Batuta en mano, el director de orquesta James Ross mezcla inglés y español para marcar el tempo.
Frente a él un centenar de jóvenes músicos cubanos y estadounidenses aprenden a tocar juntos. Las melodías caminan por un pentagrama diferente al de las tensiones diplomáticas.
“Es nuestro tercer día de estar aquí”, dice sudoroso pero sonriendo, entre dos ensayos de la Orquesta Juvenil Cubano-americana (Cayo). Y “desde el primer momento, el intercambio ha sido muy generoso, (de) mucho corazón”, agrega.
Sobre el tablado del Teatro Nacional de La Habana, donde ensayan toda esta semana, es difícil distinguir la nacionalidad de los violinistas, clarinetistas o trompetistas, que han logrado integrarse tanto como la música que sale de sus instrumentos.
“Es un grupo de 30 americanos y al menos 40 cubanos, formándose y buscando la armonía”, explica Ross. Son estudiantes de música o jóvenes profesionales de entre 18 y 24 años.
Chris Beroes-Haigis tiene 24 años y visita la isla por primera vez. “Ha sido una experiencia inolvidable, Cuba es un país muy rico en historia cultural, con personas formidables y una música increíble”, cuenta este violoncelista.
¿Y el español? “Aprendo un poquito”, confiesa.
Un símbolo fuerte
A su lado, María Laura Terry, una clarinetista cubana de 20 años, dice hablar “un poquito de inglés”, pero al final, poco importa: “la música, es el lenguaje universal”.
Agradecida por los regalos –instrumentos y partituras– que les han traído los norteamericanos, también se alegra de este momento de confraternización.
“La experiencia ha sido maravillosa, ha sido muy provechoso poder compartir con tan buenos músicos, tanto los jóvenes que (…) tocan con nosotros en la orquesta, como con los profesores que nos han dado muchos buenos consejos”, agrega.
Este fin de semana, la banda ofrecerá dos conciertos, en la capital y en la provincia de Matanzas (100 km al este de La Habana). Interpretará un fragmento de la obra “Billy the kid” (1938), de Aaron Copland, y dos composiciones cubanas, de Guido López-Gavilán y del violinista Jorge Amado Molina, integrante de la orquesta.
El símbolo es fuerte en un momento de grandes tensiones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, que amenazan con sepultar el histórico acercamiento iniciado a finales de 2014 durante la era Obama.
Ese periodo de distensión animó a muchos artistas estadounidenses a viajar a la isla socialista, entre ellos la Orquesta Sinfónica de Minnesota, una de las más reconocidas de Estados Unidos, que ofreció dos conciertos en La Habana en 2015, marcando su regreso tras una ausencia de 85 años.
La clarinetista Rena Kraut fue parte de ese viaje: “Después, seguí pensando en las personas que habíamos conocido (…), y decidí que ambos países necesitaban una oportunidad para acercarse con la música y los jóvenes. De ahí surgió la idea de crear una nueva orquesta”.
Un pie en la puerta
Ella reconoce que el camino, después, “no fue fácil”. “Al comienzo, fue muy diferente porque había apertura política, y había mucho optimismo en los dos países. Después, las cosas cambiaron, sobre todo en nuestro país, Estados Unidos”, con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, reconoce.
Trump adoptó una posición dura contra el gobierno cubano y multiplicó las sanciones para “castigar” a la isla por su apoyo a la Venezuela de Nicolás Maduro.
La idea de la orquesta era también llevar a músicos cubanos para continuar los intercambios en Estados Unidos, pero esto sólo se pudo hacer una vez, en 2017. Después, cerró la sesión consular en La Habana y el tema de las visas se complicó.
Pero Kraut no cae en el desánimo. “Esto reforzó nuestra determinación de mantener un pie en la puerta entre Estados Unidos y Cuba, para que no se cerrara”, agrega.
Y del otro lado, encontró cubanos tan entusiastas como ella, incluida Dayana García, directora de la Orquesta de Cámara de La Habana.
No es la primera vez que músicos cubanos y americanos tocan juntos, pero “esta vez, en particular, tiene un sabor muy especial esta unión, es como si fuera una situación muy especial”, porque “estamos atravesando momentos muy tensos, muy difíciles entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba”, subraya Dayana.
Entonces, “me parece muy valiente, y muy lindo y muy oportuno, escoger momentos como éstos para defender que podemos seguir siempre unidos”. Los cubanos han sufrido presiones sistemáticamente de Estados Unidos –más allá del bloqueo que tantas dificultades generó aunque el gobierno cubano y el masivo apoyo popular que siempre tuvo hicieron lo posible para paliarlo– y eso provocó que un provechoso intercambio cultural fuera muy sesgado. Incluso hubo muchos artistas estadounidenses que insistieron en visitar Cuba durante los momentos de distensión pero las veladas advertencias de las que eran objeto –que se traducían en un posible boicot a sus producciones dentro del mercado norteamericano– hicieron que desistieran o que, si habían logrado viajar y actuar en la isla, no volvieran a hacerlo.