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«Chernobyl», el horror ante lo imposible que sin embargo sucedió

“Chernobyl” aborda el pavoroso desastre nuclear a partir de trabajar como impensable aquello que a fin de cuentas es previsible, incluida la negligencia soviética, drama familiar y la intriga política en un tono que coquetea con lo fantástico

Chernobyl es una miniserie de HBO que consta de seis capítulos. Hasta el momento se han emitido 5, y sobra aclarar que aborda el estallido del reactor nuclear de Chernobyl, sucedido en 1986. En primera instancia, y a riesgo de recalar en una idea algo arbitraria, podría decirse que no resulta del todo fácil liberarse de ciertos prejuicios al momento de acometer el visionado. Lo aquí apuntado se relaciona con estas atribuciones supuestas en la decisión de abordar, desde EE.UU, una catástrofe desatada por la negligencia de la Unión Soviética. Y esto no es, desde ya, nada nuevo. ¿Desde dónde señalar, culpar, enjuiciar? ¿Con qué autoridad o con qué derecho? ¿Cómo remitir a la magnitud de semejante tragedia sin encubrir las propias responsabilidades en innumerables hechos de magnitud similar? ¿Cómo hacerlo sin que esto suponga el viejo ardid propagandista arraigado en la construcción del enemigo y en la salvaguarda del propio concepto civilizatorio como modelo universal? Es cierto, los enemigos han cambiado hace tiempo. Del viejo peligro comunista a las conspiraciones terroristas islámicas o al resurgimiento del monstruo asiático. Pero en el cine (y la tevé) quizás no importe tanto la cristalización puntual de la forma que adopta “lo otro”: pueden ser monstruos llegados de Transilvania (Drácula) o de Egipto (La momia), pueden ser extraterrestres, pueden ser criaturas venidas de territorios salvajes (King Kong), pueden ser villanos comunistas, pueden ser narcotraficantes latinoamericamos o terroristas árabes. El enemigo puede ser cualquiera venido de “otro mundo”, lo importante es señalar al fantasma de una amenaza constante que sobrevuela sobre la “democracia”, sobre “occidente”, sobre “nuestras sociedades”, siendo estas expresiones meros conceptos vacíos que no son sino eufemismos para decir “élite dominante”. Ahora bien, Chernobyl sabe lidiar con ese supuesto prejuicio con elegancia y profundidad. Sin excluir plenamente ciertas aristas de tal problema u objeción (no deja de tratarse de EE.UU señalando a la Rusia comunista), la serie propone una lectura que excede a dichas estratagemas y aborda el hecho con un tono y una perspectiva capaces de desviar el “señalamiento” autoindulgente hacia un planteo mucho mas abarcativo e incluso, aterrador.

La monstruosidad misma

El primer capítulo es de una contundencia inusual y sienta claramente las bases del abordaje. Este episodio se focaliza en el momento mismo de la catástrofe: el estallido del reactor nuclear ubicado en Chernobyl durante 1986. Lo notable aquí es el modo elegido para narrar el hecho. Podría tratarse de una película de terror (y en cierto sentido lo es); un aura fantástica rodea cada acontecimiento, los recubre con los oscuros oropeles de lo siniestro y de lo innombrable. El horror abismal ante lo desconocido tiende un puente entre la realidad y lo impensable, algo se cae y una brecha se abre hacia otro universo. El mundo de lo posible se ha resquebrajado y lo que se ha abierto no dista en mucho de la irrupción monstruosa de los antiguos en los relatos lovercraftrianos. Es la monstruosidad misma, en exceso. Lo sublime espeluznante, porque incluso hay belleza en esos fuegos y en esas cenizas radioactivas bajo las que bailan niñas y niños sin consciencia de la condena. A lo que hay que enfrentarse es a un hecho cuya dimensión catastrófica excede toda capacidad de entendimiento. Y allí lo que empieza a revelarse como lo peor del caso: por impensable, nunca fue prevista la desmesura de esa catástrofe y no se sabe cómo enfrentarla. El terror es la inminencia misma de un apocalipsis del cual se es responsable. Desde los primeros minutos, Chernobyl nos ubica con soltura en el corazón mismo de un horror tangible, y por eso más aterrador.

Una tecnociencia ciega

La puesta en escena del primer episodio responde plenamente a esta premisa del horror ante lo impensable. Se puede percibir cierta consonancia atmosférica con, por ejemplo, La llegada, de Christian Villeneuve, con la cual comparte, incluso, el autor de la música (fundamental para la creación del clima ominoso que campea en el relato). Como en aquella, en la cual unas lovercraftianas criaturas extraterrestres irrumpían en el mundo cristalizando lo impensable y poniendo en jaque toda capacidad de lidiar con ello, aquí la catástrofe es presentada de ese mismo modo. Pero la diferencia, claro, es que este hecho sucedió. El terror como forma narrativa en Chernobyl implica un abordaje inusual que pone una distancia con respecto a las restricciones del dudoso imperativo testimonial. Se narra casi en los códigos de lo fantástico, y eso es lo que logra redimensionar el acontecimiento. Percibida ya en los términos de un impensable espeluznante, adscripta en los cánones de una irrealidad infinita hecha carne, la catástrofe producida por la negligencia se aleja de los pormenores testimoniales para recalar en una mirada mucho más desconcertante y movilizadora. El eje, de algún modo, se establece en la ceguera de una tecnociencia voraz que se revela como incapaz de preveer las consecuencias nefastas de sus desarrollos. Tarde o temprano, lo peor puede ocurrir, la ciencia, ocupada plenamente en el despliegue óptimo del poder sobre la naturaleza, no es capaz de conjurar el terror futuro que ella misma desoculta en función del beneficio inmediato.

Atmósfera ominosa

Sobre esta premisa, que se distancia del testimonio para expandir el hecho a otras interrogaciones desde el presente hacia el porvenir, se articulan, claro, los pormenores propios de esa situación histórica ligada al funcionamiento de la estructura burocrática de la Unión Soviética. La desmesura del hecho no puede ser conocida por el mundo. El gigante soviético no puede iluminar y asumir la responsabilidad de una catástrofe de alcance planetario. Allí, entre el horror ante lo impensable, se van hilvanando los intentos desesperados pergeñados en el vacío por solucionar lo hecho y por evitar una catástrofe mayor, y las vivencias dramáticas de algunos personajes. Terror, intriga política, drama familiar, todo se articula eficazamente en un relato que nunca se aleja de su atmósfera ominosa, y en el cual el horror adopta siempre formas diversas, como la esgrimida en la certeza de que todos los participantes están condenados a una muerte cercana y atroz. El sacrificio fue el sino trágico de miles, ejércitos de condenados trabajando como zombies prematuros. La autoinmolación fue el precio a pagar para cerrar una caja de pandora que, todos lo saben, ya no podría ser cerrada.

Chernobyl esta protagonizada por el gran Jared Harris (Mad Men, The terror), Emily Watson, y Stellan Saskgard, y creada por un tal Craig Mazin. Queda aún por ver la pronta resolución, pero con lo ya visto, Chernobyl se afirma como una propuesta más que destacable. Con cierta sutileza y cierta sofisticación, la miniserie encontró un punto de equilibro para redimensionar la magnitud de una catástrofe, sobre todo, y allí lo mas loable, sin aprisionarla en su contexto histórico y sin caer del todo en esos anquilosados discursos propios del cine norteamericano. Chernobyl no es sólo un acontecimiento puntual, es además el puro terror de lo impensable, el horror ante lo imposible que, sin embargo y paradójicamente, ya sucedió.

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