Cuando las redes sociales irrumpieron en la vida cotidiana, muchos analistas preconizaron la aparición de democracias más horizontales y participativas, pero la realidad perfiló un escenario diferente: propagadoras del odio y decisivas en el ascenso de gobiernos de extrema derecha como el de Trump o Bolsonaro, las plataformas digitales se confrontan al desafío de recalcular sus habilidades, analiza Luciano Galup en su libro “Big Data & Política”.
No todo es adverso en el texto de este docente y analista de medios, que describe también cómo las redes propiciaron la construcción de nuevas formas de organización social y la posibilidad de conectar nuevas solidaridades, como el fenómeno que se generó en la Argentina en el marco de la discusión sobre la legalización del aborto y la expansión del movimiento Ni Una Menos.
“Big Data & Política” da cuenta de la manera en que operan las tropas de trolls y las cuentas falsas en redes sociales para disciplinar, silenciar o imponer agendas, a la vez que explica cómo se consume hoy la información y los modos en que las noticias refuerzan formas predeterinadas de sentir y comprender el mundo.
“Las sociedades no son más autoritarias que las de 1940 y la información falsa que circula no es muy distinta a la que circuló en nuestro país durante la guerra de Malvinas. La novedad en estos días es que parecen dar por tierra con las utopías de fin de milenio, en las que Francis Fukuyama anunciaba el fin de la historia y las ideologías”, explica Galup.
—Si como fórmula en el libro el mundo no es más autoritario o no está más polarizado que los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam o la Argentina durante la proscripción del peronismo ¿Por qué esa sensación parece más exacerbada que nunca?
—Esa sensación de que el mundo está más polarizado que nunca, tiene más que ver con haber creído la promesa del consenso neoliberal en relación a que íbamos hacia un mundo sin historia sin conflicto. Pero eso terminó terminó porque básicamente ni las democracias occidentales ni las economías occidentales estuvieron a la altura de esa promesa en términos de ser más justos más inclusivos y disminuir las desigualdades.
Entonces asistimos a un resurgir un recrudecimiento de los conflictos producto de esa insatisfacción de grandes segmentos de la población en relación a sus condiciones de vida y su marginalización. No es culpa de las redes sociales que nos hayamos creído que sobrevendría el fin de los conflictos o el fin de la historia.
—¿El factor emocional es central para entender el auge de lo que se llama postverdad y el aluvión de fake news y trolls que inundan las redes con discursos que son validados o rechazados según el sesgo o la afinidad preexistente de cada receptor?
—Sin duda el factor emocional es clave a la hora de pensar los consumos informativos. Consumimos información de manera emocional, la mayoría de las veces para reafirmar el sesgo con el que entendemos nuestra cotidianidad. Las fake news trabajan sobre esos sesgos y tienen mucho más impacto reafirmando puntos de vista que modificando opiniones. Manuel Castells decía que los humanos somos “avaros cognitivos”, porque tendemos a ser bastante amarretes a la hora de confrontarnos con información que pone en crisis nuestro mundo y la forma de comprenderlo.
—Los algoritmos tan en boga construyen patrones de afinidad que son utilizados por los buscadores y las redes sociales para ofrecer a cada usuario información compatible con sus intereses. ¿Cuál es el riesgo de generar comunidades homogéneas que no reproducen la lógica heterogénea de las sociedades?
—Tendemos a construir explicaciones tranquilizadoras a procesos complejos. Y una explicación tranquilizadora es la de las burbujas informativas. Nos rodeamos de personas que piensan parecido a nosotros, no sólo en redes sociales y desde mucho antes de que estas exista. La idea de que antes de las redes sociales nuestros vínculos eran diversos y escuchábamos una multiplicidad de voces que enriquecían nuestra participación democrática suena a idilio con el pasado y no ha algo real. Sin duda, los algoritmos nos construyen ámbitos controlados y confortables en base a nuestras interacciones y a nuestros consumos. Pero por ejemplo dudo mucho de que los ciudadanos y ciudadanas escucharan música más diversa antes de Spotify. La burbuja para alguien que vive en un country, va en auto a su trabajo o a su escuela y vuelve a su casa no está en las redes sociales sino en el conjunto de sus interacciones simbólicas.
—Usted marcá que Cambiemos fue la primera fuerza política que incorporó lo digital y las redes sociales como recurso a la hora de diseñar una estrategia política ¿Cómo se reformuló la política comunicacional a la luz de esa novedad?
—Cambiemos entendió que lo digital era distinto al resto de la de la campaña y que necesitaba pensar formatos, lenguajes y estrategias específicas para esas instancias. Eso repercute en el resto de los espacios porque ya para 2017 la mayoría entiende que hay que pensar contenidos y una estrategia específica para medios sociales.
Las narrativas en redes sociales construyen una ficción de igualdad, de que todos agarramos un teléfono y accedemos a la esfera pública en igualdad de condiciones. Obviamente esta ficción se puede utilizar para construir candidaturas más cercanas, más auténticas. Que sean, o disimulen ser, como los ciudadanos y ciudadanas de a pie. La posibilidad de mostrar espacios privados de manera controlada, de tener registros más intimistas –incluso de reírse de uno mismo– generan instancias en las cuales se puede dotar a los candidatos de rasgos más humanos e imperfectos.