Esteban Guida / Fundación Pueblos del Sur / Especial para El Ciudadano
El pasado lunes 29 de abril se introdujo un nuevo cambio en las reglas de juego del mercado cambiario, modificando el esquema implementado a mediados del año pasado a partir de la firma del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Luego de abandonar su inicial postura ortodoxa de tipo de cambio flexible, en octubre del año pasado, la autoridad monetaria adoptó un régimen cambiario de flotación “entre bandas”, en un intento de acotar las expectativas devaluatorias que se desataron en abril de 2018. Las bandas resultaban el valor mínimo y máximo del tipo de cambio dentro del cual el Banco Central dejaba que el mercado determinara el precio del dólar, en un contexto normativo de acceso irrestricto a la divisa y total desregulación del movimiento de capitales.
En la práctica las bandas cambiarias resultaron un verdadero fracaso. Al aplicarse en un rango tan amplio el esquema tenía todas las desventajas del tipo de cambio flexible, pero ninguna ventaja del tipo de cambio fijo. Es decir, no reducía la volatilidad del tipo de cambio (que podía variar fuertemente en poco tiempo sin que se habilite la intervención del Banco Central), pero tampoco significaba “un ancla” para los precios, por la misma variabilidad que registraba el dólar dentro de las bandas.
El FMI aprobó este esquema, pero le exigía al Banco Central que no se utilicen las reservas para financiar la fuga de capitales (es decir, que no venda dólares baratos para contener la depreciación del tipo de cambio). Era lógico pensar que el FMI quisiera que el valor del tipo de cambio suba lo suficiente para frenar la demanda de divisas, ya que en este contexto, vender dólares a un tipo de cambio subvaluado, sólo sirve para financiar la fuga de capitales a cambio de profundizar el nivel de endeudamiento externo (cosa que no le garantiza al fondo el repago de sus préstamos).
Sin embargo, este esquema chocó contra sus propias contradicciones, demostrando una vez más la inviabilidad de un esquema monetario y cambiario que no se fundamenta en el crecimiento económico y el desarrollo nacional.
Las expectativas devaluatorias que generaba el régimen de bandas impulsaron un alza sostenida y generalizada en el nivel de precios de la economía. En contraste con la voluntad manifiesta de los funcionarios del Poder Ejecutivo de controlar la inflación, los precios que explicaron buena parte de la suba fueron aquellos que el propio gobierno decidió dolarizar, como son las tarifas, combustibles y productos exportables. He aquí otra de las gruesas contradicciones de la política antiinflacionaria.
El tren no tardó en impactar contra el muro que algunos macristas tenían por luz… El tipo de cambio volvió a subir fuertemente en los últimos días, desvaneciendo todo intento de morigerar la dinámica inflacionaria y poniendo en jaque todo el sistema que depende exclusivamente del favor de los directivos del FMI. Tal es el hecho que los mercados internacionales comprendieron muy bien este nuevo fracaso acusando un aumento significativo del riesgo país, que alcanzó los 1.000 puntos (una cifra muy elevada para un país que hace todo lo que la ortodoxia cree y los mercados financieros piden).
Sin mucho margen para evitar los dos posibles fracasos (la derrota de Cambiemos en octubre y el default de la Argentina), el Fondo Monetario decidió cambiar nuevamente sus condiciones y exigencias relativas al mercado cambiario. Ahora le permite Banco Central usar los dólares que el organismo le prestó al Tesoro para intervenir con mayor discrecionalidad el mercado. Si bien no se conocen las cifras exactas, se estima que el gobierno podrá hacer uso de unos 10.000 millones de dólares para atender a la demanda especulativa de dólares y contener el tipo de cambio artificialmente bajo. De esta forma, el Fondo y el gobierno de Cambiemos (el jefe y sus empleados), acepta financiar la fuga de capitales con tal de evitar una espiral inflacionaria que termine con las chances electorales de Mauricio Macri.
De esta forma, las bandas de intervención ya no cumplen con su razón de ser. A partir de ahora, el FMI permite que el Banco Central venda divisas sin que el tipo de cambio nominal supere los 51,448 pesos por dólar que estipulaba la banda superior. El Banco Central ha informado que “el monto y la frecuencia dependerán de la dinámica del mercado” y estipuló que si el tipo de cambio supera la banda superior la cantidad de dólares disponibles para la venta pasará de 150 millones a 250 millones por día.
Está claro que con estos nuevos cambios la cantidad de reservas internacionales podría sufrir una caída importante. Algunos estiman que para lo que queda del año podrían perderse entre 14.000 y 18.000 millones de dólares de las reservas, pero no hay ningún elemento sólido para negar que el número podría ser aún mayor.
Los argentinos estamos presenciando con pavor cómo se dilapidan los recursos públicos y la riqueza nacional. Sin embargo algunas personas todavía no llegan a comprender la relación que existe entre las decisiones del gobierno y su bienestar personal, a tal punto que es considerable la cantidad de argentinos que están convencidos de seguir adelante con este gobierno y su política.
Muy seguramente, una persona que observa en el resumen de su tarjeta de crédito cuantiosos gastos en productos que nunca compró ni consumió se preocupará lo suficiente como para gestionar el reclamo y rechazar el débito. Nadie en su sano juicio permitía que el banco le impute gastos por cosas que esa persona nunca consumió. Sin embargo, este ejemplo parece no aplicar para muchos argentinos, que aceptan gustosos pagar la deuda que contrae el gobierno para beneficio de algunos pocos desconocidos.
El ejemplo aplica con rigor cuando se observan las cifras del endeudamiento público junto con los relativos a la fuga de capitales, dos variables que han estado estrechamente correlacionadas en estos últimos 40 meses. Al 31 de diciembre de 2018 la deuda pública bruta totalizó en 332.192 millones de dólares y la deuda pública externa alcanzó los 161.180 millones de dólares. Si se adiciona el primer desembolso del FMI en el 2019 (alrededor de 10.800 millones de dólares) se obtiene una deuda pública bruta de 342.992 millones de dólares y un pasivo externo de 172.000 millones de dólares. Así es que, entre diciembre de 2015 y el primer trimestre de 2019, la deuda pública bruta creció en 102.327 millones de dólares, (la diferencia es menor por el efecto del tipo de cambio sobre la deuda en pesos) y la externa 108.420 millones de dólares.
Paralelamente, el balance cambiario del Banco Central informa que, entre diciembre de 2015 y marzo de 2019, la formación de activos externos del sector privado no financiero acumuló un egreso neto de 64.023 millones de dólares, los egresos por turismo ascendieron a 28.700 millones y los egresos por utilidades ascendieron a 6.399 millones. El total de los tres ítems asciende a 99.122 millones.
Esto indica que la deuda externa emitida durante la gestión de la alianza Cambiemos financió el 91% de la fuga de divisas, sin descuidar que dentro de esos 108.000 millones de dólares, 40.000 millones corresponden al préstamo concedido por el FMI.
No se puede tener un Banco Central que prioriza y atiende intereses extraños y sigue las indicaciones de las corporaciones financieras. No hay solución posible si los argentinos siguen depositando una confianza ciega y torpe en personas que no se someten a la voluntad de las mayorías sino que, usando el engaño, siguen objetivos ajenos al bienestar del pueblo y la grandeza de la Patria. No habrá salida armónica para los deseos del conjunto de los argentinos sin una toma de conciencia verdaderamente nacional que ponga al todo por encima de las partes y tome el curso de su destino soberano, con justicia y equidad.
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