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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Cuatro investigadores del Conicet de distintas disciplinas debaten sobre la ciencia detrás de las relaciones amorosas. El Tinder, el matrimonio, las aplicaciones, el cara a cara. Cómo entender el amor hoy

Por Cintia Kemelmajer/ Conicet

En este mismo momento, pleno día de los enamorados, cincuenta millones de personas en el mundo están usando Tinder. Ese elemento indescifrable y misterioso de la condición humana, al que llamamos amor, hoy parece subsumido a una aplicación digital de citas y encuentros. El Roberto Galán de las relaciones actuales tiene una de sus principales sedes en Argentina, uno de los diez países más activos en la app de los 191 en los que se utiliza. ¿Qué hay detrás de esta nueva forma de relacionarse para generar vínculos afectivos?, ¿implican un cambio trascendental en esa cosita loca llamada amor?

Las aplicaciones nacen en un contexto de mayor fugacidad, menos tiempo, con muchas mujeres separadas con hijos, que trabajan, cuidan el hogar y no tienen tiempo para sociabilizar en otros espacios para conocer gente. Además, en las citas cara a cara, el varón es el que mayormente paga. Y eso significa una inversión, que con el empobrecimiento es cada vez más difícil. Como los espacios de sociabilidad gratuita son cada vez menos, gracias a la app el varón puede filtrar y no tener que “invertir” en una persona si no está seguro de que le interese. Después de chatear, hablar por teléfono, ya se potencia la posibilidad de que suceda algo. Detrás del match -que significa que dos personas coinciden en elegirse a través de la aplicación-, hay mucha endogamia: si le pongo match esa persona tiene que responder a cierto habitus que yo considere que es similar. (Mariana Palumbo, socióloga del CONICET del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género -IIEGE-, que estudia las dinámicas de violencia de género dentro de las relaciones amorosas)

Las aplicaciones de citas son un menú desplegable casi infinito de hombres y mujeres que pueden conocerse y emparejarse, pero el juego de pasar de foto en foto y llegar a la persona “elegida” no parece ser tan libre como parece. ¿Cuánto de consciente y cuánto de inconsciente se juega en cada deliberación?

La gente antes se conocía en un baile, ahora se conoce por medio de aplicaciones. Las aplicaciones y la era virtual no son exclusivas del amor: hay que entender que si hoy con mis amigos me comunico por Whatsapp, si con mi mamá también, ¿por qué con mi novio no me voy a comunicar por Whatsapp? Y en cuanto a la libre elección del sujeto amado, incluso en las aplicaciones, es libre entre comillas, porque esa libertad para elegir está sesgada: por la raza, la condición socioeconómica. Estadísticamente, las parejas se conforman en términos parecidos de clase, raciales, religiosos. (Maximiliano Marentes, sociólogo del CONICET en el Instituto de Investigación “Gino Germani”, estudia el amor gay)

La libertad de elección parece ser algo tan frágil como la cáscara del huevo. ¿Siempre fue así? ¿Siempre nos relacionamos con el que se nos parece?

Para los historiadores es un desafío hablar de un sentimiento como el amor. Desde mi ángulo, la historia permite entenderlo en relación a otros procesos: políticos, económicos, culturales. Creo que de ese modo lo desnaturaliza: nos permite entender una cuestión íntima en términos sociales. Si algo hizo la historia sobre el amor es demostrar que el amor cambió y que los seres humanos han sentido y vivido el sexo y la pareja de distintas maneras. Que no hay una sola forma de amor en una misma sociedad. Y que en cada momento confluyen procesos de muy largo plazo con otros nuevos. En Argentina existió una configuración cristiana, occidental impuesta con la Conquista, que intervino sobre configuraciones amorosas, sexuales, precolombinas, previas. Esa configuración cristiana supuso relaciones de poder, de sometimiento. El matrimonio tenía un sentido económico y político unido a la “limpieza de sangre”, es decir, el casamiento entre peninsulares, que era un requisito para detentar cargos, honores, acceder a encomiendas. La sexualidad hizo parte clave del dominio. (Isabella Cosse, doctora en Historia e investigadora del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género -IIEGE-, estudia la formación de parejas en Buenos Aires entre 1969 y 1975)

Si el amor es una construcción que se fue modificando con los años, algo que sí se mantiene constante a lo largo del tiempo –o al menos eso podría suponerse-  son los cambios químicos que se producen en el cuerpo del sujeto enamorado. El cuerpo se erige como el más confiable indicador de que una persona está bajo los influjos del flechazo de Cupido. ¿Es, efectivamente, el indicador más confiable?

Desde el punto de vista hormonal en el enamoramiento hay cambios hormonales, claro. Una hormona que se activa es la testosterona. Otras son las endorfinas. Otra, que quizás se conoce menos, es la oxitocina: la conocemos del momento del parto, porque es la que contribuye a las contracciones uterinas, pero en el enamoramiento es importante porque predispone para generar empatía. También aparecen las feromonas: son hormonas que viajan por el aire y son el componente de la atracción sexual, del reconocimiento. Y el centro del placer tiene como neurotransmisor a la dopamina, que es tanto para el placer sexual como para el chocolate o las adicciones. Pero el amor, en su componente social, es algo que excede a la química. Como químico, una de mis frases de cabecera es la de Ortega y Gassett: “yo y mis circunstancias”. Porque el contexto social condiciona en el enamoramiento. El individuo no es solo un hígado, un cerebro, un riñón. Es un ser psicobiosocial. Cuando uno analiza al individuo no lo puede segmentar y ver solo qué pasa con las hormonas. (Juan Carlos Calvo, doctor en Química Biológica del CONICET en el Instituto de Biología y Medicina Experimental -IBYME-, investiga reproducción humana y en ratón, como también el crecimiento y progresión tumoral del cáncer mamario y prostático)

Un pacto para vivir

Una vez ocurrido el flechazo, el paso siguiente en las relaciones se da en el momento en el que las dos personas pactan con firma ante la ley que se amarán y cuidarán del otro, como una elección y también como una obligación. El momento más emblemático del relato del amor, su “triunfo” más visible, la llegada al altar, ¿es hoy el horizonte más deseado?

Esa secuencia de flechazo, anillos y matrimonio por toda la vida sólo existió como un paradigma, un imaginario que operó sobre una realidad siempre diferente, que se entendió en contraste con las muchas formas de amor que han existido a lo largo de la historia y existen en cada momento histórico. El amor romántico, entonces, en tanto un imaginario singular, suponía la atracción encadenada a un proyecto más o menos durable, muchas veces unido al matrimonio y la constitución de una familia, en una relación que completaba el “yo”. Fue una configuración que de ningún modo fue hegemónica en las prácticas sociales. Por el contrario, ese imaginario operó en la imposibilidad: en la imposibilidad porque desconocía la existencia de otros deseos, por las condiciones sociales que suponía, por la realidad concreta de la vida cotidiana de las parejas y las personas. La educación sentimental de los años cincuenta, por ejemplo, creo que enseñaba, justamente, a negociar con esa imposibilidad. La boda era un elemento clave de la configuración romántica. Pero, paradójicamente, desencadenaba una situación cotidiana que, según los correos sentimentales de esa época, se descubre opuesta al romanticismo. Por otra parte, el casamiento estaba lejos de ser el hito fundante de una pareja heterosexual y estable para gran parte de la población. De hecho, en Argentina, hay altísimos índices de hijos extramatrimoniales: entre 1930 y 1940, un momento de aparente cristalización de las normas, un tercio de los niños eran inscriptos como hijos naturales o ilegítimos. Esto nos habla de la significación del sexo fuera del matrimonio.  (Isabella Cosse)

No todo lo que brilla es oro: según datos de la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires de 2017, por cada cien matrimonios, hubo 78,2 divorcios. Mientras que, en 1990, luego de la sanción de la ley de divorcio vincular aprobada en 1987, la relación fue de 36,9 divorcios cada cien matrimonios*.

Se piensa que el “amor para toda la vida” siempre fue lo tradicional, pero esa tradición fue muy breve en la historia de la humanidad: fue un período muy corto, ligado a los Estados de Bienestar, que garantizaron muchas cuestiones que tienen que ver con las condiciones de vida de las personas y enfatizaron modelos familiares nucleares. Ese amor romántico es una piedra angular para consolidar el proyecto moderno, esta idea de modernidad como una época en la que los individuos pueden elegir su propia vida. Y elegir su propia vida implica elegir qué hacer, de qué trabajar, qué estudiar y con quién formar una pareja. Hay algo que se enfatiza en la modernidad tardía y el neoliberalismo: la exacerbación de la individualidad. Yo elijo lo que quiero, hago lo que quiero, me tengo que querer a mí mismo. En esa línea, aparecen nuevas configuraciones y elecciones, nuevas formas de pensar los vínculos, y se quiebra el “casamiento para toda la vida”. (Maximiliano Marentes)

Con el feminismo hoy hay una relectura y revisión del amor de pareja, de los distintos tipos de amor. Yo empecé estudiando la violencia de género, y ahí empecé a visualizar cómo el amor romántico está implícito en el discurso de la violencia de género, de que si te quiere te tiene que celar. Empecé a preguntarme qué tipos de amores existen, y encontré que hay una multiplicidad. Ahora están en boga los estudios poliamorosos, o la idea de poner a la pareja como un vínculo amoroso que no sea el primero sino que se prioricen los vínculos con las amigas, también está en cuestionamiento esto. (Mariana Palumbo)

 

Salir del agujero interior

Frente al auge de las aplicaciones como las estrellas en la búsqueda de potenciales parejas, hay una luz de esperanza para los enamorados de lo analógico: no todo pasa por la pantalla. El cara a cara no está perdido, solo se reconfigura en nuevos escenarios, inesperados, pero no por eso menos efectivos que lo virtual.

En mis investigaciones estudié comparativamente el caso de Argentina con el México, y vi que acá los gustos con el otro pesan mucho en el emparejamiento, mientras que en México pesa más el origen de la familia. En México, donde hay menos movilidad ascendente, lo que más empareja es el entorno, conocer a la familia, lo cual se vincula obviamente con el capital económico. En Argentina los gustos y consumos culturales en común generan emparejamiento. En un momento de mi investigación mapeé notas en los medios y aparecía mucho la moda de la cata de vinos, y empecé a seguir uno, vi que esos clubes son una especie de club social donde a la gente la une el deseo de tomar vino, y si bien hay gente fija que va siempre la gente también rota, se generan vínculos entre personas solteras, divorciadas, no solo de parejas sino de amigos. Estos clubes son una forma de reinsertarse en el mercado erótico afectivo, como un lugar de pares, para conversar. Cuando los estudié, vi que allí las situaciones de interacción donde la energía emocional aumenta se registran luego de la tercera copa, a partir de la cual se observa un corrimiento del umbral de desinhibición. (Mariana Palumbo)

En el amor gay, el amor vehiculiza la salida del closet. Las aplicaciones de levante gay que son más inmediatas, como Grinder, no es necesario hacer un match para enviar una foto, incluso alguna muy explícita. También está la idea de que los varones somos más sexuados, y el ambiente gay siempre fue caracterizado como hipersexualizado. Eso genera nuevos desafíos: en el caso del mundo gay, es muy frecuente que primero se tenga sexo y luego se llegue al amor. Y es todo un tema cómo se enfrenta la idea de la pareja. (Maximiliano Marentes)

Entonces, ¿cómo es el amor hoy? ¿Qué hay detrás de las aplicaciones, los match, las bodas y los divorcios, los vínculos a través de las pantallas y más allá de ellas, cuando lo que urge es el contacto con el otro?

El modelo del compañerismo en el amor de pareja hoy es un horizonte de sentido deseable. Es ese discurso que ahora se sigue repensando y reeligiendo. Por ejemplo en parejas de cuarenta o más, el modelo del amor pasión pasa a no ser tan importante. Prevalece fuertemente, en la actualidad, el modelo del compañerismo que es un modelo más setentista, de escucha con el otro, conversación, compañía. Ese modelo que si bien se sabe que puede terminarse, tiene una apuesta a la construcción en el tiempo. Dentro de ese discurso, la monogamia aparece como lo deseable. Aunque la monogamia no existe, porque cuando uno indaga en las entrevistas de una investigación las personas no tienen trayectorias monógamas. (Mariana Palumbo)

Yo creo que hoy estamos en un momento de profundas discusiones sobre el paradigma del amor romántico, de disputas y reconfiguraciones, porque el amor y el sexo son parte de las relaciones sociales y están conectadas, con el orden social, presuponen y establecen jerarquía de género, clase. (Isabella Cosse)

¿Qué viene primero? ¿Me enamoro porque las hormonas subieron, o después de que yo encontré a esta persona, o las hormonas me preparan para enamorarme después? No lo sabemos. Solo sabemos que algo transversal al amor desde siempre, es el compartir (Juan Carlos Calvo)

A medida que entrevistás en estas temáticas, el propio entrevistado reflexiona y se da cuenta que eso que creía que era amor, cuando lo piensa bien, no era amor. Te dicen cosas como: “Pensándolo bien no estaba enamorado”. Entonces, como investigador, terminás pensando que bueno, quizás al final el estudio del amor nos enfrenta con un objeto que, como el agua cuando la queremos agarrar, se nos escurre de las manos. (Maximiliano Marentes)

 

 

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