¿Cómo se vive después de un trasplante de riñón? ¿Y de dos? Lisandro Bottega sabe. Tiene 34 años, pero desde que nació conoce en detalle la vida dentro de un hospital. Con una insuficiencia renal crónica recibió un riñón de su madre, pero no duró. Diez años más tarde su padre le donó otro órgano para que dejara de ir tres veces por semana durante cinco horas a limpiar su cuerpo con una máquina. “Me siento libre. No tengo que irme de vacaciones a un lugar donde tenga cerca un centro de hemodiálisis”, cuenta a El Ciudadano.
A los 10 meses Bottega entró al sanatorio y le descubrieron síndrome urémico hemolítico. Estuvo internado más de un mes. Le hicieron diálisis peritoneal que le dejó como secuela insuficiencia renal. Tuvo que hacer diálisis, un proceso que recuerda como muy invasivo. “Se sufre mucho. No podía pasar mucho tiempo con mis hijos”, explica el hombre. En 2002 se hizo los análisis de histocompatibilidad con su madre, Mónica y todo iba bien. Lo trasplantaron en Buenos Aires. “No me olvido de ese día porque un grupo de vecinos carnearon vacas en avenida Circunvalación cuando volcó el camión”, rememora sobre aquella crisis argentina. Se recuperó y vivió seis años con el órgano que le había dado su madre.
Si bien el promedio de vida útil para un familiar directo es de 15 en noviembre de 2008 el cuerpo de Bottega empezó a funcionar mal. “No dura toda la vida. En mayor o menor medida el cuerpo rechaza el órgano donado”, asegura el hombre. En septiembre de 2009 Bottega entró a la guardia del hospital Centenario mal. Tiempo después le sacaron el riñón de su madre en el hospital Español y tuvo que retomar el tratamiento de diálisis. Lo hizo durante tres años hasta que el padre, Daniel ofreció uno de sus riñones. El 27 de junio de 2012 Bottega recibió el segundo trasplante. “Hace seis años que no me hago diálisis. Se puede vivir con un solo riñón, pero todos los días de mi vida pienso que no les pase nada a ninguno de mis padres”, confiesa y dice que su máximo miedo es volver a hacer el tratamiento de la sangre. “Es un lugar triste. La mayoría son personas mayores que más tarde o más temprano terminas teniendo una relación cercana. Si el riñón que me donó mi papá me dura hasta los 40 años no es tan sencillo un tercer trasplante. Existe la posibilidad que dialice por muchas años”, lamenta. Él considera que el sistema inmunológico tiene memoria y con el tiempo va generando anticuerpos y achicando las posibilidades de un tercer trasplante.
Bottega estudia martillero público y trabaja para un portal web de empresas inmobiliarias. Nunca se consideró enfermo y siempre pensó que a quienes más le costó su condición fue a sus padres. “Si quería cambiar de trabajo no podía. Llegaba a mi casa y lloraba, pero si la vida me puso en este camino es porque lo puedo soportar. Cada tres meses tengo que hacerme análisis”, dice y explica lo que le enseñaron sus padres: “Si alguno de mis hijos tuvieran un problema les daría hasta mi corazón”.