Por Adrián Camerano / Diario La Nueva Mañana
Si las paredes de esa casa hablaran, contarían una antigua leyenda. La de una vivienda aristocrática, elegante y espectral, que nació en los albores del siglo XX y era la única casa de altos en Villa Pellegrini, un sector distinguido de Alta Gracia. Una morada plagada de supercherías, que la gente del pueblo prefería evitar, porque –decían- estaba habitada por fantasmas, al punto que por largas temporadas nadie se animaba a alquilarla.
Sobre la calle Avellaneda, en lo que a principios del siglo pasado era el límite Oeste de la ciudad, esta torre de época animaba todo tipo de supersticiones. Al pasar cerca, los paisanos que bajaban de la sierra al pueblo se cruzaban de vereda, y era famosa la sinfónica de ruidos que la creencia popular atribuía a aquellos espectros, y que sólo eran golpes de postigos por las ráfagas de viento que venían de las alturas.
Los añosos muros de “Villa Chichita” -está claro- no hablan. Pero si lo hicieran, contarían cómo un día de 1933 traspuso la puerta de ingreso una familia porteña, los Guevara, que buscaba aire bueno para el asmático Ernestito. Que Celia y su esposo Ernesto estaban contentos con su nueva vivienda, alquilada por monedas a instancias de sus amigos los Peña, y que allí nacería su hija Ana María, la única integrante de la familia nativa de la ciudad del Tajamar.
Se vende
Si por arte de magia se rompiera su mudez, esas paredes castigadas por el viento de la sierra relatarían cómo en los últimos cuatro años cobró fuerza un proyecto ambicioso: la construcción de un centro documental en esos mismos ambientes en los que correteó quien años más tarde sería el Che. Contarían que la Municipalidad proyectaba adquirir el inmueble, la Nación aportaría fondos y Alta Gracia complementaría el museo que desde 2001 funciona enfrente, con record de público en los últimos años pese a no contar -casi- con ningún elemento que de verdad haya utilizado o pertenecido al revolucionario argentino.
Salvo cuando están escritas, las paredes no hablan. Los carteles, sí. Tapiada y en mal estado de conservación, la casa presenta hoy en su frente dos leyendas irreconciliables: una –oficial- hace referencia al paso de Ernesto por ese lugar; otra –imprevista e inapelable- la dispuso una inmobiliaria local y sencillamente dice “Vende”. Este segundo cartel es el que aleja la posibilidad de recuperar para el patrimonio histórico y cultural local la primera casa que habitó el Che en la ciudad.
Alta Gracia y el Che
Encuentros y desencuentros han signado la relación de Alta Gracia con la figura de Ernesto Guevara, que vivió en la ciudad once años de su infancia, entre 1932 y 1943. El historiador Augusto Piccón, autor de varios libros sobre el pasado de la ciudad –dos de ellos específicos sobre el revolucionario- señala que “en Alta Gracia el Che era mala palabra” y que “en el 76, cuando vino la dictadura, nadie decía que lo conocía, por miedo a represalias”. Piccón sí resalta un recordado discurso del ex intendente radical Audino Vagni, que celebrando los 400 años de la ciudad y con el presidente Alfonsín a su lado, rescató públicamente la figura del vecino negado. Más acá en el tiempo, cuando despuntaban los 2000, no olvida los esfuerzos personales y colectivos para erigir el actual museo, del que fue parte del núcleo fundador.
Alta Gracia tardó décadas en hacerse cargo de su vecino más famoso, y cuando lo hizo, prefirió destacar su niñez y despolitizarlo en pos de aprovecharlo turísticamente; esas idas y vueltas entre la figura de Guevara y el lugar en el mundo en el que más tiempo vivió de algún modo están vigentes hasta hoy. En los últimos tiempos hubo signos alentadores: se repuso la placa que ofrenda su nombre a una calle local, se colocó cartelería en distintos lugares por él habitados y se generaron algunas políticas públicas alrededor de su figura.
Es en este marco que surge el proyecto para revalorizar Villa Chichita, la casa en la que los Guevara vivieron entre 1933 y 1935. Una idea de varios años que cobró fuerza en los últimos tres y que hasta este verano parecía estar cerca de concretarse.
Anuncios desvanecidos
El proyecto para recuperar la primera casa en Alta Gracia de la familia Guevara –antes habían vivido unos meses en un hotel que aunque módico, complicaba las cuentas familiares- es sin dudas ambicioso. En 2016, cuando se conoció la noticia, lo explicó la entonces directora de Cultura municipal, Adelina Coda, que en declaraciones periodísticas precisó que “tiene tres puntos fundamentales: adquirir la propiedad; armar el proyecto y conseguir los fondos para poder restaurar la casa y hacer el montaje, que se realizará en conjunto con el Centro de Estudios del Che en La Habana”. En aquella nota, Coda explicitaba en “tres años” el plazo para la concreción del proyecto. Transcurrido ese plazo, de esos tres puntos sólo uno se cumplió: el intendente Facundo Torres firmó un convenio con Córdoba Turismo para poder viajar a Cuba y firmar otro convenio con el Centro de Estudios caribeño, y hubo avances en la redacción del proyecto. Hubo inclusive foto en la isla con uno de los hijos del Che, una imagen tan efímera como el entusiasmo del ministro de Turismo nacional, Gustavo Santos, por fondos de Nación que nunca llegaron.
A pesar de todo, la idea siguió en boga. Fue tapa del matutino más importante de Córdoba, tuvo amplia repercusión en medios provinciales y nacionales, y tan presente estaba en la agenda política local que Torres destacó a Villa Chichita en el discurso de apertura de sesiones ordinarias de 2018. Meses más tarde hubo una fuerte intervención oficial alrededor del edificio, la única hasta la fecha: la Municipalidad aportó esfuerzos y recursos para facilitar que el inmueble, que estaba usurpado, fuera recuperado por la familia que lo había adquirido años atrás. Funcionarios municipales actuaron en un conflicto entre privados, un camión oficial transportó la mudanza y a los desalojados se les entregó un lote fiscal.
Aquella vez el asesor letrado Daniel Villar reconoció la existencia de negociaciones: a un medio radial le explicó que “venimos haciendo un trabajo sobre esa gente de largo tiempo, y por supuesto demorando un lanzamiento (N. de la R. por orden de desalojo), que llegamos a consensuarlo y en forma pacífica se retiraron”. Aunque el funcionario se ocupó de aclarar que la intervención oficial en este litigio entre privados respondía a “un protocolo” y que fue “a requerimiento del tribunal, en función de la situación de calle en la que quedaban menores de edad”, estaba claro que al municipio le convenía una vivienda libre de ocupantes, que le permitiera concretar el prometido centro documental.
Un avance que no ocurrió: la Municipalidad nunca adquirió ni expropió el inmueble y Villa Chichita está ahora a la venta, sujeta a las puras reglas del mercado inmobiliario.
“No bajamos los brazos”
Consultado por La Nueva Mañana, el secretario de Industria y Desarrollo Cultural de la Municipalidad, Jorge De Nápoli, reconoció que aunque la casona está en venta, “desde el municipio no bajamos los brazos”. “El proyecto es fabuloso pero no tuvo respuesta por un incumplimiento de la Nación”, acusó, al tiempo que se esperanzó en que las gestiones políticas destraben el financiamiento necesario.
“El año pasado, en la Semana del Che, hubo aquí técnicos trabajando en el tema, y nosotros defendemos este proyecto porque significaba un atractivo turístico y un complemento con el museo. Claramente la situación económica no ayuda, pero creemos que con gestión podemos lograrlo; el intendente mismo en persona está gestionando ante organismos nacionales”, completó.
Villa Chichita, donde la Municipalidad iba a erigir un museo virtual, un café temático, una biblioteca, un escenario y un mirador tiene unos 250 metros cuadrados cubiertos.
Su precio no es desmesurado -180 mil dólares, casi 8 millones al cambio actual- aunque su lamentable estado de conservación hace que la inversión para restaurarla duplique esa cifra, o más. La vivienda está amparada patrimonialmente y es propiedad de una de las familias más ricas de Alta Gracia, la misma que a principios de los 2000 adquirió y demolió otra de las viviendas en las que había vivido el Che; un recordado fallo judicial la obligó a reconstruirla según el diseño original.
Donde viven los fantasmas
Ernesto Guevara padre recordaba a Villa Chichita como un lugar en cuyos alrededores “crecía el monte a su antojo (…) La calle Avellaneda marcada el límite entre la población y el despoblado y de lejos mi casa semejaba un faro. Yo estaba encantado con la adquisición. Un día mi amigo Peña me preguntó “¿sabés qué casa has alquilado? Es la casa de los fantasmas”. Yo me reí, a mí me importaba un rábano las supercherías de la gente del lugar; pagábamos bien poco de alquiler por la casa y estábamos bien cómodos. Hacía ocho años que estaba desalquilada”.
Para Horacio López Das Eiras, biógrafo del Che, “Villa Chichita debe ser considerada la primera vivienda; por eso tiene su valor histórico. Los Guevara aprovecharon lo barato del alquiler, por esa mala fama que tenía, y se metieron a vivir allí”.
Piccón, que durante cinco años relevó las casas históricas de Alta Gracia e impulsó una ordenanza para identificarlas –la Nº 10.188, aprobada y no cumplida- sostiene que Villa Chichita “fue un lugar importante para ellos, el primero. Imaginate que la segunda mudanza la hacen cruzándose la calle”. El historiador nacido en 1948 en Alta Gracia confiesa sentir “un dolor terrible” cada vez que se pierde una joya patrimonial de la ciudad, y critica los tiempos actuales “en los que falta cultura y amor a la tierra”. “La gente está deshumanizada y lo único que importa es el dinero”, lamentó.