompe para atacar el aro o se suspende hacia atrás para tirar como patentó Michael Jordan cuando él no había nacido. Son él, la pelota y el aro. El rival no existe, es sólo algo en el camino.
Giordano es pura intuición, esencia de potrero, esa picardía e ingenuidad que la Liga no pudo quitarle como les hizo a otros. Es el pibe que salía de la pileta para tirar al aro en el viejo Morosano con 40 grados a la sombra, el que jugaba picados con sus amigos y los dejaba en ridículo como les pasó a sus recientes rivales olímpicos. Eso sí, sin bromas, sin cargadas, bancándose uno que otro golpe, porque en el básquet callejero, el talento duele.
Era un pibe y ya era leyenda en las canchas rosarinas. Chiquito, flaquito, escurridizo, una máquina de anotar y de hacer jugar, porque potenciaba a sus compañeros, a esos que ganaron y ganaron a nivel local, provincial y una épica final nacional. Llenaban canchas a los 14 años, claro que restringido al público del básquet, porque las cadenas nacionales que hoy lo descubren nunca se hubieran acercado a una cancha de barrio en la liga Rosarina.
La sonrisa siempre está a flor de piel, en la cancha y fuera de ella. Obligado a crecer de golpe cuando decidió apostar con 15 años a vivir y jugar en Corrientes, siempre tuvo una familia numerosa dispuesta a estar cerca. No son sólo mamá y papá los que acompañan. Son su hermano, tíos, abuelos y toda la banda de Temperley, que hoy lo disfruta.
De la mano de Giordano, Rosario consiguió una de sus medallas doradas en los recientes Juegos Olímpicos de la Juventud que se disputaron en Buenos Aires. Se consagró campeón en la selección argentina masculina del básquet 3×3. Y Marco fue la figura.
Imposible no admirarlo, no disfrutarlo. Giordano es una joya del básquet, del 3×3, del 5×5 y de lo que sea. Simplemente porque cuando decide sacarla a bailar, son la pelota y él. Por eso, la pelota siempre a Marco, que nada puede salir mal.
Rody Bertol
Cuando era chico Rody Bertol jugaba a los soldaditos. Los dividía entre los malos alemanes y los buenos norteamericanos, y los enfrentaba en una historia que continuaba en capítulos. “Esos juegos anticiparon lo que iba a hacer después: trabajar con actores y armar historias”, dijo el director y dramaturgo, creador del Centro Experimental Rosario Imagina.
Con más de 25 años de trayectoria, el grupo presentó obras como Los Invertidos, Artificio casamiento, Lo mismo que el café, el clásico local Quién quiere patear el tacho o una recordada versión de La sonata de los fantasmas, de Strindberg.
“El teatro trabaja sobre un pasado que quiere transformar. Siempre es una fábula del tiempo. Para ser original hay que volver al origen y hablar de lo que vivimos”, opinó el director que a lo largo de su carrera buscó correrse de las estructuras formales como lo hace en la actualidad con su última propuesta, El arbolito rojo, una obra que lleva cerca de 80 funciones montada en una sala de ensayos.
Entre bambalinas se graduó de psicólogo y dirigió el hogar de menores durante 18 años. Pero fue en el teatro donde Bertol encontró un refugio para transitar la juventud en plena dictadura cívico-militar. Estudió en el sótano de la escuela Arteón, donde aprendió con el maestro Néstor Zapata una particular forma de concebir el teatro. Dijo que el azar lo llevó hasta ahí cuando tenía 17 años. Vivía en Villa Gobernador Gálvez y quería estar en el centro. Un día faltó al colegio para anotarse en otro taller, pero un compañero le recomendó que fuera a Arteón. “Fue una maravilla. Un camino a una determinada visión ideológica del teatro”, contó.
Del taller surgió el grupo Discepolín con Chiqui González, Myriam Cubelos, los hermanos Cacho y Miguel Palma y Carlos Giménez. Más tarde organizó la Bienal de la Creatividad, junto a Patricia Vitola, Eduardo Rodes, Cristina Prates y gran cantidad de artistas de Rosario. Allí conoció al director teatral Alberto Ure, de quien estrenó por primera vez en el país la obra La familia argentina.
La bienal fue el germen de Rosario Imagina, un grupo por donde pasaron más de 200 actores hasta consolidarse en los últimos años con un elenco más estable. Como dramaturgo hizo relecturas del referido Strindberg junto a otras de Discépolo, Beckett, González Castillo, Roberto Cossa y Alberto Ure.
“La obra te elige. Tenés una vivencia y de pronto encontrás en esa obra algo que te permite expresarla. Todo está inventado pero siempre existe la posibilidad de encontrar algo que te sorprenda”, opinó.
La primera obra que vio y le gustó fue Los caminos de Federico, de García Lorca, que estrenó Alfredo Alcón. “Éramos muy progresistas pero todos nos queríamos parecer a Alcón”, bromeó.
Bertol piensa que las personas lo ven como a alguien parco y poco expresivo, pero él considera que tiene sentido del humor. Lo divierten los ensayos y le emociona estrenar una obra porque siente que es un milagro superar tantos obstáculos. Cree que hacer teatro en el contexto actual es difícil por los recortes presupuestarios, la deuda con los grupos y salas. “Volvemos a hablar de resistencia, de cómo podemos hacer nuestro trabajo con estas dificultades, porque el público tiene menos posibilidades de pagar una entrada”, contó.
En su tiempo libre Bertol escucha Spinetta, Charly García, Fito Paez, Gustavo Ceratti y León Gieco, y también David Bowie, John Lennon, George Harrison y Paul McCartney. Aunque dice que el más grande fue Astor Piazzolla. Le gusta leer cuentos y es fanático de Onetti, Saer y Abelardo castillo.
Está terminando de ver House of Cards pero las series preferidas son las policiales como The Why o The Killing. También disfruta de podar plantas y trabajar en el jardín de su casa de Roldán mientras ensaya Siete mares y Proyecto N, dos nuevas obras de su autoría que seguirán transitando la idea de un ensayo extendido en el tiempo.
Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito
Hace 15 años las calles de Rosario fueron las primeras por las que miles de mujeres marcharon con los pañuelos verdes para pedir que el aborto sea legal, seguro y gratuito. Era el cierre del 16° Encuentro Nacional de Mujeres y sentían por primera vez que estaban en una marea verde. Los triángulos de tela habían llegado de manos de las mujeres de la agrupación Católicas por el Derecho a Decidir. Eran “hijos” de los pañuelos blancos que las Madres y abuelas de Plaza de Mayo levantaron como símbolo de lucha contra los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura militar. Todavía no tenían impresos la consiga: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”. Aun así, la pelea para que el aborto dejara de ser clandestino en la Argentina ya estaba en marcha y había empezado en Rosario.
El encuentro de 2003 en Rosario cambió la discusión de las mujeres. Por primera vez pensaron estrategias, hicieron una asamblea por el derecho al aborto con más de 300 personas y trazaron un plan de lucha que recorrió la Argentina. Fue el principio de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito que terminó de gestarse dos años más tarde y que hoy incluye a más de 500 organizaciones del todo el país. En 2007 la campaña llevó al Congreso Nacional el primer proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Lo acompañaron con 50 mil firmas de apoyo.
Muchas de las organizadoras del encuentro del 2003 en Rosario pasaron a ser parte de la mesa nacional. En 13 años presentaron el proyecto siete veces. En 2018 fue tratado por primera vez después de que el presidente Mauricio Macri diera el okey para discutirlo. La campaña encontró la oportunidad y las aliadas: eran las jóvenes de la generación Ni Una Menos con quienes dieron pelea en las calles, los trabajos, las escuelas y las redes sociales. La discusión no fue ajena porque el aborto había salido del clóset. Muchos y muchas aprendieron que en Argentina la práctica ya es legal por causales; conocieron los riesgos y las formas seguras; escucharon cuántas personas interrumpen el embarazo en la clandestinidad, y supieron que hubo tres mil muertes desde la vuelta a la democracia por hacerlo en condiciones inseguras.
La campaña creció con nuevas integrantes y es más fuerte aún cuando el proyecto no consiguió los votos. Siguen dando la pelea y defienden lo conseguido hasta ahora en el país y en Rosario, la ciudad en la que gracias a la alianza entre el movimiento de mujeres y la gestión pública, desde hace seis años ninguna persona muere por un aborto clandestino.
Ignacio Canabal
«La rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma aunque se llamase de otro modo», explicaba la enamorada Julieta en la ficción de William Shakespeare sobre si de verdad importan los nombres. A Ignacio Canabal sí le importan los nombres. Este año celebró que el Estado reconociera con una personería jurídica a la Asociación de Usuarios y Profesionales para el Abordaje del Cannabis y otras Drogas (Aupac). Atrás quedó el rechazo de la provincia cuando el psicólogo armó junto con otros activistas la Asociación Rosarina de Estudios del Cannabis (Arec) en 2010. Les dijeron que no podían usar la palabra cannabis en el nombre. Hoy, en gran parte por la militancia y compromiso de hombres y mujeres como Canabal, la palabra dejó de ser tabú. Incluso para muchas familias es sinónimo de invalorable ayuda.
Canabal es licenciado en psicología y desde el principio de su carrera eligió el barrio antes que la oficina. En el centro de salud de Villa Margarita entendió que el consumo es algo que atraviesa sin excepciones a toda la sociedad, pero cuando es problemático necesita aún más de profesionales sensibles donde el Estado llega poco, tarde y muchas veces sólo a reprimir. En paralelo, militó por que el cannabis saliera del closet en una ciudad donde se hizo la primera marcha para pedir por la despenalización de la marihuana en el país. Fue en 2002 y desde ese momento se formaron muchas organizaciones que llevaron a la fundación de Arec. Un año después, y para poder seguir organizando encuentros y compartir investigaciones sobre ciencia y las políticas de drogas, cambió su nombre. En vez de ser de «estudios del cannabis» es «de estudios culturales».
Canabal integró un grupo pequeño que fue la cara del activismo mucho antes de que hubiese una ley de cannabis medicinal o una la ley de salud mental y adicciones donde las personas ya no son insanas u objetos. Son usuarios y usuarias con derechos que no se extinguen porque tengan problemas. El psicólogo fue quien sostuvo los debates en los medios de comunicación cuando no había madres que cultivaban para hacer aceite para sus hijos. Fue quien reunió a parte de los médicos, psicólogos, trabajadores sociales, abogados y cuanto profesional sintiera que podía aportar en un grupo nuevo de apoyo a usuarios y usuarias para cuidarse y defenderse de la falta de información y las políticas de criminalización.
Canabal nunca dejó de entender que la atención es más necesaria en los barrios. Desde hace cuatro años dejó su cargo como psicólogo en la salud provincial para armar el Dispositivo Integral de Abordaje Territorial (Diat) en Seguí al 5500, en el corazón de barrio Triángulo, uno de los que lamentan los peores índices de pobreza de la ciudad. Siempre en equipo, gestionó con Sedronar la remodelación de la casa de Deliot que hoy brinda cada día, de 9 a 17, un espacio de referencia para la zona oeste y el resto de la red de salud que los necesite.
Trabajadores sociales, musicoterapeutas, profesores de educación física, docentes, entre otros profesionales, mantienen talleres y actividades diarias para más 100 personas de 11 a 50 años con distintos problemas. «Muchas veces el consumo no es el principal problema, sino la inserción social y la vulnerabilidad que cargan de generación en generación. Muchos son apretados por la Policía o no consiguen trabajo por no haber terminado los estudios o por la «portación de rostro». Otros nunca fueron al centro de salud o tramitaron documentos que necesitan», explica Canabal e insiste en que gran parte del trabajo diario es lograr que las personas reconozcan y peleen por sus derechos en las oficinas del Estado.
El Diat es parte de la salud de la red municipal. Es público, laico y no discrimina. No es poco en una provincia donde uno de cada cuatro espacios privados para personas con problemas de consumo de drogas no recibe a mujeres. Y donde uno de cada tres les cierra las puertas si están embarazadas o tienen hijos chicos. O donde un 30 por ciento no recibe a personas LGTBI y el otro 70 lo hace sólo si acceden a que se los trate por el sexo y género con el que nacieron. Siempre en equipo, el Diat es un reflejo del ciudadano Ignacio Canabal.
Edgardo Carmona
Cuando le tocó hablar en forma casual en el escenario del salón de actos del Politécnico, Edgardo Carmona dedicó varios minutos a recordar su paso por esa escuela. Tiene, como todo estudiante del Poli, el orgullo de haber pertenecido. Luego, como estudiante de Ingeniería.
Pero si bien tiene hábitos de ingeniero, detallista y puntilloso, la vida de Carmona cambió en 1978, cuando ingresó al diario La Capital para trabajar en “la planta”, un sector en el que se reemplazaba la forma en que se disponían las páginas para la impresión. Un sistema “en frío” que revolucionó la manera de imprimir los diarios. Con el regreso de la democracia, integró una lista en el Sindicato de Prensa Rosario (SPR), donde a los pocos años se convirtió en secretario General. Durante sus años al frente del gremio vivió duros conflictos, como los despidos masivos en el diario La Capital en 1998 y el cierre del diario El Ciudadano en 2000. Tiempos de angustia, donde todo parecía destruirse, de marchas interminables. De usar la imaginación para reclamar sin ser cerrados y tocar el redoblante en plena peatonal Córdoba para hacer visible los conflictos que más de una vez los medios callan.
Eufórico en las asambleas, suele quedarse sin voz. O a veces le queda un poco de voz que se quiebra cuando se emociona y no quiere llorar, pero lo hace. También suele quebrarse, siempre el mismo brazo, cuando lo golpea contra una mesa en medio de una discusión. Siempre a la vanguardia, suele intuir lo que se viene, aun sin ser un experto en tecnología.
Fanático de River, de la Coca Cola, entusiasta del cine, de las películas que no se cansa de citar a modo de ejemplo en cualquier discurso, pero sobre todo el compañero que siempre está, que siempre presta el oído y hace que cada día se transforme en una pequeña revolución que vale la pena vivir.
A nivel nacional, Carmona fue impulsor de la Federación de los Trabajadores de la Cultura y la Comunicación dentro de la CTA de los Trabajadores, de la cual es hoy secretario adjunto a nivel provincial.
En su carácter de líder del SPR, es la síntesis del gran apoyo que encontró de parte del colectivo de los trabajadores de prensa de Rosario el diario El Ciudadano, a lo largo de 20 años, para seguir con vida.
Noelia Figueroa
En mayo de este año estudiantes de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) se sumaron al hashtag Cuéntalo. La palabra fue viral en la Argentina y otros países de habla hispana para que miles de usuarias de Facebook y Twitter contaran casos de violencia y abuso y acoso sexual propios o de otras que no podían hacerlo. Las alumnas sacaron la consigna de las redes sociales y la llevaron al edificio de La Siberia.
Llenaron los pasillos con carteles en los que apuntaban a docentes varones por abusos y acosos. A los pocos días, un grupo de estudiantes de medicina las siguieron.
Las denuncias rebotaron en los medios de comunicación y encontraron respuesta en el trabajo que años atrás había iniciado un grupo de mujeres docentes y sindicalistas. Noelia Figueroa, la docente que atendía situaciones de violencia de género en el espacio de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, vio la oportunidad y terminó de delinear un protocolo de violencia de género y un plan de acción para las doce facultades y los tres institutos de la UNR. En junio último fue aprobado.
Noelia da clases en Rosario y en Paraná. Está a punto de terminar el doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires a través de una beca de Conicet. Estudió Ciencia Política y en segundo año empezó a militar en el movimiento estudiantil universitario. La cercanía con las situaciones de violencia de género que atendían y la búsqueda de cómo denunciar hicieron que entrara al movimiento de mujeres de Rosario.
En 2011 formó con compañeras de todo el país la organización feminista Mala Junta. Ese año entró al Núcleo de Género de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR. El grupo tiene un centro de investigación y mantiene una cátedra electiva para las cuatro carreras de la facultad. “Tratamos de acompañar situaciones de violencia y generar conocimiento. No existía información sobre cómo tratar la violencia de género en las universidades para plasmarlo en normativas, así que tuvimos que hacerla. Aprendimos mucho y así fue que empezamos a pensar en los protocolos”, cuenta Noelia. En 2014 empezó a trabajar en la facultad de Ciencia Política en el primer protocolo de la UNR.
Asesoró a los grupos de otras facultades que siguieron el mismo camino. Con colegas de otras universidades crearon la Red Interuniversitaria Contra la Violencia de Género desde donde siguen el funcionamiento de los protocolos de todo el país.
Para Noelia hay que pensar más allá de una sanción al agresor. “Lo más importante es que las situaciones no se vuelvan a repetir. Hay que bajar la tolerancia hacia la violencia machista, reconocer esas prácticas y pelear por que la perspectiva de género deje de ser algo aislado. Todo profesional que pasa por la universidad pública debe estar formado en género. A cien años de la Reforma Universitaria es un paso fundamental para democratizar y construir una universidad más igualitaria a futuro”, explica.
Marcelo Molina
Cuando un niño de tres años ingresó al despacho del magistrado Marcelo Molina y vio a las dos personas que lo habían criado, corrió a abrazarlos. “Papá”, fue la palabra que el chico utilizó para dirigirse al hombre que había pedido su adopción directa. Y si bien la ley no permitía esa figura, el juez declaró que esa familia que el nene había señalado era la propia.
Esto marca el perfil del juez, que hoy integra la Cámara Civil y Comercial. Sin embargo su trabajo en el fuero de Familia marcó un camino, tanto por ser un referente en la materia y un capacitador como también por trasladar las cuestiones más sensibles al derecho y fusionarlas. También fue una referencia en la implementación del nuevo Código Civil que entró en vigencia en agosto de 2015. Conocedor de la problemática familiar, ha sabido bucear en la normativa para brindar soluciones concretas e innovadoras dentro de la discrecionalidad que le da su cargo.
Ha sabido escuchar, especialmente a los niños. Y quizás esa percepción se plasmó en su libro “Cuánto tiempo es un tiempito”, donde cuenta algunas de sus vivencias en Tribunales.
Otros de los casos en los dejó en claro los intereses de los niños fue hace dos años, cuando falló a favor de la adopción de dos hermanos por parte de una docente que se había hecho cargo de ellos diez años antes, cuando falleció la mamá de los niños, a pedido del papá.
«¿Cómo se compadece ignorar una situación de hecho desarrollada por años en la que una nena se referenció con una mujer como su madre? ¿Cómo ignorarla cuando para ella esa mujer es su madre en sus relaciones sociales, en la escuela, en el barrio, en su ámbito familiar, y para su propio hermano operó como madre? ¿Quién de todos nosotros le dice «no sos hija porque una norma le prohíbe al juez tener en cuenta tu historia»? Máxime, cuando no hay ilicitud», dijo Molina en el fallo. El juez consideró que esas normas «no se compadecen con la Convención Internacional de los Derechos del Niño y la Constitución Nacional», en el caso concreto. Una vez más y a modo de ejemplo, los niños fueron escuchados.
Ramiro Colabianchi
Hace nueve años Ramiro Colabianchi recibió un llamado de María Isabel “Chicha” Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Ella necesitaba confirmar la identidad de una persona que no podía pagar el estudio en los Estados Unidos para probar si un niño y una abuela eran parientes. Colabianchi estaba en pleno armado de su laboratorio y recordó lo que le dijo su padre Julio, un hito de la medicina en fertilidad de la ciudad, cuando estaba por elegir su profesión: “Buscá una carrera en donde puedas estar en contacto con las personas a las que ayudás”.
Colabianchi dijo que sí a Mariani. Hizo el examen. Hoy el genetista puede escribir un libro de las búsquedas de quienes se sientan en su oficina cada semana para conocer qué dice su ADN, si tienen parientes en el exterior o son compatibles con otra persona en el mundo. El médico, que lleva giradas más de 600 muestras al exterior, trabaja con el Área de Identidad de la Secretaría de Derechos Humanos de Santa Fe, donde en tres años ya asistieron a más de 200 personas para conocer sus orígenes.
En los cálculos del genetista rosarino hay más de 3 millones de personas en Argentina que no atan su pasado con la última dictadura cívico-militar y sin embargo tienen dudas sobre su origen o quieren buscar su rastro ancestral. Son buscadores y hay comunidades enteras que crecieron de golpe con internet.
Como no sienten haber sido parte de una apropiación ilegal van a los laboratorios privados, donde es habitual hacer exámenes de filiación en juicios por paternidad, por ejemplo. No hay ninguno público en Santa Fe. Colabianchi fue de los primeros en ayudar a los buscadores y sabe que aún falta mucho para que el Estado pueda asistirlos.
Antes de la bata el médico probó con los botines de fútbol profesional. Fue mediocampista en Rosario Central, se probó en el Real Madrid y jugó un año bajo la dirección de Jorge Sampaoli en Argentino de Rosario. Hombre de club y amigos, su compromiso es con la salud. Por eso siguió de cerca el debate por el aborto legal, seguro y gratuito en el Congreso. Cuando dijo que estaba a favor de la libertad de decidir con información y contención del Estado, desde las redes sociales le pasaron factura. Le dijeron que era responsable de la muerte de quienes no nacieron. La conversación no duró mucho. Un usuario escribió: “Señora, con todo mi respeto: no todos pensamos iguales y actuamos iguales. Pero quédese tranquila que en esa clínica y en esa familia dieron más vida que abortos en todo el país”.
Alberto y Alicia Perassi
La última vez que Alberto y Alicia Perassi vieron a su hija Paula fue el domingo 18 de septiembre de 2011. A siete años de su desaparición todavía no saben dónde está y pelean día a día por que sean juzgados los nueve acusados en la causa que investiga su muerte.
Paula Perassi tenía 34 años y vivía en San Lorenzo con sus dos hijos de entonces 2 y 6 años. Su caso puso en evidencia el poder de empresario del transporte Gabriel Strumia y la complicidad de la Policía local para encubrir el crimen. En la investigación Strumia está acusado de “aborto sin consentimiento seguido de muerte y privación ilegítima de la libertad agravada”, imputación que comparte con su esposa Roxana Michl, su empleado Antonio Díaz y la partera Mirta Rusñisky. Además, hay cinco policías imputados de encubrimiento del crimen e incumplimiento de sus deberes: Gabriel Godoy, Aldo Gómez y María Galtelli, y los dos ex jefes de la fuerza Jorge Krenz y Adolfo Daniel Puyol. También están acusados de robar y destruir pruebas y de falsedad ideológica de instrumento público.
Apenas desapareció, Alberto y Alicia fueron los únicos que salieron a pegar carteles y buscar a su hija. Ni la Policía, ni la Justicia ni los medios los escucharon. Recorrieron comisarías, juzgados, hospitales y juntaron todas las pruebas para demostrar que Paula no se había ido, como les quisieron hacer creer desde un principio. Cada vez que la causa está a punto de caerse se encadenan en los Tribunales de San Lorenzo y Rosario para pedir justicia. A principios de este mes estuvieron en los Tribunales de Rosario cuando la Cámara Penal extendió la prisión preventiva por 6 meses para Strumia y ordenó que el juicio oral se realice a la brevedad. Puso como fecha límite marzo del año próximo.
En estos años de lucha recibieron amenazas y ataques de todo tipo al punto de que Alberto no sale de su casa sin el chaleco antibalas puesto. Ellos siempre dijeron lo mismo: quieren saber dónde están los restos de Paula para enterrarlos y que sus dos nietos tengan un lugar para visitar a su mamá.
Florencia Croci
Florencia Croci sabe tocar la guitarra desde los 9 años y nunca estuvo de acuerdo con la canción de James Brown que decía que este es un mundo de hombres. A los 14, y en un hogar donde la voz de Peteco Carabajal se turnaba con las de Los Beatles, necesitó hacer sus propias canciones. Pensó letras y música de rock potentes como las de Charly García o los Redonditos de Ricota. Las imaginó con protagonismo femenino. Formó junto con su familia y amigas Cambio de Hábito, la primera banda de rock rosarina íntegramente de mujeres. El nombre jugaba con la actualidad: hacía poco había salido una película sobre una irreverente cantante que revoluciona una escuela de monjas. A la vez era una posición ideológica: algo tenía que cambiar en la escena del rock local. Así las Cambio lo mostraron en 1994, cuando compartieron escenario con Los Vándalos y La Rocanblus. Y fue entre pares.
Croci siguió juntando compañía en Las Hermanitas y Trival Zona. Dice que se enamoró de todos los instrumentos que conoció, pero la mayoría de las veces está detrás de la guitarra y el bajo. Este año la gorra corrida a un costado y el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito la destacan cada vez que sube al escenario con alguna de sus bandas o como invitada estrella. Su compromiso y solidaridad son conocidas en el ambiente. Participa del colectivo de músicas de Rosario que sumaron firmas para el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) y para mejorar las condiciones de trabajo de los músicos en la Asociación Argentina de Intérpretes. En 2011 tocó en el Monumento Nacional a la Bandera frente a cincuenta mil personas con Popono Piano Piano en el Día Internacional de la Mujer. No fue la última vez.
Vivió entre 2000 y 2004 en España, donde intercambió lo que llevaba de tango, rock y foclore con la música del mundo. Volvió más fuerte. Trabajó con La Bolsa, Los Vándalos, Coki & The Killer Burritos, Vandera, Leticia Brédice y Pablo Granados. Le gusta la mezcla de sonido y dar clases. Orgullosa madre de Zoe, no para de producir y crear nuevos grupos, como Alto Guiso, y canciones. Carga adentro el compromiso social. “Son las 18, otra vuelta a la plaza los jueves para contar que existe un gobierno de impunidad. ¿Cómo es que no se callan las mujeres más fuertes del mundo? Siguen cantando y no bajan los brazos para nada”, suelta Croci sobre las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario.
Alberto Botto
Apenas comenzó a trabajar en la Empresa Provincial de la Energía, Alberto Botto se sumergió en la carrera sindical. Eran épocas duras. Si bien ya la dictadura había quedado atrás, allá por el 84, en poco tiempo tuvieron que enfrentar la gran pelea que fue evitar que la EPE fuera privatizada y lo lograron. Hoy, su estilo al frente del gremio Luz y Fuerza es combatir el modelo neoliberal para que los trabajadores tengan derechos, pero también encarna una impronta solidaria que colabora con instituciones a través de diversas actividades para ayudar a los que menos tienen.
Llegó a Rosario desde su San Genaro Norte natal a los 11 años. Su papá trabajaba en Agua y Energía y lo trasladaron.
El 1º de febrero de 1984 Alberto Botto entró a trabajar en la Empresa Provincial de la Energía. Fue en un plantel de vigilancia, en un sector que antes estaba privatizado y que el gremio recuperó después de la dictadura militar. De ahí pasó a montaje y fue delegado, integró la comisión de salud del gremio, fue presidente del cuerpo de delegados y desde 1995 fue elegido subsecretario gremial; después fue secretario. Hasta el 1º de de mayo de 2015, cuando fue elegido secretario General.
“Hemos pasado luchas muy fuertes, como haber evitado que la empresa sea privatizada, logramos recuperar Sorrento, que fue otras de las grandes luchas, y en el medio recuperamos el convenio colectivo de trabajo que había sido disminuido”, sostiene.
“Hoy le damos pelea al modelo neoliberal que rige en la Argentina, pero además de todo esto hemos hecho un trabajo muy fuerte en el campo solidario”, define.
Es que Luz y Fuerza ha trazado un camino a través de la solidaridad, incluso cuentan con un programa desde el cual asisten a varias instituciones: “Quien lo necesita, quien nos pide, tratamos de darle una mano”.
Por ejemplo, la próxima actividad que tienen prevista es un concierto de Navidad en la Parroquia Santa Rosa de Lima, donde el ingreso va a ser un alimento no perecedero.
Se identifica con el sindicalismo combativo y solidario. Algo necesario en un momento en el que hay que dar la pelea contra el hambre y para que los trabajadores no queden excluidos.
Julia Cricco
Julia Cricco no habla de Mal de Chagas, la enfermedad que alcanza a un millón y medio de ciudadanos en la Argentina. Dice sólo “Chagas”. La doctora en biotecnología rosarina entiende que sumarle la palabra “mal” es muy pesado, como si fuera una maldición. Y no hay nada místico al respecto. La enfermedad crece en los lugares más olvidados por los gobiernos de América latina. Entre las paredes de adobe de los campos, el parásito de apellido cruzis se sube a la vinchuca que pica a los hombres y mujeres y después los come desde adentro. Muchas veces no levanta alarmas en el sistema inmunológico. A casi un siglo de ser descubierto, los disfraces que usa el parásito continúan desconcertando a la comunidad científica. Cricco lleva 12 años descifrando cómo vencerlo. En el medio, las migraciones hicieron que el Chagas dejara de ser una enfermedad de la pobreza. Hoy una madre puede transmitirlo a su bebé en cualquier ciudad.
Cricco nació en Rosario y vivió hasta que terminó la secundaria en el norte de Santa Fe, donde la vida de campo le presentó al Chagas. Volvió a la ciudad para completar la carrera de biotecnóloga. Junto con Alejandro Vila trabajó para que Conicet sumara un espacio más de investigación en la ciudad: en 1999 el Instituto de Biología Celular y Molecular, más conocido como IBR, nació para conectar a quienes entienden que la ciencia es parte de las soluciones a los problemas de un país. Con bemoles desde la década del 70 la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y Conicet hicieron que la idea de mejorar la producción y la salud se volvieran la misión y el salario de más de mil ciudadanos que amanecen cada día en Rosario.
Entre todos los parásitos, Cricco eligió el de Chagas para avanzar en su carrera como investigadora. “Era un modelo de estudio muy afectivo. No había nada hecho en nuestra zona”, recuerda. Desde entonces usó la bata para conocer cuál es la debilidad del parásito. Con el tiempo encontró una: cruzis necesita de una hemoproteína, moléculas que están en la vinchuca y en las personas. Cricco descubrió que sin ellas el parásito no vive. Y también pensó que si se lo sobreexpone a esa molécula el parásito muere. El problema es no afectar al humano en el proceso. Con esto la doctora avanzó en lo que se conoce como una investigación de base, es decir, un conocimiento nuevo que otros científicos tomarán para aplicar a mejorar tratamientos para quienes contraen Chagas.
La rosarina distinguida por El Ciudadano pudo haberse quedado en Estados Unidos después de su posdoctorado, pero volvió a estudiar una enfermedad que algunos consideran olvidada. Lo hace cada día sabiendo que depende de otros, porque el abordaje de Chagas tiene que sumar a cuanto profesional quiera resolverlo. Poco sirve saber cómo vencer a un parásito si la pobreza en la que viven los argentinos que las contraen no cambia. “La forma de luchar no es sólo desde lo médico. Es desde lo social”, explica Cricco.
Sonia Alesso
“No vamos a bajar los brazos hasta que cada trabajador sea reincorporado. Esta unidad que estamos planteando acá, la estamos planteando desde que asumió el gobierno de Macri. Muchos de nosotros dijimos que éste era el gobierno del Fondo Monetario, del ajuste, del hambre y de los despidos. Claramente, desde Amsafé dijimos hace más de dos años cual iba a ser el modelo educativo y el modelo de país. Desde Ctera, desde que asumió este gobierno, con los compañeros de ATE estuvimos marchando contra los despidos”. Las palabras pertenecen a Sonia Alesso, principal oradora en el acto que tuvo lugar a comienzos del mes de septiembre en el Cordón Industrial, que contó con la presencia de numerosos dirigentes gremiales de la región, la provincia y la nación, y fue la actividad central de un paro de 24 horas.
Sus palabras, que cerraron uno de los actos más importantes llevados adelante en la provincia, visibilizan su importancia en el armado de una red de gremios con voces fuertemente opositoras al gobierno y que construyen en la provincia un espacio de pelea a un modelo de hambre y exclusión.
Alesso es la secretaria general de Confederación de Trabajadores de la Educación (Ctera). Llegó ese lugar luego del fallecimiento de la secretaria anterior, Estela Maldonado. Este hecho marca a las claras la apertura hacia las mujeres del gremio de los docentes, ya que es difícil ver a mujeres al frente de sindicatos y muchos menos de centrales y federaciones.
También es secretaria general de la Asociación del Magisterio de Santa Fe (Amsafé). Más allá de su trabajo como dirigente en el gremio docente, fue una de las impulsoras de la construcción de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) en sus comienzos, y sobre todo en la década del 90 cuando tuvo un importante desarrollo de la mano de Víctor De Gennaro.
Hoy es parte de la conducción nacional de la CTA y además es una pieza clave en el proceso de unión sindical que se está dando tanto en Rosario como en Santa Fe, junto con gremios de la CGT. Estos son el Movimiento Sindical Rosario y el Movimiento Obrero Santafesino.