En enero de 2013 un episodio de carne adulterada trepó a las primeras planas del mundo en forma de escándalo: diez millones de hamburguesas congeladas provenientes de Polonia debieron retirarse de las góndolas de los supermercados de Irlanda. ¿La razón? Su materia prima no solo era carne vacuna. A través de un análisis de ADN, se confirmó que tenían un veinte por ciento de restos de carne de caballo y cerdo. “Fue el caso más famoso que se resolvió gracias a la genética forense animal”, recuerda el investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Guillermo Giovambattista, en su oficina en el Instituto de Genética Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). En el piso de abajo de su oficina está el Laboratorio de Genética Forense Animal –referente nacional en la materia, que encabeza junto a la investigadora del Conicet Pilar Peral García–, donde se realizan desde hace veinte años y a pedido de la Justicia, pericias con análisis de ADN de origen animal.
Si bien puede analizar la genética de perros, gatos, ovejas o caballos, la mayoría de los casos en los que asesora son por robo de ganado. Es un delito conocido como abigeato, que es el equivalente a cuatrerismo: un robo típico en Argentina, por su impronta de país ganadero.
“Cuando empezamos a fines de los 90, la estimación oficial de este tipo de robos en la provincia de Buenos Aires era de 10 mil vacas por año”, dice Giovambattista. Desde entonces, explica, el típico caso que les llega al laboratorio es que hay un robo de animales en un establecimiento. Entran de noche, matan algunos animales, los faenan y se llevan la carne para comercializarla en circuitos que son de carne robada. “Eso por un lado tiene el impacto económico sobre el productor, pero además hay todo un problema de salud pública y salud animal, porque se está comercializando alimento sin ningún tipo de control. Pero en las ciudades, sobre todo en el interior de la provincia o en partidos del conurbano, roban en un partido cercano y después comercializan en otro. Y en general en las ciudades chicas sospechan quiénes son los que venden la carne robada, entonces hay una investigación, tienen las muestras de los animales faenado –porque se llevan la carne pero siempre dejan un resto–, y hacen algún allanamiento en una carnicería o domicilio. Nosotros, con esas dos muestras analizamos los ADN y comparamos, y vemos si los dos perfiles genéticos son del mismo animal, y decimos si efectivamente esa carne pertenece al animal robado”.
Desde que comenzaron en 1999, llevan más de cuatrocientas pericias realizadas. Ya cuentan como con una especie de censo del ADN de animales. “Somos el laboratorio pionero de Argentina que hace genética animal. Comenzamos cuando todavía en el mundo no existía casi la genética forense animal”, advierte el investigador, que es biólogo, pero siempre trabajó en la Facultad de Veterinaria de la UNLP. “Empezamos por necesidad: en esa época el Poder Judicial nos llamó porque tenían muchos casos de este tipo, pero no tenían forma de resolverlos. Hasta entonces lo único que existía era la genética forense de humanos, es decir que solo se hacían análisis de ADN de personas. Lo que hicimos nosotros fue un desarrollo para poder aplicarlo en animales. En paralelo, comenzó a desarrollarse la genética forense animal en el mundo”.
Como ganado
El robo de ganado no existe en todo el mundo. “Hay países que no lo sufren –dice Giovambattista– justamente porque no tienen producciones extensivas de animales: tienen solo productores chicos y el robo no tiene sentido”. En su laboratorio, con los años, además de casos de abigeato, el trabajo se fue ampliando y ahora reciben todas las denuncias que comprendan “animales y plantas domésticas”, es decir los que se utilizan tanto para consumo como para trabajo, deporte o compañía, y las plantas que se utilizan para cultivo y producción.
Realizan desde pericias de casos de dopping positivo en carreras de caballo –a través de análisis de orina–, hasta análisis de alimentos presuntamente adulterados, como también certificación de alimentos para exportación y pericias en casos de tráfico ilegal y caza de animales en riesgo. “Hemos resuelto un caso de un puma que habían matado, el cazador puso la foto en las redes y salió en todos lados, y ahí lo detectaron, por la foto identificaron el lugar y con los restos que habían quedado demostramos que era un puma”, recuerda. “También hay mucha caza ilegal de ciervo de los pantanos en la zona del Tigre. Venden carne como ciervo colorado. Acá hacemos los análisis para demostrar que es carne de ciervo de los pantanos y no de ciervo colorado”.
El equipo del laboratorio es multidisciplinario. Está compuesto por unas veinte personas, entre veterinarios, bioquímicos, biotecnólogos, biólogos e informáticos. Las pericias tardan alrededor de un mes. “Es un laboratorio de genética forense como cualquier laboratorio de genética forense humano”, describe Giovambattista. Allí, entre pipetas, tubos de ensayo y microscopios, extraen el ADN de la muestra que les llega (puede ser desde pelo hasta un trozo músculo o de hueso), lo amplifican para armar el perfil genético y lo introducen en un secuenciador de ADN para luego analizar los datos que dé como resultado con un software especializado. “A veces trabajamos en colaboración con colegas de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, de Tandil. Ellos reciben las muestras del centro de la provincia, hacen la primera parte y nosotros terminamos el proceso comparando el ADN”, aclara el científico. La parte más crítica de la pericia, advierte Giovambattista, suele estar antes de que la muestra llegue al laboratorio: en el momento de la toma de la muestra en el lugar de los hechos. Para eso, el equipo de trabajo hace regularmente capacitaciones a los miembros del Poder Judicial para enseñarles no solo cómo tomar la muestra sino qué parte del animal tomar.
Uno de los casos más curiosos que les tocó develar fue un dopping positivo de caballo. “Nos mandaron la orina para identificarlo. Hicimos la extracción del ADN, teníamos el perfil del caballo, pero no conseguíamos hacerlos coincidir. Nos fijábamos qué especie era y nos daba que era orina de humano. Entonces nos preguntamos, ¿por qué da positivo el dopping? Y era porque además de cambiarle la orina, le habían puesto de un humano que había tomado un café. Y la cafeína es una sustancia prohibida para los caballos. Esa fue un caso llamativo, porque fue todo impensado. El que cambió la orina no lo sabía, evidentemente”, recuerda y ríe. “En alimentos a veces también aparecen cosas raras. En ciertas ocasiones hay denuncias de que el alimento está adulterado. Una vez me acuerdo que nos mandaron morcillas que tenían huesitos y suponían que eran huesos de ratón. Por suerte, después de analizarlo, comprobamos que eran de cerdo”.
Con veinte años de experiencia a cuestas, Giovambattista destaca el desafío constante que significa estar al frente de este laboratorio. “Cada caso es una situación particular. A veces tenemos que hacer todo un desarrollo para poder resolverlo. Por ahí cuando uno hace filiación en humanos es más rutinario. En el caso de forense uno trabaja con lo que hay. Porque uno no decide cuál es el material: hay desde buenas muestras hasta otras que son… el problema es obtener el ADN”, dice, y redondea: “Una vez nos llegó un caso rarísimo, de una mujer que dijo que veía `salir sangre de las paredes de su casa`. Decía que el vecino mataba animales. No pudimos sacar nada en ese caso. Pero nos mandan cosas raras todo el tiempo: tejidos, hisopos, una piel salada, otra curtida. Lo más desafiante es pensar entonces cómo poder sacar el ADN. Es la mayor odisea”.
Genética
En todo el mundo, no son más de veinte los laboratorios que hacen genética forense animal. “No son muchos. No es como pasa con la genética forense en humanos, que solo en Argentina hay numerosos laboratorios, entre privados y estatales”, indica Giovambattista. Además, existe un Comité Internacional de Genética Forense Animal, conformado por laboratorios de Estados Unidos, Alemania, Sudáfrica, Australia, Brasil, Uruguay, Argentina y algunos lugares más, en el que se estandariza la forma de analizar muestras y realizar pericias, comparan métodos y se intercambian información para que los procedimientos sean similares en todo el mundo. “En Latinoamérica solo tres laboratorios participan de estas pruebas de estandarización”, aclara.