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Veloz, fugaz y esencial como la vida misma

David Lebón pasó este sábado por el Teatro Municipal La Comedia con un majestuoso repasó por sus 45 años de carrera solista, en gran parte ahora recopilados a través de su imperdible disco con amigos “Lebón & Co.”

El viaje cómplice de una noche mágica comenzó en los confines de los dorados 80 con “Dejá de jugar”, que ahora volvió revisitada junto al rosarino Coti Sorokin en el imperdible disco de “duetos con amigos” Lebón & Co. que acaba de editar. David Lebón, El Ruso, puntual como pocos, abrió así la noche de un sábado inolvidable en el Teatro Municipal La Comedia, con el corazón más abierto que nunca, parado en el medio de la vida y consciente de que el tiempo es veloz y la vida esencial. “Hay que disfrutar que estamos vivos”, dijo poco después y a lo largo de un show de dos horas, con una veintena de clásicos de distintos momentos de su carrera y en el marco de los festejos por los 45 años de la edición de su primer disco solista.

Acompañado por una banda potente, con las cuerdas bien al frente, él como primera guitarra y generoso con sus solos inigualables frente a un teatro abarrotado con entradas agotadas desde el día anterior, Lebón supo dosificar los clásicos de clásicos y fue así como “Perro negro”, de Encuentro supremo, su disco anterior (2016) dio paso a las gemas “Llorar de amor”, ya de este lado del siglo, que ahora grabó con Carlos Vives, y “Esperando nacer”, coreada por todos.

“No me gusta la palabra fan”, dijo en algún momento, coherente con su distancia de todos los fanatismos, y acompañado por la que definió como la mejor banda que tuvo en mucho tiempo, integrada por Daniel “Dhani” Ferrón en guitarra y voz, legendario músico que también supo tocar con Spinetta; Leandro Bulacio en teclados, su compañero de ruta desde hace décadas Daniel Colombres en batería, Roberto Seitz en bajo y Gustavo Lozano en guitarra.

Tampoco hubo bises, “no me gustan, me parece más honesto pasar la lista completa que esperar parados ahí para que ustedes nos pidan que regresemos”, dijo con su habitual honestidad.

Poco después, en su gozoso repaso por los inolvidables, algunos de los cuales aparecen bellamente revisitados en Lebón & Co., a “Casas de arañas”, que en este disco canta junto a Lisandro Aristimuño, le siguió el primer tema de Serú Girán (no podían faltar), en lo que definió como un primer set que arrancó con “Cuanto tiempo más llevará”, siguió con “Mañana o pasado”, de Pescado Rabioso, y así apareció en el imaginario el Flaco Spinetta con toda su inmanencia cuyo recuerdo abordó desde la platea un “lebonista” de la primera hora que también trajo al presente el recuerdo de Oscar Moro, que con Lebón, Charly y Pedro Aznar refundaron el rock nacional entre el 78 y el 82 con Serú Girán.

Para concluir un momento mágico, llegó “El tiempo es veloz”, con la que cierra el nuevo disco junto a Fito Páez en una versión a dos pianos, que se convirtió, ya hace muchos años, en una canción universal.

Volver a Serú con “San Francisco y el lobo”, porque Serú siempre está y estará, y volver a una demoledora versión de “Parado en medio de la vida”, que en Lebón & Co. retoma junto a Andrés Calamaro ambos cargados de nostalgia. Después llegó “Credulidad” de Pescado Rabioso, y “Tu llegada”, que en Lebón & Co.  canta junto al español Leiva (José Miguel Conejo Torres).

Como si toda la emoción hubiese sido poca, y en la tercera noche seguida de shows con la voz en el borde, El Ruso regaló otras bellezas inoxidables de otros tiempos a las que volvió a sacarle lustre. Fue así que pasaron “Puedo sentirlo”, “Mundo agradable”, “La vereda del Sol” y otro guiño a Serú en un viaje al presente desde Peperina, adelantando así un final casi de fogón enchufado.

Y si de lucimiento se trata, en su versión de violero de fuego en tiempos de Serú y de todos los tiempos retomó “Noche de perros” y el blues “Copado por el diablo”, de su primer disco solista, editado en 1973. Para rockearla aún más, ya a nada del final, brillo “Suéltate rock and roll”, de la fugaz Polifemo. Y unos minutos después el teatro se encendió en el cierre con una multitudinaria versión de “Seminare”, porque todo estaba bien y había que terminarlo aún mejor.

La del sábado fue una noche mágica, de encuentro y comunión entre un público cómplice y participativo frente a un artista mítico, que a los 66 años conserva su talento intacto, con su mágica presencia de simplezas, con su mundo agradable y ahora sabio, y con la convicción de que la vida es un minuto de felicidad que hay que saber aprovechar mientras canta, toca la guitarra y escucha al corazón mucho más que a la cabeza.

No hubo bises, ya lo había adelantado, pero todos salieron cantando y por largo rato, las canciones de Lebón quedaron flotando coreadas y escuchadas en los celulares por las calles del centro de una fría noche rosarina, con la clara convicción de que la vida es la promesa de eso bueno y maravilloso que siempre está por venir.

 

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