Si de subvertir un orden se trata Sergio Schilmann se declara subversivo: no quiso ni quiere que el mundo siga como está. Aunque no llegue a ver esa transformación piensa su vida como un trabajo incesante en pos de un mundo sin explotación ni desigualdad. Milita desde que tiene 15 años y a los 25 fue secuestrado por la patota de Feced. El miércoles 5 de junio Schilmann declaró en el marco de la megacausa Feced como sobreviviente de los tormentos que le perpetraron en el ex Servicio de Informaciones en agosto de 1979. Feced III se inició el 5 de abril de 2018 y este año las audiencias se retomaron el 6 de febrero.
La megacausa incluye 155 violaciones a los derechos humanos. El juicio es contra parte de la patota que operó en el ex Servicio de Informaciones -Dorrego y San Lorenzo- de la policía de Rosario durante la última dictadura cívico militar y lleva el nombre Agustín Feced, ex comandante de Gendarmería que asumió el control de la policía local aquellos años. Gabriela Durruty, abogada de la querella de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), dijo a El Ciudadano que en la última audiencia se trazó un esquema que indica que los alegatos se iniciarán entre agosto y septiembre de este año. Esperan contar con una sentencia antes de que termine el 2019.
El secuestro de Schilmann, militante del Partido Comunista, sobresale por dos motivos: fue tomado como caso testigo para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y pone de relieve la complicidad judicial en la represión clandestina llevada adelante por las fuerzas armadas entre 1976 y 1983.
Secuestro y torturas
La noche del 22 de agosto de 1979, Schilmann fue secuestrado cerca de su casa en Rosario. Tenía 25 años y ya militaba en el Partido Comunista. Hasta el 28 de agosto fue sometido a torturas en el ex Servicio de Informaciones. El 24 de agosto los secuestradores lo llevaron a prestar declaración indagatoria ante el juez federal Ramón Carrillo Ávila. Durante el trayecto José Rubén “Ciego” Lo Fiego lo amenazó para que no dijera nada sobre las torturas a las que estaba siendo sometido. Sin embargo, Schilmann las denunció y le exhibió al juez las marcas en su cuerpo. Más tarde, cuando estuviera internado en un sanatorio, contaría 242 marcas de picana eléctrica en el torso y el rostro. El juez le respondió que esa denuncia la tomarían después porque estaba siendo juzgado por su actividad política que en aquel entonces estaba prohibida. Acto seguido, lo devolvió al Servicio de Informaciones donde continuó siendo torturado.
Después de que el caso tomara dimensión pública con movilizaciones de sus compañeros de partido y gestiones de su papá ante la inminente llegada de la CIDH a la Argentina, el 28 de agosto de 1979 Schilmann fue liberado y volvió a su casa. Ahí lo revisó un médico y fue internado en el Sanatorio CAMI de avenida Pellegrini y Corrientes. Pasó varios días en terapia intensiva por el deterioro corporal que había sufrido a causa de los golpes y torturas.
La abogada Durruty planteó que cada parte de su relato se acredita en 19 testimonios de personas que intervinieron en algún momento de la historia de Schilmann. Entre las personas que declararon el miércoles estuvo el médico Juan Bentolilla que lo atendió y la médica Doris Bellmann que lo sacó del sanatorio en el piso trasero de un auto particular y lo llevó hasta su casa. Después de los hechos, el miedo era que volvieran a secuestrarlo. Schilmann estuvo en varios tramos de su secuestro sin vendas en los ojos. Identificó rostros y reconoció voces. Luego de su internación fue entrevistado por la CIDH y pasó a vivir intermitentemente y de forma clandestina en casas de personas que lo alojaron para evitar un posible secuestro.
El caso Schilman fue caso testigo de la CIDH en su informe sobre «La situación de los derechos humanos en Argentina» emitido el 11 de abril de 1980. Se presentó como “arresto arbitrario, malos tratos y torturas”.
Una forma de vivir
Schilmann hubiera preferido poder transitar estas instancias judiciales hace 30 o 40 años. Es difícil repasar los tormentos a los que fue sometido, recordar olores, voces, rostros y dolores. Considera que declarar era un deber ser por la importancia social de hacerlo y ese peso en particular se lo sacó, pero la resolución del caso hoy ya no es lo que le urge y plantea. «En lo personal no se saca este peso de encima, de lo que vivimos. Se acostumbra a vivir con él», dijo. Al mismo tiempo, declarar fue importante por toda la prueba que tenían reunida y porque sirve para aportar a la construcción del proceso de memoria, verdad y justicia en el país.
Para él, fue una experiencia reveladora porque fue la primera vez que pudo decir: «Señores jueces, ahora también está en sus manos salvar al universo judicial. Porque hay que remover el aparato que por acción y omisión favoreció que siga existiendo un poder judicial así». Se refirió a la complicidad de la Justicia durante la dictadura que luego se sostuvo en el tiempo. Su objetivo en la declaración fue poder hacer una contextualización histórica y política de los hechos y no sólo un recuento de su secuestro. «Pude decirles que no fui a buscar revancha o venganza. Fui a decir que el terrorismo de Estado fue una necesidad de los explotadores, tiranos y también de una parte de la sociedad argentina que no deja de estar por más que la dictadura no sea más el formato que utiliza. Esa parte sigue existiendo y la manera de pensar los debates políticos ideológicos es que siga estando, pero que no se trate de unos con picana y otros indefensos. No es justo», expresó.
«Declarar me sirvió a mí, pero también a mis compañeros. Incluso aunque seamos de diferentes partidos porque son mis congéneres, mis coetáneos», agregó. Schilmann sigue pensando que el objetivo de su lucha es llegar al socialismo y que hoy lo urgente es «sacarse de encima al neoliberalismo fachistado». Schilmann habla de una derrota cultural en Argentina y América Latina, pero propone «lograr inteligencias comunes». Nunca dejó de ser militante y en cada síntesis, explicación o lectura supone un optimismo del mundo por venir. Considera que es propio de la condición humana. Cita así a Julius Fučík, periodista checo y miembro del Partido Comunista: “He vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea nunca unida a mi nombre”.
Julius Fučík estuvo en un campo de concentración nazi y escribió «Reportaje al pie del patíbulo», libro de cabecera para toda una generación de jóvenes idealistas y en particular para militantes del Partido Comunista. Para Schilmann, es fundamental este pasaje sobre la alegría y tristeza. “Es una forma de concebir el paso por la vida. La esperanza por la lucha y la política es una necesidad del género humano. La razón de ser, de estar y luchar por algo tiene que ser sin medias tintas. En ese camino no vas a estar exento de peligros. Por la alegría vivo y hasta muero. Que la tristeza nunca sea atada a mi nombre'», dijo.
Schilmann plantea que las lecturas de su juventud, entre quienes destaca también a Rodolfo Walsh, son lo que llenó de impulso a su generación. «Era una lucha contra el salvajismo del capitalismo y por la liberación de los pueblos», explicó. Fue una generación que veía probable y cercano el cambio social y el combate a las injusticias. «Era una generación que se expresó no solo en las calles sino también en las cárceles. La mayoría de los desaparecidos eran cuadros políticos, sindicalistas, vecinalistas. Se trata de un costo en la transmisión de experiencias y memorias. La dictadura vino a romper esa transmisión», sostuvo.
Por último, Schilmann recuerda que en la década del setenta el Partido Comunista ya llevaba 50 años de distintos tipos censuras a lo largo y ancho del mundo. Las lecturas de otros militantes fue parte de su formación política y considera que fue también lo que le permitió no develar información en las sesiones de tortura. «Había una manera de preservarnos. Nos olvidábamos o nos queríamos olvidar», concluyó.