En 1884 Isaac Newell y su pareja Anna Margarita Jockinsen decidieron crear en Rosario el Colegio Comercial Anglo Argentino en calle Entre Ríos al 200. Ambos se habían recibido en 1878 de profesores de inglés y decidieron juntos fundar un colegio propio. Y en ese establecimiento educativo fue en el que años más tarde, precisamente un 3 de noviembre de 1903, nació el Club Atlético Newell’s Old Boys. En el patio del colegio se reunieron alumnos y ex alumnos y decidieron crear el club en honor a Isaac: los viejos muchachos de Newell dieron así el puntapié inicial a la rica historia leprosa.
Pero de la historia de Anna Margarita mucho no se contó. Una mujer que a la par de su compañero le dio vida al club del Parque Independencia. Tan importante fue, que la historia oficial indica que uno de los colores del Rojinegro es en su honor: el negro por la bandera de la patria de ella, que era alemana, y el rojo por la de él, que era inglés.
Y para reivindicar esa historia –oculta para muchos-, un grupo de mujeres hinchas de Newell’s decidieron rendirle honor y crear la “Peña Anna Margarita”. Este miércoles por la noche bajo la tribuna del Palomar se realizó la presentación oficial. Socias y simpatizantes se dieron cita en la inauguración de la peña, que tiene como objetivo “crear un espacio donde la mujer se sienta parte de la institución, realizando actividades con perspectiva de género y de diversidad sexual”.
Macarena Sánchez, Virginia Salera, Mónica Santino y Nadia Fink fueron las encargadas de disertar en la primera presentación, que se hizo bajo el lema “Ahora entramos nosotras. Fútbol y mujeres”.
“Tomé un lugar que no estaba previsto para mí”, inició Virginia Salera, entrenadora del fútbol femenino de Newell’s y desde hace unos meses coordinadora del área, quien contó sus inicios en el fútbol y fue tajante: “Me metí porque me gustaba y no debería dar más explicaciones que esa”.
Lo dice con conocimiento de causa, porque sabe que a las mujeres en el mundo del fútbol siempre les piden explicaciones de más. Salera empezó por el lado del periodismo deportivo, pero se dio cuenta de que “no me terminaba de completar” y fue allí que decidió hacer el curso de técnico.
En ese entonces ya estaba trabajando en Newell’s en el Departamento de Comunicación y había un puesto en divisiones inferiores que estaba vacante. Una oportunidad única, “una decisión grande que implicaba un salto al vacío”, contó. En aquel momento no había mujeres trabajando en el fútbol.
“Ese lugar lo tomé y digo tomé porque no estaba previsto para mí y me lo hicieron sentir”, rememoró. “Era entrar en un espacio donde me estaban haciendo sentir que no había nada para mí más allá de lo que yo haga y decidí hacerlo igual. Fue uno de los peores años dentro del club. Me hicieron sentir desde la conducción que era momentáneo. Pero en contraposición me encontré con gente que me hicieron huecos para que yo pudiera quedarme”, continuó. Salera finalmente se quedó y desde hace más de un año trabaja para el crecimiento del fútbol femenino de la Lepra.
“Hoy las chicas de 13 o 14 años no ven un futuro dentro del fútbol como medio laboral y esa es la gran desigualdad, porque un chico de la misma edad, por más que la chance sea mínima, tiene otras herramientas, otros caminos. La gran tarea que tenemos acá es empezar a abrir esos caminos para las chicas que están y las que vienen”, concluyó.
Luego le tocó el turno a Nadia Fink, hincha confesa de la Lepra y creadora de la colección Antiprincesas y Antihéroes, además de directora de la Editorial Chirimbote: “Mi relación con el fútbol es casi desde que nací, mi viejo siempre fue muy futbolero”.
“De chiquita siempre miraba y escuchaba la radio, jugaba a la pelota solo con mi hermano, porque era una posibilidad que me estaba negado en público, pero en casa jugábamos a los penales. No lo jugaba pero lo miraba, lo pensaba, lo escribía. No nací con una pelota en los pies, a mí se me había dado mirarlo”, continuó.
Fink cuenta que su camiseta rojinegra es la misma que lleva su hija y que aprendió que a las mujeres no les enseñan de chiquitas a jugar en equipo. “Que patín, gimnasia, danza, todo solitas y con mayas apretadas”, argumentó, mientras que más de grande descubrió junto a sus amigas que patear la pelota “es libertad y juego”.
Algo que apareció durante toda la charla, y en lo que todas coincidieron, fue una idea, la cual se sostuvo en el discurso durante muchos años, de que la mujer tiene con el fútbol una relación de “hobby”.
Y si alguien sabe de eso sin duda es Macarena Sánchez, quien jugó desde chiquita y emigró de su Santa Fe natal hacia Buenos Aires para cumplir el sueño de integrar un equipo en una de las ligas más competitivas del país. Llegó a la UAI Urquiza y ganó de todo. Pero desde hace unos meses pasó a ser reconocida no por como jugaba, sino por hacerle un juicio a la AFA.
Su lucha fue (y es) un ejemplo para muchas. Y unos días después de que desde la Asociación de Fútbol Argentino se anunciara la profesionalización de la disciplina, opinó que “no tiene que quedar solo en 8 u 11 contratos, tiene que ser federal. Los clubes del interior también tienen que participar, sino seguimos excluyendo. No son sólo 16, tienen que ser todos”.
Además, Sánchez destacó que es fundamental que el feminismo esté en el fútbol “tanto en el masculino como en el femenino” y que es indispensable “no repetir las mismas prácticas que se vienen dando en el masculino, que nos excluyen y nos oprimen”.
“Para esta lucha fue indispensable el acompañamiento del Movimiento de Mujeres. Fue presión social y es importante que eso se siga manteniendo y sea cada vez más fuerte para seguir obteniendo todo lo que nos falta”, concluyó Macarena.
Los aplausos invadieron el salón Celli, que elevó un mensaje bien claro de parte de todas las presentes: “Ahora entramos nosotras”.
“Me paro en la cancha como en la vida”
Mónica Santino es un emblema del fútbol femenino y del fútbol feminista. Fundadora del club La Nuestra, en la Villa 31 de Retiro, trabaja desde hace 10 años explicando la vida mediante el fútbol. Así lo describe.
“Con el fútbol explico la vida y creo fervientemente en la frase que tomamos en la villa 31 ‘me paro en la cancha como en la vida’, porque el fútbol es una forma de vivir, de mirar el mundo y transitarlo”, aseguró.
“En todos los barrios la canchita de fútbol es inexpugnable, sagrada, hay una línea de cal que no se traspasa, nunca se va a construir una casa dentro de una cancha de fútbol, más allá de la necesidad que haya”, opinó.
Y contó como fue ese trabajo: “Lo primero que teníamos que hacer era conquistar ese espacio para las pibas y lo fuimos logrando a medida que nos fuimos parando en la cancha. Y cuando fuimos creciendo en número, nos fuimos convenciendo que teníamos el derecho a jugar, aunque sea tan obvio”.
Y una vez que se pudo conquistar ese espacio empezaron a sumarse las más chiquitas. “Ahora esas nenas son adolescentes y la rompen, es otro mito que tiramos para abajo: ‘las mujeres no saben jugar’, y claro si no nos dejaban. Si no tengo una pelota en los pies es muy complicado y nos hicieron creer durante mucho tiempo casi que no tenemos piernas y con eso nos chorearon una cantidad de tiempo increíble”, apuntó.
Santino contó que a partir de esa apropiación del territorio, las cuestiones empezaron a modificarse en el barrio. Hubo un cambio de tareas: “Las que hacen las tareas más pesadas en los barrios somos las mujeres, cuidamos a los chicos, nos encargamos de la casa y de los comedores. Nunca hay tiempo para jugar”. Ahora las mujeres van a jugar a la pelota y son los hombres los que se hacen cargo . Y eso, dice “generó un tipo de empoderamiento que hace que esa piba tenga otras herramientas”.
Mónica sostiene que el fútbol es feminista y lo argumenta: “Reparte poder. Una sola jugadora talentosa no avanza en la cancha si no se apoya en las compañeras. Si no estamos juntas no es posible trascender. No hay nada más feminista que eso: reconocer el saber de todas, hablar de horizontalidad y a partir de eso transformar. Eso es fútbol”.
“En la cancha somos más poderosas, el derecho al juego nos transforma. Y eso tenemos que repetirlo en todos los clubes”, concluyó Santino.