En Renaldo y Clara, filmada en 1978 y dirigida y protagonizada por Bob Dylan y su esposa de entonces, Sara Dylan, y guionada por Sam Sheppard y el mismo Dylan, se pueden ver pasajes y momentos de lo que fue la gira Rolling Thunder Revue, una de las más fructíferas de las que hizo el cantautor norteamericano, y que ahora Martin Scorsese volvió a reflotar de modo magnífico en su Rolling Thunder Revue. A Bob Dylan Story. Recientemente subida en la plataforma Netflix resulta un fresco apasionante de la cultura rock de los 80 y una aproximación a la poética de autor como no se veía desde hacía rato. Es cierto que en Don’t Look Back D.A. Pennebaker intentó algo similar –el documental estaba enfocado en la gira que Dylan hizo en 1965 por el Reino Unido– pero Dylan todavía estaba “haciéndose” junto a sus ya hermosas canciones y todavía estaban disociados el hombre y el artista. Eso ya deja de ocurrir en Rolling Thunder Revue. A Bob Dylan Story donde Dylan ha madurado y entiende que ya es uno con su forma de expresión.
Las máscaras
Dylan es muy diestro para exponer conceptos sobre la existencia desde su pose y atuendos hasta sus letras, donde con su filosofía cotidiana puso en igualdad la protesta sobre la Norteamérica antiderechos y lo que dicta el corazón. De Dylan puede afirmarse que cambió de rostro muchas veces desde que dejó a Robert Allen Zimmerman en algunas de las fotos que poblaban las paredes de un pasillo en la casa paterna en Duluth, Minnesota. ¿Es Dylan el mayor representante de la tradición folk-rock estadounidense? Luego de la visión de Rolling Thunder Revue. A Bob Dylan Story no se tienen muchas dudas, sobre todo después de ver cómo interpreta canciones medulares como “The Lonesome Death of Hattie Carroll” y también si se lo piensa como un artista que compuso una posible banda sonora para la generación beat. La participación en la gira de Allen Ginsberg con su disrupción poética y su sensibilidad espiritual enlaza las líneas artísticas de ambos universos –una genialidad la secuencia frente a la tumba de Jack Kerouac–. El Rolling Thunder Revue de Scorsese es entonces un film sobre algunas de esas caras de Dylan, la que luce acompañado de Joan Baez, con quien sostiene ritmos sobre el escenario y con quien actúa un conversatorio sobre las posibilidades musicales; la que tiene junto a Sheppard consumados en su juventud y mientras el escritor y dramaturgo daba forma a su Logbook, un libro de relatos sobre la gira; la que surge en el ensayo junto a Joni Mitchell, la de los parpadeos guitarrísticos con el eximio Mick Ronson; la entusiasta que ruega a Patti Smith que recuerde momentos durante sus recitales poéticos en New York.
Artista medular
Scorsese ya lo había intuido e hizo un ensayo previo que llevó por título No Direction Home en 2005, en la que repasaba los distintos oficios de Bob desde sus inicios como músico en cafeterías del Greenwich Village y lo que de él decían amigos y colegas, que suena muy distinto a lo que él dice de sí mismo. No en vano, en el recorte de imágenes que se hicieron de esta gira y que constituyen este film, Dylan lleva su rostro pintado de blanco, arriba del escenario, y es una forma de portar ese aura entre ambulante y enigmática que lo forjó como un artista diferente con una presencia provocativa y convocante –su contundente versión de “Hurricane” eclipsa literalmente al público–, de igual modo que lo son sus pareceres ambiguos y por momentos divagantes sobre cualquier cosa que lo llame a opinar, incluso sobre la misma música, elementos que no cuesta pensarlos como los que situarían su centralidad en la cultura rock norteamericana. La interpretación de “When I Paint My Masterpiece” o “One More Cup of Coffee” hacen caer en la cuenta de que Dylan dice sus verdades sólo sobre el escenario, que lo demás en todo caso se asemeja más a un relato de ficción, a algo que puede ser modificado según las circunstancias y según quién escucha. Al momento de hacer una reflexión sobre lo que significó esta gira –eterna y existencial–, en lo contemporáneo del film, a los 78 años, Dylan señala que ya pasó tanto tiempo que ni siquiera había nacido todavía. Ya avanzado el documental se pregunta: “¿Qué quedó de esta gira? Absolutamente nada. Cenizas”, dejando entrever que la sucesión del tiempo es también una sucesión de máscaras que la memoria va haciendo surgir a la medida de sus necesidades. Cuando no se necesita, no queda nada, todo estuvo allí en esa gira en la que Dylan manejaba el motorhome que los llevaba de ciudad en ciudad y con el que recorrió la costa Este de los Estados Unidos y de Canadá, y su memoria de eso es tan volátil como sus aires de juglar sobre el escenario cuando interpreta canciones como “Isis” o “She Belongs to Me”, que en Rolling Thunder Revue lucen tan bien.
Vivir para olvidarlo
Dylan no reduce esas experiencias a su dimensión vivencial sino que apenas le importa contarlas como si nunca hubiera estado allí, algo así como vivir para olvidarlo. En esa gira lo acompañan, además de Baez y Mitchell, Roger McGuinn (comando de The Byrds), el también cantautor Ramblin’ Jack Elliot, la mística y portentosa Scarlett Rivera con su mágico violín, y el no menos fabuloso T-Bone Burnett. Dylan había pensado el nombre de la gira como un homenaje a los grupos itinerantes que hacían comedia italiana y la desparramaban por el vasto continente europeo y que a principios del siglo XX tuvo un formato en Estados Unidos con espectáculos de música y teatro que iban de costa a costa y que se conocieron como “Revue”. La mayoría de las veces su nombre no aparecía en los afiches que anunciaban los shows por propia iniciativa; las salas donde actuarían las alquilaban bajo seudónimo y algunos de ellos, días antes, repartían volantes en los campus universitarios. Máscaras tras máscaras, Dylan parece huir del estereotipo para volverse, casi, un cronista de sí mismo, aquél que aprendió a ser en sus viajes y desplazamientos. Todd Haynes también percibió las máscaras de Dylan cuando filmó I’m Not There, donde seis intérpretes distintos personifican la vida del cantautor.
Majestuosa y encantada
De alguna manera majestuosa y encantada, en esa gira se tocaban canciones de dos de los grandes discos de Dylan de esa época: Desire y Blood on the Tracks. Bob, claro, era el fantasma elegante y nómada que poblaba de brillantes canciones el escenario que pisaba. Y ahora, en la película de Scorsese vuelve a ponerse otra máscara, la que propuso personajes que no existieron –el cámara, el productor– para contar una historia verdadera sobre una gira que fue un perfecto fracaso económico pero que dio suficiente combustible para convertirse en inolvidable para quienes estuvieron allí. El maestro que la condujo hizo brillar una nueva máscara cuando convino que no otro que Scorsese podía captar que una vez que se asume ser uno mismo con lo que se hace, se puede construir algo –en este caso una maravillosa música– a partir de las máscaras que se elijan y de las que en Rolling Thunder Revue. A Bob Dylan Story Scorsese logra extraer toda su sugestión y misterio.