Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Frente a un nuevo fracaso del modelo liberal se impone la necesidad de discutir las alternativas políticas y económicas para salir de la crisis, en dirección a un sendero de crecimiento y desarrollo con justicia y equidad. El tema resulta crucial, no sólo por una cuestión de urgencia doméstica sino fundamentalmente porque el resto de los países con capacidad de decisión están adoptando todo tipo de medidas tendientes a consolidar un modelo de desarrollo nacional, en el que la industria resulta vital y estratégica.
La República Argentina, lamentablemente, no pude ubicarse dentro de este grupo de países, ya que, producto de la cultura pro negocios encarnada por una dirigencia cipaya, la economía ha quedado a merced de la especulación y la administración de los recursos nacionales estratégicos en manos de intereses foráneos. Ejemplo de ello es que desde junio de 2018 en adelante, el gobierno de Macri ha “cedido” el manejo de la economía a su prestamista de última instancia (el Fondo Monetario Internacional), que tiene en su mano la suerte del país y cooptando la voluntad del pobre sediento con apenas un vaso de agua.
Pero el cambio de gobierno es inminente y cualquiera sea la orientación ideológica del que suceda, la Argentina necesita repensar, redefinir y encarar un nuevo modelo de desarrollo económico en el que todos los argentinos encuentren un lugar para aportar y vivir con dignidad. En el escaso margen de acción que deja el macrismo, resulta fundamental que un nuevo modelo económico contemple una estrategia de acumulación de capital diferente, capaz de incluir con trabajo a todos los argentinos y saldar la brecha externa (sin contar, obviamente, la que ocurre por la suntuosidad y la especulación de las minorías).
Está claro que este es un objetivo complejo y de largo alcance. Pero también es cierto que sin un modelo de desarrollo industrial las chances de lograrlo e ingresar al grupo de países con capacidad de decidir sobre su presente y proyectarse a futuro son prácticamente inexistentes. Esto no es ningún hallazgo. Por eso el rol de la industria argentina viene ocupando un rol cada vez más importante en la discusión de algunos sectores políticos con vocación nacional.
El sector industrial argentino evidencia un proceso de clara pauperización y algunas ramas importantes van perdiendo diariamente sus chances de sobrevivir frente a una competencia en franca desventaja. La mala performance de nuestro sector manufacturero viene desde el año 2011, registrando constantes caídas en términos de productividad, empleo y uso de la capacidad instalada. Si bien la contracción es homogénea a todos los bloques, el declive industrial de los últimos años fue más agudo y arrastró a gran parte de las ramas industriales. Dentro de los más perjudicados están los bloques tradicionales como el sector textil y de indumentaria, automotriz y de autopartes, al de maquinarias y equipos, y de productos químicos y minerales.
En este contexto, es claro que el sector primario siga siendo el más importante para la generación de divisas. Tal como lo señala el informe cambiario del Banco Central, el sector primario registró en 2018 un saldo neto (exportaciones menos importaciones) de 25.100 millones de dólares (oleaginosas y cereales explicaron casi todo el monto), mientas que la industria arrojó un saldo neto negativo de 8.500 millones de dólares.
Esta situación es la consecuencia de un capricho contumaz por sostener una economía a la medida de las oligarquías terratenientes, ahora también financieras y agroexportadoras, como ha ocurrido en la mayor parte de la historia económica argentina. La idea de ser el “granero o supermercado del mundo” no funcionó. El saldo exportable del sector primario no fue suficiente y los dólares generados por éste se terminaron fugando. ¿Cuál sería el argumento para seguir sosteniendo una estructura económica que no sirva para sacar a todos los argentinos de la pobreza?
Si no hay ningún tipo de apoyo, incentivo o vocación industrial, el único sector capaz de traccionar la demanda de trabajo, generar valor agregado y divisas suficientes para saldar la brecha externa queda a merced de empresas que nacieron, se desarrollaron y crecieron gracias una política industrial consistente y sostenida durante décadas por el Estado, incluso con la pena de muerte (como fue el caso del inicio de la industria británica).
Es importante señalar que la necesidad de industrializar no significa reeditar la pelea campo vs. industria, ni plantear un “industria sí, agro no” o viceversa. Diversos estudios demuestran que es posible una sinergia entre todos los sectores productivos, cosa que requiere incluso un cambio político y cultural del conjunto de las fuerzas productivas.
Es que si bien los fundamentos de la necesidad de industrializar el país son los mismos de siempre, la forma de hacerlo ha cambiado, sea por las condiciones domésticas como por el contexto político, económico y tecnológico actual, que en vista de su vertiginoso proceso de cambio, genera ventanas de oportunidad por las que puede resultar posible ingresar al avanzado tren del desarrollo industrial.
En el reconocimiento de que se trata de un tema complejo pero de vital importancia para el país, surge la necesidad de darle un enfoque multisectorial e interdisciplinario. Los centros públicos y privados de investigación y desarrollo deben enfocarse en el proceso de innovación para una más eficaz y factible reconversión industrial en base a nuestras ventajas comparativas y competitivas. Empresarios y trabajadores deben aunar criterios en la búsqueda de una mayor productividad, asociando las mejoras salariales en términos de mejoras que beneficien a ambas partes. El Estado debe comprometerse en establecer medidas e instrumentos concretos y efectivos de protección y fomento, aplicados sobre las directrices de los distintos sectores, con prioridad en aquellos estratégicos y de primera necesidad.
La necesidad de iniciar un proceso de reconversión productiva e industrial no obedece a un lobby sectorial ni a un interés particular sino que compromete a todos los argentinos, a más no ser por una necesaria toma de conciencia nacional sin la cual sería imposible superar los obstáculos internos y foráneos que siempre están a la orden del día para frenar e impedir cualquier camino hacia la independencia económica.
La industria que necesitamos no se hace de la noche a la mañana; se necesita convicción, trabajo, inversión y una decidida vocación nacional. Es cierto que parece una tarea titánica, pero los primeros pasos son claros y requieren de decisión política para darlos.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org