Por Consuelo Cabral / Cosecha Roja
Laura Taborda atiende el celular pero su voz se escucha entrecortada. Dice que cuando llueve la señal se pierde y las llamadas se cortan. Que el agua no sólo tapa las calles del barrio y las llena de barro, sino que además deja a las familias incomunicadas. Ahora se acerca a una ventana y vuelve a saludar. Quiere hablar aunque le cueste, aunque su voz no se escuche. Quiere contar cómo era su hija, Daiana Moyano, asesinada el domingo pasado en Ciudad de Mi Esperanza, uno de los barrios guetos que creó el ex gobernador José Manuel De la Sota en la ciudad de Córdoba. Dice que necesita pedir justicia por su hija.
“Abandono de persona”
Entre la lluvia y la interferencia se oyen las voces de Mía Jazmín, de sies años, y de Gala Martina de dos, las hijas que Daiana tuvo con su pareja cuando vivían en una casa de barrio Pueyrredón y todavía podían pagar el alquiler.
El estado de Whatsapp de Laura cambió después del domingo 6 de enero, como cambió su vida cuando encontraron a su hija estrangulada en medio de la tormenta, semidesnuda, con la mochila y el celular desparramados a su alrededor, en medio de ese descampado lleno de yuyos y oscuridad.
“Ni siquiera los móviles de la policía podían entrar porque se quedaban empantanados. Fue su marido el que la vio primero. Justo él. Gritábamos su nombre. Tres horas después, la encontró. Ella era feliz. Llena de vida, de amor para sus hijas. No puedo creer que nos la hayan arrebatado así”, dice. Laura hace un silencio abrupto. Intenta no llorar. Junta fuerzas. “A mi hija la abandonaron todos. No fue solo la empresa de colectivos que no entró al barrio, fue el Estado provincial y el municipal que no arreglaron las calles, que no pusieron luces. Hicieron abandono de persona. Acá lo único que no se puede controlar es el clima, el resto es responsabilidad de ellos”.
Un lugar para vivir
La última vez que vio a Daiana fue el sábado 5 de enero a la noche. Habían preparado una torta para festejarle el cumpleaños a una de las nenas y colgado guirnaldas de colores en las paredes. No fue un festejo grande pero estaba toda la familia junta. La señora que Daiana cuidaba los fines de semana le había dado permiso para que ese día llegara más tarde. Por eso cuando se hicieron las ocho de la noche, y después de cantar y soplar las velitas, Daiana agarró sus cosas, besó a sus hijas, a su marido, se despidió de todos y se fue a tomar el colectivo 68 y después el 15, para llegar a su trabajo.
Laura dice que su hija trabajaba para juntar algo de plata y buscar un lugar para vivir. “En octubre se vinieron al barrio porque no llegaban con el alquiler allá en Pueyrredón. Se fueron a lo de su suegra, que es como de la familia, pero con el marido tienen pensado pasar las fiestas y buscar una casita propia”, dice. Laura intercala los tiempos verbales. A veces habla en presente, otras veces en pasado. Intenta encontrar una explicación. “Ella era de defenderse por eso el hombre detenido tiene rasguños. Él viajaba en el colectivo, era un vecino de la zona, pero del otro lado de la avenida. Yo creo que la sacó de la parada y que la obligó a caminar entre los yuyos. Y ahí nos la arrebató. Ella era un sol, era la vida”, dice.
El espanto, el dolor
La noche del domingo en que la asesinaron, Daiana volvía del trabajo en el colectivo 68, el único transporte que une Ciudad de Mi Esperanza con el resto del mundo. En Córdoba llovía mucho y en Camino a Chacra de la Merced el barro comenzaba a empantanar las calles. Laura le escribía mensajes a su hija diciéndole que la torta del cumpleaños había estado rica. Daiana vio cómo el chofer cambiaba el recorrido y tomaba por la ruta 19. Le pidió a su mamá que la fueran a buscar. El marido de Daiana estaba haciendo dormir a la bebé pero dejó todo y fue. Cuando llegó no había nada ni nadie. Pidió ayuda. La gente, la familia, empezó a recorrer la zona a pie. Tres horas más tarde, el espanto, el dolor.
“Ni yo ni ella lo conocíamos. Recién este miércoles vi por primera vez su cara cuando pusieron una foto suya en Facebook y me sentí tan mal”. Laura dice que tiene miedo que la Justicia libere a quien ella cree que mató a su hija: “Y ahora dice que tomaba medicamentos psiquiátricos para hacerse pasar por enfermo y evitar la cárcel, pero cuando mató a Daiana un policía lo frenó porque lo vio corriendo y él dijo que le habían intentado robar. Alguien que no tiene conciencia de sus actos, no miente. Él mintió para intentar escapar. Sabía lo que hacía. En el barrio se dicen muchas cosas, como que intentó abusar de una de sus hijitas. Entonces yo me pregunto ¿Por qué alguien así estaba en libertad? ¿Por qué a nadie le importa que nuestras hijas tengan que caminar 10 cuadras en medio de la oscuridad, de un descampado, de la lluvia? ¿Por qué no hicieron algo para evitar que me mataran a Daiana? ¿Por qué la entregaron a la muerte?”.