Por Alejandro Wall para Tiempo Argentino
No había que esperar tanto. Algo de eso debe haber atravesado las casas, las peñas, las filiales, los bares con hinchas de Racing cuando terminó el partido con Tigre. O cuando Defensa y Justicia terminó empatado con Unión. El cruce de generaciones que se vio esta tarde como nunca. Los que vieron a Boyé y Tucho Méndez, los que vieron a Corbatta y el Marqués Sosa, los que disfrutaron del Equipo de José, la generación que vio cómo ese club se convertía en ruinas y la que transitó el desierto del descenso, la ausencia de títulos, los jugadores inentendibles, los miles de técnicos y la quiebra, se cruza este último domingo de marzo de 2019 con la generación que se acostumbra a ver a Racing campeón, los sub 25, el hincha que mira raro si le hablan de sufrir porque vivió tres títulos con Racing.
Este domingo es posible que haya terminado de morir lo viejo, la reivindicación del sufrimiento, el aguante como fin en sí mismo. O el sufrimiento como identidad. Dependerá de los pasos que dé la dirigencia conducida por Víctor Blanco, la mejor de los últimos cincuenta años, a la que pueden criticarle modos, decisiones, alianzas, pero que puso una vara muy por encima de la que marcaba la historia reciente. Los socios de Racing le pedían a sus dirigentes que no lo esquilmaran, que no se robaran el club. Desde la llegada de Blanco, se reclama mejor gestión, más prestigio, más desarrollo, y hasta una mirada social y política más profunda. Pero es un avance grandísimo para una asociación civil sin fines de lucro que empieza a ser modelo en el país.
Diego Milito estableció las bases de un nuevo club. Lo hizo como jugador, dos veces campeón, y siguió esa tarea como secretario técnico. Blanco debería agradecer que su gestión haya coincidido con Milito. La leyenda de Milito sólo está a la altura de la de José Pizzuti, campeón como jugador y artífice del equipo que ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental. Pero más allá de los títulos, Milito ganó algo menos tangible que, sin embargo, fue revolucionario. Milito cambió culturalmente un club, lo dio vuelta, le sacó las piedras del zapato, lo que le hacía daño. Esculpió lo mejor de Racing. Acá está. Es imposible contener las lágrimas si se piensa en Milito por estas horas. Nadie hizo tanto por Racing como él, su Príncipe de ojos celestes.
Pero este domingo fue de Lisandro López, el hombre que continuó la tarea de Milito. No pudo ser su gol por el travesaño, pero fue su torneo, fue el líder y fue el goleador. La línea de tiempo resultó generosa con Racing. A un Milito tenía que seguirle un Lisandro, un goleador que impone la normalidad, que hace pensar, un líder que jamás puso su ego por encima de los intereses del equipo. Lisandro sentía que no ser campeón era una deuda. Pero eran muchos los hinchas de Racing que sentían que esa deuda era con él. Querían ser campeones con Lisandro. Por Lisandro, un tipo que hasta en sus gestos impone seriedad.
Racing no sólo es un campeón justo, es un campeón que merecerá ser recordado. Puntero desde la cuarta fecha, doscientos días en esa posición, con grandes partidos y con el goleador del torneo, el mismo Lisandro. Eduardo Chacho Coudet armó un equipo protagonista, un equipo que siempre quiso la pelota aunque a veces le haya salido mal. Y con un funcionamiento complejo. Es cierto que River y Boca estuvieron en otra buena del torneo. Pero eso no es problema de Racing. Tampoco de Defensa y Justicia, que peleó hasta el final.
Coudet armó un equipo que jugó bien al fútbol. Que tuvo un arquerazo como Gabriel Arias, sostenido por Javier García en el banco, una línea defensiva de las mejores del Argentina, con Sigali y Donati como dupla central, con Saravia y Mena a los costados. Y con buenos suplentes como Soto, como Orban y Pillud, cada uno a su tiempo. Un mediocampo conducido por Chelo Díaz, a su ritmo. Pero también atado a la electricidad de Zaracho, al pie de Pol Fernández, al auxilio permanente de Solari, incluso en goles como los de este domingo, que demostró que nunca hay que darse convencido. También estuvo ahí Centurión, a pesar de todo. Y, sobre todo, Neri Cardozo, injustamente señalado por algunas actualizaciones bajas. Imposible no mencionar a Nery Domínguez, en la miitad de la cancha o atrás, siempre donde haga falta. Arriba, ya sabemos: Cristaldo a veces, muy poco de Bou, pero indispensable la llegada de Darío Cvitanich. Lisandro está más allá de todo.
En Victoria, Racing enterró la era del sufrimiento. Nunca en estos últimos títulos se había consagrado una fecha antes. Y sin malgastar energía, sin que lo sobrepase la situación. El gol de Tigre fue un susto. Pero no fue el estigma. Esta es otra era. Sus hinchas se están acostumbrando. Deberán también acostumbrarse sus rivales a cómo mirarlo.