El 9 de diciembre de 1918 varios gritos llamando a la huelga sorprendieron profundamente a los rosarinos que estaban en las calles cuando ya se hacía de noche. La sorpresa fue que en esa oportunidad fueron los agentes de policía y bomberos –que estaban armados y tenían similares funciones que los policías– quienes vitoreaban la medida de lucha. El diario La Capital caracterizó al acontecimiento como “un espectáculo novedoso y original” porque el grupo de “sublevados” arrastró tras de sí a numerosos simpatizantes (Maltanares, 2009). La sorprendida elite política y económica de la ciudad, sin embargo, no exhibió sonrisas en sus caras y desplegó una brutal represión hacia los vigilantes en huelga. La característica de la huelga policial que más molestó a la clase empresaria de la ciudad fue su faceta ideológica (Karush, 2001), porque los agentes policíacos se reunieron en el local de Sindicato de Vendedores de Diarios, en San Lorenzo 1280, claramente identificado con el anarquismo y con la juventud libertaria que tenía entre sus planes una huelga revolucionaria. Dos días más tarde, los huelguistas realizaron una movilización desde el local de canillitas, tomaron calle Sarmiento y volvieron a girar en San Luis. Su intención era arribar a la plaza Sarmiento, tradicional espacio de reunión de organizaciones obreras y de izquierda. Sin embargo, en esta oportunidad una parte del Escuadrón de seguridad y soldados del Regimiento 11 los esperó parapetado en la esquina de San Luis y Entre Ríos donde los militares abrieron fuego y mataron por lo menos a seis efectivos oficiales en huelga.
Guerra y revolución
En diciembre de 1918 el mundo todavía estaba agitado por dos grandes procesos que se iniciaron entre cuatro y dos años antes. La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa generaron una amplia repercusión en nuestro país y en nuestra ciudad. El conflicto bélico significó un duro golpe económico y trastocó duramente al modelo llamado agroexportador. En los primeros años de la guerra, apenas salieron vapores cargados de cereales del puerto rosarino y por primera vez apareció la desocupación en la ciudad. Sin embargo, cuando el conflicto bélico atravesaba la mitad de su extensión, el tráfico marítimo fue retomando pulso. Por supuesto, la inflación y especulación de precios de los primeros años no se trasladó a los salarios y por eso se inició en 1917 un ciclo de huelgas que hacia fines de 1918 tocaba uno de sus puntos máximos.
Ferroviarios, tranviarios, trabajadores del correo, obreras de la Refinería de Azúcar, obreros de la cristalería Papini, portuarios, panaderos, metalúrgicos y municipales fueron los gremios rosarinos con mayor número de paros en protesta. Otros, como maestras y policías, venían soportando la falta de cobros que eran de nueve meses para los docentes y cinco para los vigilantes.
El 6 de diciembre, los municipales entraron en huelga y le enviaron un pliego de condiciones al intendente Tobías Arribillaga y éste, que se ocupaba exclusivamente de la administración de recursos económicos de la Municipalidad y había sido designado por el gobernador Rodolfo Lehmann, les respondía muy amablemente que no iba a ser posible pagarles lo atrasado. Fue entonces cuando la interna de la Unión Cívica Radical (UCR) agravó el problema. Lehmann, el hijo del exitoso empresario colonizador y abuelo de la actual legisladora del PRO-Cambiemos Lucila, no supo manejar la interna entre los radicales del norte, más conservadores, en oposición a los del sur, más progresistas. La cuestión de fondo era la agitación obrera que hacía temer, como estaba sucediendo en Rusia, una revolución. Mientras unos pedían una abierta represión, otros preferían una forma más atenuada de parar los reclamos de los trabajadores. Sin dudas acerca de poner fin a la protesta social pero dubitativo en cómo hacerlo, Lehmann designó como jefe Político de Rosario, que era quien tomaba las verdaderas decisiones políticas de la ciudad, a Jorge Lagos de la tradicional familia. La salida complicó las cosas y muchos comenzaron a hablar de “peligro maximalista”. Había algo que incomodaba y era que los policías habían declarado que no querían adiestramiento militar y que no querían convertirse en los “verdugos del pueblo”, en el marco de la protesta social.
Peligro maximalista
La fraternidad entre obreros y soldados en la Rusia revolucionaria llenó de pánico a los empresarios cuando advirtieron que los policías locales confraternizaban con los anarquistas. Desde noviembre, los libertarios de Buenos Aires habían convocado a una huelga revolucionaria para mediados de diciembre y, entre sus pedidos, solicitaban la libertad de Simón Radowitzky. La Federación Obrera Local de Rosario (FOLR) no desechó el llamado pero tampoco se ocupó de organizar una agitación. Una escisión de ésta, la FOLR autónoma formada por socialistas y los denominados “sindicalistas revolucionarios” reunidos en el gremio de los ferroviarios, se animó un poco más.
Por su parte, los policías en un principio tenían reclamos pragmáticos y poco revolucionarios. Cuando el 9 de diciembre los bomberos se negaron a formar fila al comienzo del día, y a ellos se les sumaron vigilantes e integrantes del Escuadrón, además de la Comisaría de Investigaciones, las autoridades no dieron importancia a la medida de fuerza. Luego se acuartelaron y elaboraron un pliego de reivindicaciones que expresaba mejoramiento de salario, para llegar a 100 pesos, que terminen los descuentos a los sueldos, que el gobierno pague los uniformes, que les den igual trato a bomberos que a agentes policiales, que no se tomen represalias y que reconozcan a una sociedad gremial policial. Una nota de prensa subrayaba el mal aspecto de los policías porque muchos de ellos no tenían uniforme mientras trabajaban. Con cierta arrogancia, el jefe Político no sólo desoyó el reclamo, sino que logró que los que protestaban fueran sacados de la Jefatura de Policía. En suma, no había motivos para una alarma para los empresarios. Sin embargo, una serie de asambleas en el sindicato de Vendedores de Diarios junto a la Juventud Anarquista (San Lorenzo 1280) hizo emerger el temor entre la burguesía y la dirigencia política.
Una descarga trágica
La resolución del gobernador Lehmann fue cesantear a los huelguistas sin permitirles el cobro de lo adeudado. Aunque insensible, la medida parece haber respetado los patrones de la época porque más tarde, en 1920, el entonces gobernador Enrique Mosca también decidió expulsar a los docentes en huelga sin pagarles el año y medio de sueldos adeudados. La otra medida gubernamental fue que se envió al Escuadrón de policía y al Regimiento 11, dirigido el general Isac Oliveira César. Éste había sido aplaudido y agasajado con un asado en la Sociedad Rural de Rosario por la clase empresaria cuando logró reprimir con energía y desactivar la protesta de tranviarios en 1913. En esta oportunidad, también mostró que el pulso no le temblaba y esperó a los vigilantes, agentes policiales y bomberos manifestantes en la esquina de la plaza Sarmiento, donde ordenó abrir fuego matando en un primer momento a cuatro personas y dejando una decena de heridos.
Esto pareció ser una solución pero no fue más que la antesala de la denominada Semana Trágica que se desató en los primeros días de enero de 1919 en Buenos Aires. Mientras tanto, en Rosario se realizó un operativo que logró dominar a los huelguistas, anarquistas y socialistas. Más tarde, cuando Juan Cepeda se convirtió en gobernador ante la renuncia de Lehmann, se buscó dar un perfil más profesional a la fuerza policial. Como agente de represión de la protesta social, la elite política radical y la empresaria aseguraron el cobro de salarios y otras cosas que hacían a la estabilidad de los agentes policiales.