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El resentimiento, ese demonio que mata al poseído

Por: Carlos Duclos

El profesor, filósofo y esplendoroso ateo (algunas universidades religiosas tienen la virtud de contratar profesores no por sus creencias sino por su sabiduría), se paseó hacia uno y otro lado del salón mascullando, mientras pensaba las palabras justas que debía acomodar en la respuesta que daría al alumno que había preguntado: ¿Qué es el resentimiento y cómo se impide la acción del resentido?

De pronto, intempestivamente, se sentó y comenzó su breve mensaje: “El rencor, o resentimiento, es un sentimiento negativo, un enojo, que anida en el corazón del hombre y que es muy dado a asociarse con otras aberraciones, como la maldad y la pusilanimidad. Cuando esto ocurre, el resentimiento se convierte en un demonio que hiere a los demás (a través del desquite o venganza) y a la larga termina matando el buen destino del poseído”.

Respecto de esta definición hay quienes sostienen que la persona rencorosa o resentida “no alcanzan una felicidad real porque vive con frustraciones o con una carga de escenas pasadas que le han impedido desarrollarse, pese a sus capacidades o inteligencia. La persona que no puede solucionar los sentimientos negativos es una persona que sufre (aunque a veces no lo advierta) y que no tiene el campo abierto para crecer”.

Nada más cierto. La principal e inmediata víctima del resentimiento es la persona que lo padece. El resentimiento, como ha quedado demostrado científicamente, no sólo afecta la salud mental sino incluso la salud orgánica por vía del debilitamiento del sistema inmunodefensivo. La persona de nuestros días sabe muy bien que los sentimientos negativos, la saturación por emociones oscuras, generan estrés y éste es un arma eficaz para la devastación de la salud. No obstante ello, este hombre posmoderno, alienado, se empeña en naufragar en el mar de la vida remando para alcanzar una costa que no existe mientras pierde de vista la verdadera tierra firme.

El caso del resentido es uno más entre tantas aberraciones que atrapan al hombre, lo envuelven como hiedras pérfidas y lo someten a las más bajas como estúpidas pasiones (que no por ser estúpidas son menos maléficas).

El caso es que el profesor protagonista de la historia con la que se comenzó esta columna para un lunes, se levantó, se paseó entre los alumnos y continuó: “¿Cómo se impide la acción del resentido? El resentimiento, como demonio, es decir el resentimiento, el enojo por frustraciones, aliado con el deseo de desquite perverso en la vida, provoca  acciones que pueden herir al entorno inmediato. La herramienta eficaz para neutralizar la acción del resentido es comprender que en realidad se trata de una persona que padece una patología, que se trata de un ser que ha sido víctima de experiencias negativas que han transformado su primera y pura naturaleza. Cuando se entiende esto es posible compadecerse del ser humano en cuestión y se erige entonces un escudo protector que impide su acción”.

Como decía el doctor Gregorio Marañón, el resentimiento se fecunda en “las agresiones del ambiente”. Y basta con examinar la escena cotidiana para advertir cuantas agresiones recibe el ser humano común. Un ser humano que con frecuencia es incapaz de comprender que, además del ataque que recibe de una sociedad corrompida, puede apoderarse de él un sentimiento negativo que lo someterá, de una y otra forma, hasta matar el buen destino que se merece, por vía de la neutralización de las fuerzas que actúan para el crecimiento en la vida, como el amor.

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