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El último tango en Roma: murió Bernardo Bertolucci

Autor de El último tango en París, Novecento o El último emperador, que obtuvo nueve Oscar en 1988, entre otros, a la mejor dirección y al mejor guión, llevaba años en una silla de ruedas peleando contra una larga enfermedad

Bernardo Bertolucci, última frontera de una generación de directores italianos capaces de transformar el cine universal, falleció este lunes a los 77 años en Roma. El diario El País de España lo recordó mediante una nota de Daniel Verdú que recorre su obra.

Autor de monumentos como El último tango en París, Novecento o El último emperador, que obtuvo nueve Oscar en 1988, entre otros, a la mejor dirección y al mejor guión, llevaba años en una silla de ruedas peleando contra una larga enfermedad. En las últimas dos décadas, tras el estreno de Asediada en 1998, apenas lanzó dos películas: Soñadores (2003), una particular visión del mayo del 68, y su último filme, Tú y yo, de 2012, basado en una breve novela de Niccolò Ammaniti.

Nacido en Parma, en 1940, era hijo del poeta Attilio Bertolucci y la profesora Ninetta Giovanardi. Fue amigo de Pier Paolo Pasolini y defensor empedernido del Partido Comunista. En 2007 obtuvo el León de Oro a la carrera de La Mostra de Venecia y, en 2011, la Palma de Oro de Honor del festival de Cannes. A lo largo de su carrera, filmó una quincena de películas, entre producciones colosales y minúsculas, obras experimentales y más tradicionales, y dejó un sello inolvidable de autor en el cine italiano e internacional. Fue también guionista, productor, poeta y «polemista», como recuerdan los medios italianos.

Bertolucci llamó la atención ganando todavía bien joven el Premio Viareggio por el libro de poemas In cerca del mistero. De ahí, de la tradición literaria y musical, surgió también el gusto por los textos, la dramaturgia y el cine dramático. Pero Bertolucci siempre reconoció la descomunal influencia sobre su cine de Pasolini, a quien conoció porque su padre le había editado su Ragazzi di vita y se había mudado al mismo edificio. El cineasta lo explicaba así en una entrevista con James Franco en Il Corriere della Sera: “Un día, cuando tenía 21 años me lo encontré delante de la puerta y me dijo: ‘Eh, te gustan las películas, ¿verdad? Porque voy a rodar una y quiero que me hagas de asistente en la dirección. Se llamará Accattone’. Le dije que nunca había hecho de asistente, y él me respondió que tampoco había dirigido ninguna película”. De hecho, la primera cinta que firmó, La cosecha estéril, partió de una historia del propio Pasolini.

Así nació una carrera que le llevó a dirigir una quincena de filmes y que absorbió también el aroma de las innovaciones de la Nouvelle Vague francesa, que descubrió pegado tardes enteras en las butacas de Cinémathèque parisina en los años sesenta. Allí más tarde vio de cerca el mayo del 68 que retrató, para algunos de forma un tanto frívola, en Soñadores. No hubo estudios ni aprendizaje técnico. Al principio, como vio hacer a Pasolini, renunció a actores profesionales y flirteó con las corrientes experimentales.

Pero el pasaporte de Bertolucci al olimpo del cine lo expidió El último tango en París, su película más polémica, con denuncias de violación de Maria Schneider a Marlon Brando, que el director de fotografía, Vittorio Storaro, negó después. Estrenado en 1972, el filme se prohibió en España, y no pudo verse hasta el 16 de enero de 1978. En una entrevista en el diario EL PAÍS de 1985 el cineasta comentó la importancia de la personalidad de Marlon Brando en la película: «Sí, influyó mucho. Brando es un monstruo prehistórico del cine del pasado. En principio no lo iba a interpretar él. Los actores elegidos eran Jean-Louis Trintignan y Dominique Sanda, pero resultó que Trintignan era un tímido y no se atrevía a hacer las escenas de la casa abandonada y Dominique Sanda estaba preñada, así que tuve que renunciar a los dos».

Novecento es un monumento desde todos los puntos de vista. Una descomunal crónica de las primeras cinco décadas de la Italia del siglo XX, partiendo de la muerte de Giuseppe Verdi, en 1901. Justo el día que nacen los dos amigos que protagonizan el filme y que representarán por tanto tiempo después dos italias que, en cierto modo, todavía se cruzan hoy cada mañana en la calle. La del comunismo y el fascismo; la de la izquierda revolucionaria, y la burguesía democristiana mucho más tarde. La del cierre de los puertos y la que hoy, lamentablemente, ha quedado silenciada.

La gran epopeya (314 minutos), producida por Alberto Grimaldi con estrellas de Hollywood como Robert De Niro o un Donald Sutherland que ponía rostro a un fascismo con algunos tics no tan lejanos, tuvo influencia hasta en los registros de recién nacidos, donde toda una generación de padres de la progresía italiana inscribió a su vástagos con el nombre de Olmo: como el personaje con el que Gerard Depardieu dio vida al combatiente obrero.

Novecento fue la afirmación definitiva de la transversalidad de Bertolucci, también a un lado y otro del Atlántico. Pero el reconocimiento en Hollywood llegó con El último emperador (1987), la trágica y novelesca historia de Pu Yi , el último representante de la dinastía manchú, quizá una de sus obras menos lucidas, pero la única que le ha valido a un director italiano el Oscar por la mejor dirección.

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